Festival de Circo

«En esta ciudad nunca faltan los magos, los acróbatas, los forzudos, los tragasables, los tirititeros, los zancudos y los payasos»

Siupongo que debe existir un nombre para los que sentimos cierta aprensión o aversión por los circos, igual que existe un término para cada una de esas fobias irracionales que atesoramos los humanos y que nos hacen aún más animales –entiéndame bien– de lo que ya somos. Está aceptado el término coulrofobia para el miedo a los payasos, del que se ha nutrido, y bien, durante años, el cine de terror. Es un terror avalado por la universidad británica de Sheffield que, tras un pormenorizado estudio, concluyó con que a buena parte de la sociedades, en todas las culturas, les desagradan los payasos, quizá por aquello de la «disonancia cognitiva» de la que hablaba Freud –siempre hay que volver a los clásicos- y que no es otra cosa que una reacción de desconfianza de nuestro cerebro al detectar algo que lo desconcierta. Biología, por tanto.

Nunca me gustaron los circos. Y aunque, más que miedo, me producían algo parecido a la tristeza, nunca conseguí reconciliarme con el espectáculo más grande del mundo, ni siquiera cuando año tras años me llevaban al ‘Circo de los muchachos’ que es una cosa tan antigua, que ni usted mismo se acordará, pese a que es el antecedente directo del alabado ‘Circo del Sol’. No he soportado nunca el circo, ni con animales –ese todavía menos- ni sin animales. Ni con trapecistas, ni sin ellos. Ni con equilibristas que luego vendían palomitas por las gradas, ni con domadores que previamente estaban en la taquilla. Lo siento mucho, porque no es muy políticamente correcto decir estas cosas, y mucho menos ahora, cuando la oferta cultural de verano en nuestra ciudad se va a ver reforzada por un Festival de Circo Contemporáneo.

Y eso que el circo en Cádiz tampoco ha tenido nunca buena prensa, para qué vamos a engañarnos. Traía el levante, decían, y también traía pulgas, cuando los instalaban en cualquier descampado de la ciudad. Claro que eran circos de muy medio pelo, con carpas remendadas, con payasos de barriadas, y con animales atontados -menos mal que, afortunadamente los circos con animales no solo están prohibidos, sino que están considerados una auténtica aberración, casi tanto como los zoológicos- que pasaban con más pena que gloria por nuestra ciudad. No ha sido Cádiz, por tanto, nunca una ciudad circense. En ese sentido, claro está.

Porque de circo sí que sabemos bastante por aquí. De hacer equilibrios y de movernos por la cuerda floja, de columpiarnos bastante y a bastante altura, de hacer malabarismos, y de sacar conejos de las chisteras. De hipnotizar –o de intentarlo- al respetable, de hacer escapismo, de tragar sapos y culebras… ¿lo va entendiendo, no? Porque en esta ciudad nunca faltan los acróbatas, los forzudos, los magos, los malabaristas, los tragafuegos, los ventrílocuos, los tragasables, los titiriteros, los enanos –no es incorrección-, los gigantes, los zancudos y los payasos. Sobre todo los payasos.

Payasos de «cara blanca», con trajes brillantes y serios, aparentemente dignos y autoritarios. Guapos, elegantes, petulantes, maliciosos… Payasos «augustos», de nariz roja y colores estridentes, zapatos enormes, tan impertinentes e incorrectos que desestabilizan al de la cara blanca y desbaratan todas sus iniciativas, un payaso catastrófico. Y junto a este, el «contaugusto», el payaso torpe que no entiende nada, que lo olvida todo, que cambia las palabras y que entorpece cualquier actividad; y el «Tony», el payaso bobalicón que siempre anda rodando por el suelo, enredándose en sus propios pies y provocando las carcajadas del público, con un traje que le queda demasiado grande, o demasiado pequeño. Sin olvidar al “vagabundo”, el payaso solitario y silencioso que luce un vestuario viejo y desgastado, y el «mimo» que no abre la boca y que intenta pasar desapercibido. Luego están, el payaso que llora con todo, que aúlla casi, el payaso que va de listo y se la dan siempre en el mismo sitio, el que canta canciones absurdas y el payaso pelota del presentador del circo ¿Los ha reconocido a todos, verdad? Yo también, porque tal vez ahí está la explicación de por qué no hemos sido una ciudad muy amante de circo, y es porque somos, directamente, un circo. Y siempre nos crecen los enanos, o los trepadores de árboles que luego no saben cómo bajar y los tienen que rescatar los bomberos.

Por eso no me extraña que la apuesta municipal del verano sea el Festival de Circo Contemporáneo Alehop. Catorce espectáculos circenses que se desarrollarán en espacios de gran formato, mediano formato y pequeño formato, como anuncia el programa. Desde Cortadura hasta la plaza de Mina, para todos los públicos, para niños y mayores, con pasacalles y con muchísimas sorpresas.

Visto así, hasta ganas me dan de reconciliarme con el mundo del circo. Lo mismo no es necesario buscar el término para definir la aversión por el «mayor espectáculo del mundo». Será del 11 al 14 de julio, y aún habrá que esperar unos días para conocer más detalles de la cita del verano.

Aunque para ir abriendo boca, el sábado que viene empieza nuestro circo particular, ya sabe, el de San Juan de Dios. Y la cosa promete.

Pasen y vean.

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