MONTIEL DE ARNÁIZ - OPINIÓN

Ocho apellidos gaditanos

Los ocho actores de la política capitalina que han mantenido caldeado el ambiente

MONTIEL DE ARNÁIZ
CÁDIZ Actualizado: Guardar
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Inmaculada Michinina pidió dignidad al pleno del Ayuntamiento y me pareció bien, un poco sobreactuado quizás, pero sonó auténtico porque era una mujer que pedía al gobierno de su pueblo que la escuchara, que prestara atención a sus súplicas que eran o podían ser las de los demás, las del pueblo humilde, las de las catacumbas, las mismas de las que surgió un oscuro personaje gaditano llamado Karlos Puest que se apoyó en Youtube para ganar un dinerillo con esos vídeos enmerdecedores que podían resultar simpáticos a algunos, normalmente a los que no eran objeto de sus invectivas, véase José Blas Fernández, que lo ha enfilado penalmente como intentó también enganchar al Ciudadano Lorenzo, el primer gaditano que ha leído un ruego y pregunta en el salón de plenos insinuando el culo a los receptores del mensaje, o la espalda, dependiendo de la versión que se siga, la de los de la dignidad, la de los escatológicos o la de los gobernantes que sofocaban sus risas y que ahora se plantean qué hicieron mal pues la autocrítica es necesaria aunque no por ello usual, y ese pensamiento debe ahora sofocar la mente de José María González, que accedió a la alcaldía de la capital tras cantar coplas currelantas en los mítines de su pareja anticapitalista, Teresa Rodríguez, el mismo Kichi que ahora ve que los enanos crecen en el circo multicolor en que se ha convertido el consistorio llevando un carnet del PSOE entre los dientes, esquivando con gráciles piruetas sus requiebros de amor y no agresión, el pacto o acuerdo con el que sofocar una tensión sexual, digo municipal, no resuelta con Fran González, hombre de flequillo inmarcesible, ojos bonitos y verbo pausado, que observa cómo se posterga a Michinina para evitar que pida dignidad a su otrora adalid, que comprueba que el enmerdecedor defeca en los muertos del mitinero y su jefe de prensa como quien ventila un gas, que espera los fríos de diciembre sin entrar al quite del «gobierno o censura» hasta que arriba dicten la orden, mientras el Ciudadano Lorenzo esconde el trasero (o la espalda) al tiempo que estudia el guión en proceso de la tercera película de la saga de Martínez Lázaro.

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