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Julio Malo de Molina

Alborada en Brasilia

«Creo que todos los buenos arquitectos europeos van allá a copiar»

Julio Malo de Molina
CÁDIZActualizado:

Cuando al alba del 1 de enero 2003 el veterano sindicalista Lula tomó posesión de la presidencia de la República Federal de Brasil en la Plaza de los Tres Poderes de Brasilia, Oscar Niemeyer ya con 95 años temblaba de emoción al presenciar la marejada de banderas rojas; durante la dictadura militar no se le permitió visitar ese espacio que él había concebido y entonces realizó un dibujo que representaba el lugar colmado de gente con el texto: «un día el pueblo estará presente en esta plaza». El presidente del Senado le citó en el bullicioso acto y alabó su arquitectura supeditada al compromiso social: «lo importante es la vida y este mundo injusto que necesitamos reformar» había escrito hace mucho el arquitecto, quien al ser detenido tras el golpe militar de 1964 respondió a una pregunta de la policía política: «Pretendemos cambiar la sociedad», y aquella luminosa aurora del verano austral Lula comenzó así su discurso: «el gran deseo de Brasil es el cambio».

El Comité de la Unesco reunido en Estambul del 10 al 16 de julio acaba de decidir la declaración como Patrimonio de la Humanidad del Conjunto Arquitectónico Moderno de Pampulha proyectado y construido durante los años cuarenta por Oscar Niemeyer, en Belo Horizonte (Brasil), una de sus primeras obras en las cuales aplica los principios del Movimiento Moderno. Esta declaración supone el reconocimiento internacional a la extensa y exquisita obra del arquitecto brasileño fallecido en 2012 a punto de cumplir los 105 años de edad, aún trabajando en su despacho de Rio de Janeiro donde recibía gustosamente a quienes acudían desde todas las partes del mundo para conocer al venerable maestro. Niemeyer nació en Río en 1907 y pertenece a ese grupo de profesionales brasileiros que sorprenden al mundo por la calidad de sus obras vinculadas a un compromiso político de izquierdas, apoyado por los gobiernos progresistas del Brasil de los años cincuenta y sesenta, entre los cuales destaca el proyecto de Brasilia como moderna capital de la República Federal. Militante del Partido Comunista de Brasil, en 1962 es homenajeado a la vez por estadounidenses y soviéticos, ya que es nombrado miembro honorario del Instituto Americano de Arquitectos y recibe también el Premio Lenin de la Paz. En 1964 un cruento golpe de estado militar termina con los gobiernos socialdemócratas, liquida los proyectos progresistas, y asesina o encarcela a sindicalistas, profesionales y políticos de la izquierda. Niemeyer es detenido en 1965 y su estudio destruido. Se exilia a París en 1966 y en su nuevo despacho europeo proyecta obras de gran interés, como la sede del Partido Comunista Francés que se considera uno de los edificios modernos con mayor interés de la capital francesa, así como la Universidad argelina de Constantina y la Mezquita de Argel. Con la recuperación de la democracia en Brasil regresa a su país donde continua su labor durante largos y provechosos años.

Hace ya algún tiempo mi amiga y excelente arquitecta Lola Alonso viajó a Brasil y regresó impresionada:«creo que todos los buenos arquitectos europeos van allá a copiar». Pude comprobarlo luego y más ahora que mi hija Helen ejerce en Sao Paulo. La arquitectura paulista de hormigón contiene una sorprendente cantidad de verdad y de belleza. No sólo en la obra del centenario Niemeyer, sino también en la de sus compañeros, en especial: Lúcio Costa, Alfonso Reidy, Lina Bo Bardi, Vilanova de Artigas, y Mendes da Rocha a quien acaba de homenajear la Bienal de Venecia.