Yolanda Vallejo - Hoja Roja

Yo me he enamorao

Me encanta el entusiasmo de nuestro alcalde. Tanto el entusiasmo escrito, como el verbal, y su peculiar manera de vender humo

Yolanda Vallejo
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Hay en Cádiz una serie de mitos o leyendas urbanas que se han ido transmitiendo de padres a hijos y que conforman parte de la identidad cultural de esta ciudad. Por citar algunos –y aún sabiendo que el catálogo es inabarcable y además está siempre en constante crecimiento- citaré la receta del paté de cabracho de El Faro, el paradero de Los Mojosos, el origen acaudalado del Troy, y por supuesto, la ubicación del museo del Carnaval, al que venimos dando vueltas desde dos décadas. El año que viene –lo digo por si no hay otro bi o tricentenario que celebrar- se conmemoran los veinte años del proyecto inicial. Aunque como usted, el tango y yo sabemos, veinte años no es nada, y mucho menos en esta ciudad donde, como promedio, se tardan tres lustros en poner en pie cualquier cosa y otros quince en inaugurarlo.

En fin.

Cuenta la leyenda que en 1998 la Consejería de Cultura aprobó una serie de actuaciones necesarias para que se constituyera la «Fundación 1884 Casa Museo del Carnaval de Cádiz», cuyos patronos eran el Ayuntamiento, la Diputación, la Junta de Andalucía, la Universidad, Unicaja, Cajasol y la Asociación de Autores del Carnaval; algunas variantes de la tradición oral también citan al Cádiz C.F., entre la nómina de patronos, aunque los textos fijados por escrito no hacen alusión al mismo. La fundación de nombre rimbombante, se reconoce formalmente en 2002, año en el que se inician las negociaciones para dar forma y fondo al proyecto, un edificio «que contará con numerosas salas temáticas dedicadas a la fiesta, el disfraz, el Falla, la calle…» hi hi hi, que le diría Selu a Juan. No me recrearé mucho en los pormenores que usted y yo conocemos, pero sí le recordaré que en 2006 el Ayuntamiento convoca un concurso de ideas para el museo que ganaría Rafael Giles –quien en 2015 aún andaba reclamando una indemnización municipal- con un proyecto pensado para la plaza de la Reina, una vez derribado el instituto que allí había.

Tiene tela se llamaba el proyecto. No sabían cuánto. En la plaza de la Reina instalaron unos columpios y un par de toboganes y empezaron a hablar de la plaza Guerra Jiménez – donde luego también pondrían columpios y toboganes, no sé si tendrá algo que ver- como ubicación ideal para el museo del Carnaval. En esta época ya habían desaparecido unos cuantos patronos y el resto estaba con un pie fuera cuando el Ayuntamiento planteaba en 2013 –pasado el tren del Bicentenario, ‘of course’- la disolución de la fundación de rimbombante nombre. Se hablaba entonces de «redimensionar» el proyecto del museo haciéndolo más íntimo y familiar, como las primeras comuniones durante la crisis, ya usted sabe a lo que me refiero. Un horror vacui de estar por casa, veinte tipos,-el gorro de La mar de coplas, por supuesto- veinte carteles, veinte libretos, veinte cintas del Melli, un plumero, un antifaz, y vámonos que nos vamos… Muy Cádiz, todo hay que decirlo.

Y cuando parecía que el museo estaba ya durmiendo el sueño de los justos, y nadie hacía ruido para no despertarlo, llegó Susana Díaz con un millón de euros –vamos a ver en cuánto se queda- y de pronto, nuestro alcalde, descubrió que se había enamorado. Muy bonito, en la semana de san Valentín y todo. «Es el sitio, lo veo» comentó ensimismado en el palacio de Recaño, donde parece que ahora se va a ubicar el museo del Carnaval, o mejor dicho, el Centro de Interpretación del Carnaval –lo de museo ya nos quedaba chico-, un lugar en el que «se pueda viajar por el tiempo a través de nuestras coplas»; qué bonito, ío, cerca la plaza, de la Viña, del Falla, del Mentidero, en el corazón mismo de las ilegales… ¿cómo no se le había ocurrido a nadie antes? ¿en qué estarían pensando? No hacía falta nada más que recorrer el palacio para caer rendido a sus encantos.

Porque como diría el Sheriff es tan bonito el edificio, «que no hay quien pase por su verita sin piropearle», y el museo va a tener de todo, por aquello de que «no nos falte de ná»: hasta un estudio de grabación en el aljibe –sí, sí, ha leído bien- , una recreación de Los Pabellones con su rincón del Veneno incluido, actuaciones, biblioteca, archivo, y un mostrador para que la gente se deje allí los nudillos. Le faltó un lavaero en la azotea, pero siempre estamos a tiempo, y si se aceptan sugerencias, pues «ahí la llevas».

A mí, usted lo sabe, me encanta el entusiasmo de nuestro alcalde. Tanto su entusiasmo escrito, como el verbal, y su peculiar manera de vender humo. Ea, yo me he enamorao y con eso está todo dicho.

Y no. Desafortunadamente, el museo del Carnaval es todavía un anteproyecto que necesita aún la adecuación del edificio, la redacción del relato museístico, la concreción de los fondos –aunque el gorro de La Mar de Coplas va fijo- y sobre todo la financiación del mismo, porque esa lluvia de millones ya la hemos visto evaporarse muchas veces. Como siempre, una cosa es el deseo y otra la realidad.

Yo no sé si algún día llegaremos a ver el museo del Carnaval abierto. Lo que sí espero es que a nuestro alcalde no se le rompa el amor, -de tanto usarlo- y al final esto sea el parto de los montes. Y tiene toda la pinta.

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