Ay, la xenofobia...

Tras poner a parir a los inmigrantes de la UE, el Reino Unido reconoce que trabajan más y mejor que los locales

Luis Ventoso

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Nada más parecido al enajenamiento transitorio catalán que el Brexit. Ambas fueron pataletas nacionalistas, con las que se desfogó el malestar por la resaca de la crisis de 2008. El argumento es idéntico: somos los mejores, el pueblo elegido, pero arrastramos problemas porque un enemigo exterior nos está cortando las alas. En Inglaterra el ogro era el paquidermo bruselense, la UE. Para el separatismo Catalán se trataba de España, que robaba a los probos catalanes (el tiempo ha demostrado la necedad del argumento: en cuanto se ha amagado con romper con los españoles la economía catalana trastabilla). Inevitablemente, los movimientos cimentados sobre el prejuicio de que existe un pueblo superior acaban adquiriendo un soniquete xenófobo. El rechazo más o menos disimulado hacia «los de fuera» lo tizna todo. En el Reino Unido el odio al extranjero constituyó el nutriente de la campaña del Leave. El ultra populista Farage llegó al extremo de empapelar el país con carteles de colas de inmigrantes sirios, que según él se aprestaban a invadir la verde Britannia. También hubo caña xenófoba contra los trabajadores de la UE, en especial los polacos, rumanos y búlgaros, a los que se acusaba de robar los empleos de los buenos ingleses y colapsar sus servicios sociales. Tal argumento resultó crucial para la victoria brexitera.

Pero la xenofobia no aguanta un pase bajo la lupa de la razón. Ante su salida de la UE, el Gobierno británico ha encargado un estudio para saber qué opinan sus empresas sobre los inmigrantes comunitarios. Han entrevistado a directivos de 400 compañías y los resultados son sorprendentes (al menos para los brexiteros). Los empresarios británicos prefieren a los currantes comunitarios antes que a los locales. ¿Por qué? Pues porque tienen «una ética de trabajo más consistente», «están más motivados, son más flexibles y su preparación es mayor para las labores que desempeñan». La réplica parece fácil: ¿No será que simplemente les salen más baratos? «No es por los salarios -aclaran-, sino porque son más trabajadores y tienen más conocimientos». Resumen: los vilipendiados polacos curran más que los ingleses, quienes poseen muchas virtudes, pero son también maestros consumados en las artes del cuento y la autopromoción.

Un amigo londinense me contó la anécdota de un emprendedor croata que montó una pequeña firma de construcción en la capital. Contaba en su plantilla con albañiles polacos e ingleses. Los polacos se atiborraban de horas extras, con el consiguiente beneficio para el constructor, que entregaba antes las obras, y para ellos, que ganaban mucho más. Los peones ingleses se quejaron de los emolumentos crecientes de sus compañeros del Este. Su jefe les respondió que lo tenían tan fácil como hacer también ellos horas extras y fines de semana. Se pusieron al tajo. Y renunciaron en cinco días. El informe del Gobierno resalta también que sin la denostada ola de comunitarios el Reino Unido tendría en veinte años un serio problema demográfico en Gales, Irlanda del Norte, Escocia y el Norte de Inglaterra, que menguarían.

Ay, la xenofobia y los lacitos amarillos...

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