Francisco Apaolaza

Adelantar el tiro

La caída del imperio nos está dejando ruedas de prensa mágicas

Francisco Apaolaza
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Desde Génova salió la nota de sorpresa como un tiro. A Pepetó, como le conoce la prensa granadina, lo derribaron en directo y lo dejaron seco en el aire como una perdiz en un ojeo. «Ah, pues muy bien ya hablaré con ellos», respondió cuando una periodista le contó allí en medio de la comparecencia que el PP le había quitado el carné de militante. En realidad ya habían hablado. En política siempre hay que adelantar el tiro. El lance que le cortó el vuelo puso la guinda a una rueda de prensa gloriosa en la que el primer edil de Granada se quejaba de cómo doce policías habían montado el circo en su piso «pequeño» -de 120 metros cuadrados, aclaró-, y que le habían quitado hasta el teléfono.

La oronda campechanía y la sencillez impostada del alcalde llevaban prendido el aroma lejano de aquellas intervenciones que hacía Jesús Gil en el ‘yacusi’, cuando España era aún tan joven e ‘Imperioso’ hacía cabriolas. «Parece que me acusan de todo salvo de matar a Manolete», dijo Torres Hurtado en pleno ataque de cuernos.

La caída del imperio nos está dejando ruedas de prensa mágicas. La última ha sido la del ministro Soria, llamando a la fiscalía de la Audiencia Nacional para que investigue la misteriosa aparición de su nombre en una ‘offshore’ de Panama, como el que llama a la pizzería y pide una cuatro quesos, masa fina. De aquella época del ‘gilismo’ marbellí en Telecinco y los pelotazos como albóndigas en salsa, de ese tiempo en el que los delanteros eran tan peludos y la vida tan sencilla, ha vuelto a escena Mario Conde, que no teme encasillarse en el papel de mangante. Conde pasó 14 años en la cárcel por el caso Banesto, pero salió sin despeinarse. Con esa buena planta que tiene, el yerno de España, figura central del ‘business’, se cayó con todo el equipo, y de los dineros, como de los círculos de Podemos, nunca más se supo. En su vuelta a la superficie de la honorabilidad esbozó frases que ahora resultan antológicas. En estos años, Mario Conde fue a las tertulias a decir cosas, algunas geniales como cuando se quejaba de que en España se había sustituido «las convicciones por la conveniencia». Ahora el juez Pedraz lo ha enviado a la cárcel por presuntamente repatriar trece millones de euros de ocho países desde 1999 y hay sospechas de que esa fuera la pasta de Banesto. Su abogado ha indicado que es inocente y que el dinero, traído supuestamente de ocho países, provenía de una herencia familiar que, de ser cierta, habría caído muy repartidita. En todo este tiempo, el insolvente Mario Conde nunca perdió la gomina y la magia de la palabra. Se había convertido incluso en la última cocacola del desierto de una parte de la derecha española, aunque otra parte sospechara que algún día terminaría por caer fulminado en vuelo, como Pepetó. Parecía imposible tanta jeta, pero los límites de la vanidad son inalcanzables. En una ocasión, el empresario gallego se excusó con antelación, lo que es un ejercicio de habilidad. Dijo: «El día que escarmiente habré dejado de ser español, cosa que es imposible, o habré muerto». También sostuvo que «la inmoralidad ha preñado la sociedad española» y la UDEF cree que lo decía con conocimiento de causa.

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