FELICIDAD RODRÍGUEZ

Nivelazo en la universidad

Lo paradójico es que los energúmenos encapuchados que impidieron que se ejercitara la libertad de expresión lo hicieron enarbolando su derecho a expresarse.

FELICIDAD RODRÍGUEZ
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a libertad de cátedra es uno de los derechos protegidos por nuestra Constitución. De esta manera, se asegura, como señala la Unesco, la libertad de enseñar y debatir sin verse limitado por doctrinas instituidas. En la Universidad, ese derecho se traduce en la libre expresión de planteamientos teóricos y metodológicos sobre la materia de la que se trate o en la transmisión, y debate, de ideas científicas, técnicas, sociológicas, ideológicas, culturales, artísticas o de cualquier índole que tenga que ver con la Academia.

Imaginen que en clase se están abordando los posibles tratamientos para la osteoporosis y, de repente, le prohíban a uno seguir con el tema porque la materia en cuestión podría poner de manifiesto diferencias sexistas imperdonables.

No ha ocurrido, que yo sepa, por el momento pero quién sabe si no nos llevamos más de una sorpresa en un futuro no muy lejano.

Si ese boicot sería una barbaridad en un tema médico, también lo es el que pudiera darse en cualquier otra temática menos técnica. Porque, como bien señala el Tribunal Constitucional, la libertad de Cátedra es una proyección de la libertad ideológica y del derecho a difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones que cada profesor asume como propias en relación con la materia objeto de su enseñanza.

Uno pudiera pensar que esa libertad queda limitada a los cursos semestrales o anuales pero resulta que, en la actualidad, la docencia universitaria no se reduce a la organización clásica sino que incluye otras actividades, como jornadas, ciclos, mesas redondas etc. que, en muchos casos, permiten al estudiante conseguir los créditos de libre elección necesarios para obtener su Título.

Cabe, pues, preguntarse si la libertad de Cátedra ampara a los ponentes de esas actividades. Lo que está meridianamente claro es que están definitivamente amparados a ejercer su derecho a la libre expresión, ese otro Derecho que protege el que uno no sea molestado a causa de las opiniones que pudiera tener pero que, además, protege la libertad de investigar, de recibir información, de intercambiar opiniones, o de difundirlas; y así lo indica expresamente la Declaración Universal de Derechos Humanos. Algo que, en Cádiz, supongo tenemos todos muy claro; no en vano aquí se reconoció, por primera vez en España, la libertad de prensa. Pues bien, ese Derecho se dinamitó hace unos días y, para mayor escarnio, el escenario fue la Universidad.

Lo paradójico es que los energúmenos encapuchados que impidieron, porque realmente lo lograron, que se ejercitara la libertad de expresión, lo hicieron enarbolando su derecho a expresarse. ¡Manda narices! Ahora resulta que eso de la libertad de expresión es la que excluye a las de todos los demás que pudieran discrepar de la mía.

La prueba del algodón se produjo unos días más tarde cuando los mismos, o sus adeptos, recibieron al grito de ¡guapa! a una conferenciante que apoya sus planteamientos ideológicos. Un adjetivo, como vemos, muy universitario, académico y científico para destacar el conocimiento de una ponente sobre la materia en cuestión. Lo grave, realmente, es que no se impidió que unos pocos, con violencia e insultos, amordazaran la voz de otros; y lo triste es que eso ocurra en la Universidad.

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