Fernando Sicre - OPINIÓN

Lo que no se dice y lo que se dice

El lenguaje puede llegar a ser un instrumento muy peligroso

Fernando Sicre
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Lo políticamente correcto o la enfermedad que se expande como pandemia entre políticos nuestros de cada día, o sea, todos, limitan sus alocuciones a describir la afiliación o adhesión con la ortodoxia política o cultural. La corrección política solo admite la descripción de aquello que no pueda causar ofensa o ser rechazado por las llamadas «buenas practicas» circunscritas a lo políticamente admitido. Sin embargo, su locución es utilizada en sentido peyorativo, cuando menos irónico. Porque se parte de un error de concepto, en cuanto que considera el lenguaje como creador de realidades y no sólo como instrumento descriptivo. De ahí, que en la contienda política se enuncien títulos vacíos y grandilocuentes, que describen líneas programáticas, sin el menor sustento y fundamentación.

Para que no nos queden dudas al respecto, el término «corrección política» proviene del marxismo-leninismo y alude a la línea de pensamiento partidaria apropiada. Es decir, la que imponía el manifiesto comunista y demás propaganda comunista oficializada por la estructura del ‘único partido’, el que defendió como dogma la dictadura del proletariado. En la década de los años 70, se inició una transición terminológica, auspiciada por la nueva izquierda de entonces, los movimientos feministas y progresistas, que comenzaron a usar la expresión ‘políticamente correcto’, para referirse a su propia ortodoxia, en un intento de cambiar la sociedad. El lenguaje puede llegar a ser un instrumento muy peligroso, sobre todo cuando se ideologiza al extremo de impedir la transmisión del conocimiento universal, objetivo e independiente del contexto.

Ahora en plena campaña, constatamos que los debates se han convertido en la exaltación de la corrección política. Dos cuestiones al respecto: en primer lugar, la problemática del desempleo y sus antídotos en forma de propuestas y en segundo lugar, la defensa enaltecida de la igualdad de género, como principio básico constitucional, que al traspasar los límites de la corrección política, cuando lo dicho es absolutamente coherente, ha sido «reinterpretado» por su propia dicente y demonizado por todos los demás, incluidos sus propios correligionarios.

Dice ese señor alto llamado Sánchez que lo primero que hará será derogar la reforma laboral y plantear un nuevo Estatuto de los Trabajadores. A continuación, se limita a enumerar las razones por las que llevará tal actuación, sin un ápice de justificación científica que convenza de sus bondades reales, que no pueden ser otras que la creación de empleo, consecuencia de la generación de riqueza. Ese que nos observa casi desde el cielo, en compañía de ZP contador de nubes, ese que se erige en el más alto, manifiesta vagamente y con poca altura intelectual que hay que devolver la causalidad de los despidos…recuperar la protección judicial a los trabajadores…evitar salarios de miseria…acabar con los recortes de derechos de los trabajadores…recuperar la negociación colectiva… Pero omite decir que para que se cree empleo es necesario crecimiento económico sostenible, un marco flexible de relaciones laborales, estabilidad política y el compromiso social indubitado de sindicatos y patronales. Debe ser que en las alturas, el déficit de oxigeno impide el buen uso de la cabeza para la reflexión y el uso de la razón. Termino afirmando, pisando tierra firme y desde el nivel del mar, mi apoyo a Marta Rivera, que planteó la igualdad de todos los españoles, como premisa indiscutible.

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