OPINIÓN

Adiós al Indiana Jones gaditano

«Ha llegado la hora de apostar por los que más saben y no por los que más ruido hacen para hacer creer que saben»

Javier Fornell

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La vida es una ruleta rusa que, a veces, dispara con balas envenenadas. Eso le ha pasado a Eugenio Belgrano, durante años adalid de la cultura histórica gaditana, que ha visto cómo su aventura le puede costar cara en los tribunales. No en vano, el destrozo de Patrimonio Histórico es algo que en este país está, incluso, penado con cárcel. Eugenio, que ahora se presentaba a alcalde y que tiene buenas cosas como persona (en pandemia mostró su lado más generoso en muchas ocasiones) ha pecado de creerlo todo. Y eso le puede costar caro.

Por supuesto, lo que le ocurre no es una caza de brujas de otros partidos para cortar su meteórica ascensión política –de esto ya he dado mi opinión demasiadas veces–. Detrás de la demanda del Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras, de varias parroquias y de la propia Fiscalía, lo que se esconde es un error propio de nuestro país: creer que todo vale. Y no, no todo vale. No vale creerse Indiana Jones sin saber quién es Gordon Childe. No vale ejercer de arqueólogo sin serlo, como a nadie se le ocurriría recurrir a un higienista dental para operarse un pólipo en las cuerdas bocales.

El destrozo en el patrimonio es irrecuperable. Ya no se pueden volver a reconstruir las criptas del pasado, igual que no se puede recuperar la información perdida en excavaciones sin papeles realizadas por personal sin cualificación. Eugenio se presentó durante años como el principal defensor del patrimonio escondido bajo el subsuelo gaditano, enfrentándose a otros como Germán Garbarino (del que también habría mucho que hablar); pero también creyéndose superior a los que habían (hemos) gastado muchas horas y años de nuestra vida para formarnos como historiadores y arqueólogos, con muchas horas de investigación a nuestras espaldas y aprendiendo de quienes saben más que nosotros. Por otro lado, no se puede negar que Eugenio Belgrano ha hecho algunos favores a nuestro pasado, divulgando y defendiendo nuestro patrimonio –curioso, ese que el mismo destrozaba por detrás–. Pero sentaba un peligroso precedente: cualquiera con capacidad de meterse en un hoyo podía creerse arqueólogo. Y lo hacía con consentimiento de los propietarios de las fincas (o de los responsables parroquiales), llegando a poner en peligro a todo un vecindario cuando, por ejemplo, topó con dos granadas de la Guerra Civil.

A Eugenio, su capacidad de meterse en los túneles locales le valió para recorrer el mundo dando conferencias, mientras la prensa local le reía la gracia y lo encumbraba como adalid y conocedor de nuestro pasado y patrimonio. Algo bastante común en esta tierra nuestra en la que la profesionalidad, muchas veces, queda a un lado en busca de la popularidad.

Ha llegado la hora de apostar por los que más saben y no por los que más ruido hacen para hacer creer que saben. Por recuperar el valor del conocimiento frente al clic en redes sociales. Eugenio es el clic, pero también debería ser el último de una larga lista de «sabios sin control».

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