Mayte Alcaraz

El silencio de los consellers

Como algunos empresarios, hay miembros del Gobierno de Mas que callan por miedo

Mayte Alcaraz
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Hay cuatro consellers de Artur Mas que no entienden nada de lo que está haciendo el presidente que los nombró. Callan (en público), pero eso no quiere decir que otorguen. Andreu Mas-Colell (Economía), Felip Puig (Empresa), Santi Vila (Territorio y Sostenibilidad) y Jordi Jané (Interior) se enteraron por los medios de la resolución independentista en el Parlamento catalán. El grito de Carme Forcadell de «viva la república catalana» les convenció de que la locura secesionista iba en serio. El simple acercamiento a ERC, una formación de extrema izquierda con ningún punto en común con los postulados conservadores de Convergència, les había supuesto un distanciamiento de Mas. En privado y por separado, los cuatro llevaban meses quejándose de la situación, reprochando la falta de debate interno y advirtiendo de la proximidad del precipicio.

Pero ninguno de ellos ha abierto la boca más allá de las filtraciones periodísticas disfrazadas de anonimato. Si esperaban no ser señalados se equivocan, porque el independentismo los va a purgar. Mas-Colell, con el que tuve el gusto de tomar un café antes de los días de ira, es un sólido profesor de Economía que ha tenido que tragar ruedas de molino desde 2012, cuando las políticas radicales de Oriol Junqueras se adueñaron del Gobierno. Con la nariz tapada tuvo que recuperar el impuesto de Sucesiones -que CiU había suprimido tras tildarlo de «confiscatorio»-, instaurar el impuesto sobre depósitos bancarios que Mas siempre se había negado a implantar y gravar con tasas ambientales a los contribuyentes. Se sintió muy incómodo. Pero ni un reproche salió de su boca, ni la renuncia de su firma.

Desde que hace tres años el todavía presidente en funciones emprendió el camino que le llevaría al desafío actual, ni Mas-Colell, ni Jané, ni Puig, ni Vila han sido suficientemente honestos con su electorado. A ninguno le ha podido sorprender que quien juega con fuego finalmente se queme. La política del avestruz no sirve para justificar determinados comportamientos. No se trata de tragar con una decisión con la que uno no está enteramente de acuerdo, o con una declaración política poco justificada, o hasta con una ley contra la que se presentan reparos. Lo que estaba y -ahora más que nunca- está en juego es el respeto a la ley y la lealtad institucional. Un golpe a la legalidad.

El silencio solo lo explica el miedo. De ese sentimiento saben mucho algunos empresarios catalanes que han silbado y mirado al tendido mientras sus dirigentes autonómicos hacían tambalear la seguridad jurídica de su Comunidad. A resultas, los mercados dieron un portazo a Cataluña, que solo se financia gracias a la solidaridad del resto de España. Pero cuando uno no está a la altura moral de un cargo, cuando uno no actúa a conciencia, las consecuencias son más íntimas, más personales. Pero no menos graves.

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