José Landi

Franco. Presente

El tiempo resulta elástico, líquido. Ya lo escribió el genio González (Enric, no Jorge Alberto)

José Landi

El tiempo resulta elástico, líquido. Ya lo escribió el genio González (Enric, no Jorge Alberto). Por poner, 40 años pueden ser una eternidad o un eructo. Franco está empeñado en superar a Chanquete en lo de morirse todos los años y nunca nos reponemos. Jamás superamos el duelo (unos contra otros). Mira que hubo quién ya lo lloró, tantos como alegres descorchadores. Allí seguimos. A ver si lo vamos a superar de pronto y nos quedamos sin excusa universal para las patrias, las banderas y las etiquetas identificativas.

La Transición la hemos mandado a revisión. Como todo lo que hace por necesidad y miedo, por supervivencia, conviene respetarlo y comprenderlo como si lo hubiera hecho cada uno. De hecho, así fue. O será. Date tiempo.

Una parte (los aplastados) puso la generosidad por tal de resguardar a sus hijos. A los de todos, hasta a los impunes. Éstos, los autores y sus comprendedores, estrenaron entonces esa sonrisa burlona que tienen los privilegiados, los que siempre se las apañan para llevarse bien. Lo que haya que llevarse. Los que te miran la cara reventada y se ríen relajados: venga, que han sido un par de hostias, no habrá sido para tanto. Nunca piden perdón. Ni quitan ese gesto con el que pretenden quitarle hierro a la bota. En todos los países hubo guerras y atrocidades. Quizás aquí fueron a cámara lenta, no de gas. Duraron mucho. 40 años. Tantos que el ardor de estómago dura otros tantos. No digerimos. No somos capaces de acordar –ni al margen de los tarados extremos– que fue una barbarie larga vestida de calle, de normal. Pasó en todos los tiempos y en todos los lugares, nos dicen. Pero criminal, contestan. Cada uno tiene la memoria que quiere o puede, unas más largas que otras. Los que sonríen, hijos y nietos de los comprensivos, recuerdan que fue largo, sí, algo molesto, pero inevitable, hubo cosas buenas, ya pasó, ea, ea...

Altivos y mangantes, provocaron el brote de los nuevos profesionales de la indignación, la pose y el eslogan. Los chinorris que han obrado el milagro de contener más rencor que sus padres y abuelos juntos pese a que sólo han conocido una democrática vidorra de comodidades inimaginable por sus predecesores. Vendetta generacional. Ahora ya no tienen miedo a qué dirán los militares pero resulta que han pasado 40 años e igual no quedan tantos. Por más que les gustaría para cumplir el sueño de tener su revolución de claveles y un mayo del 68 cada tres meses, una batallita que contar como les contaron. Que la pereza es madre de todos los vicios, a ver si de fácil y sencillo, por más dinero que les hayan robado, se les va a ir la vida sin vivir.

Espero que nuestros hijos no estén así dentro de 40 años, ni riendo crímenes ni atragantados. Espero que nos hayamos apañado para poder tener un país y digerir su historia, sin exceso de vergüenza ni de orgullo, como muchos. La perlita que cubre los muros de cada patria está hecha con calaveras si te acercas. Ni el culo del mundo que dicen tantos rebeldes con causa -master y iPhone- ni el centro del universo que cantan marciales los leales al reglamento en vigor, que también tienen causas.

A los nuevos indignados crónicos les gusta dolerse de cualquier dolor más que al golpeado. Son muy sentidos. Tampoco toleran la duda, ni el humor. Tienen como ídolos a sátrapas de medio mundo, crueles asesinos como el que se volvió a morir esta semana. Pero si llevan estrella de cinco puntas, les parecen cuquis los dictadores. Así que cuando llega un 20 de Noviembre, como siempre y sin tarjeta, te dejan un ramillete de gestos respetables e inservibles. Porque los gestos no tienen que servir. Como cambiarle el nombre a una calle. Cada uno es dueño de su memoria y si alcanza la mayoría... Los nostálgicos, los normales que nunca quieren líos les gritan "dejaros de cambiar nombrecitos y a trabajar". Ni son nombrecitos ni cambiarlos es incompatible con cualquier tarea. Otra cosa es que a un grupo de concejales se le dé bien lo primero y apenas tengan ideas o fuerza para lo segundo.

Ya sé que todos seguirán diciendo Canalejas, o el estadio, o el puente o el trofeo. También sucede con la plaza de toros sin que nadie guarde reproches al pobre Asdrúbal (otro santo). Habrán de entender también, los cambiadores, que preocupen más los indigentes anclados o la cantidad de locales cerrados en la avenida Ramón de Carranza/Canalejas/avenida 4 de diciembre (muere un malagueño). Ojalá la labor ejecutiva fuera simultánea a los cambios de nombres, compatible, ojalá fuera a compás. Muchos de los que les votaron, seguro, esperaban mucho desvelo por el presente con unas gotas de obsesión por el pasado, reciente o no. La proporción ha resultado la contraria. Conviene mirar por los retrovisores al conducir pero parece suicida dejar de mirar hacia delante horas y horas, dos años y medio ya.

Para el cambio de nombre del estadio, que lo tengo que ver, una idea: vamos al origen real del apellido, un valle vizcaino llamado Karrantza. Respetamos la grafía euskera así hacemos honor a la plurinacionalidad y obviamos a los criminales invasores españoles sin olvidar del todo al que fuera alcalde por gracia de Dios. Aunque me sucede lo mismo que con Canalejas: más que el debate nominal, me interesa si se puede recuperar parte del inmenso dineral que costó aquello, cómo va lo de los locales y el hotel o si se le puede dar mayor uso público a tan enorme recinto, más allá de que un equipo de fútbol (por más que sea el mío) juegue allí cada 15 días a cambio de una moneda al mes.

Debo de ser un raro, blando, un equidistante, un botifler, un facha, un rojo o un maricón. Perdón, quería decir miembro del colectivo LGBTI.

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