EL APUNTE

El brexit de la gente

Las llamadas a la calma y la fuerza de la sensatez ciudadana contrastan con los planes temerarios de algunos dirigentes políticos

Los ciudadanos suelen ir por delante de sus instituciones. Hace muchos años que los residentes en Gibraltar y los vecinos de la comarca gaditana colindante mantienen una relación cotidiana en todos los frentes posibles, desde el laboral, al comercial, el familiar y el turístico. La inminente amenaza de un Brexit brusco, sin acuerdo ni previsión, tampoco supone una amenaza para esta certeza. El ministro de Gibraltar y el alcalde de La Línea se mostraron ayer confiados. Al igual que la Junta de Andalucía. Consideran todos estos dirigentes que hay más medidas preventivas de las que Londres cree , que el caos que anuncia un informe oficial inglés no será tanto, que la sensatez de la vida cotidiana de los ciudadanos sabrá resistir primero e imponerse, después.

Sin embargo, esa normalidad es entendida como un atentado por numerosos gobernantes británicos, obsesionados con mantener unas peculiaridades que sólo son beneficiosas para una minoría y que consisten básicamente en imponer otras reglas del juego.

Cada tanto tiempo, esos dirigentes tensan la cuerda para recordar las diferencias que tanto les convienen y les importa poco arrasar con todos los vínculos, ellos van a lo suyo. En el caso de Gibraltar, España se ve obligada de forma cíclica a defender a sus pescadores, a los trabajadores que van a la colonia y a los funcionarios públicos que vigilan una de las pocas fronteras terrestres que aún sobreviven en la Península Ibérica.

La única fórmula para hacerlo es recordar precisamente esa condición, la fronteriza, que se traduce en mayores controles en el paso de personas y vehículos de un lado a otro. Cuando ejerce esa obligación, lamentada históricamente, tanto los dirigentes gibraltareños como los británicos se echan las manos a la cabeza y se hacen las víctimas para poder perpetuar las prebendas con las que juegan, desde siempre, en el tablero geopolítico y estratégico de Europa. Mientras vuelve a resolverse el pulso, en el que el Gobierno provisional de Sánchez no hace más que cumplir con sus obligaciones con la prudencia, quizás excesiva, que siempre se aplica al Peñón, son esos miles de ciudadanos los que pagan las consecuencias , bien por no poder pescar para sobrevivir, bien por no poder ir y venir durante sus jornadas laborales o sus viajes particulares.

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