El mayor servicio de Albert

No le gustará, pero es como más ayudaría a España

El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, durante una rueda de prensa en julio ÓSCAR DEL POZO
Luis Ventoso

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Lo habrán notado. No falla. Desde que Sánchez desalojó a Rajoy encamándose con los separatistas, las propuestas de Ciudadanos y PP se han tornado clónicas. Los portavoces de los dos partidos de centro-derecha vienen a decir lo mismo, con matices de estilo oratorio (la escuela mediterránea de Rivera es un poco más melodramática que la popular, más parca y castellana). ¿Qué ha pasado?

Durante el aznarismo se produjo un grave descuido en la vigilancia moral interna del PP, que no supo -o no quiso- expulsar a tiempo a los sospechosos habituales (las andanzas de Fabra, Matas, Correa, Bárcenas o Ignacio González eran la comidilla, pero nadie se tomó la molestia de investigarlas; simplemente se cruzaron los dedos y se dejó hacer). Todo ese magma fermentó y al final eclosionó durante la presidencia de Rajoy, que en realidad pisaba el lodo de la era Aznar (quien jamás ha pedido disculpas). Muchísimos votantes del PP, sobre todo los profesionales jóvenes urbanos, se sintieron abochornados por la cascada de casos de corrupción, algunos tan gruesos como descubrir que el tesorero del partido guardaba en Suiza una fortuna robada. En paralelo, los votantes más ideologizados fueron distanciándose de la asepsia de gestión pura de Rajoy y Santamaría, quienes de manera clamorosa renunciaron a defender un corpus intelectual y moral alternativo al del progresismo obligatorio. En la cuestión mollar de la unidad de España hicieron frente al separatismo, cierto. Pero de un modo cohibido, que entregaba la cancha dialéctica al nacionalismo.

Y ahí ve su hueco Rivera y lo aprovecha con inteligencia. Ciudadanos emergía como una alternativa de centro-derecha limpia, sin mácula de corrupción, y más enérgica en la defensa de la unidad de España, el orden constitucional y la lucha contra el nacionalismo (su punto fuerte, pues en economía son casi un folio en blanco). Además, Rivera era joven, «moderno» y hasta guapete, frente a un Rajoy con porte de señorón de casino. El derechismo chic se llamaba ahora Ciudadanos y el PP sufrió una fuga de votos. Todo ha cambiado con el adiós de Rajoy, valioso, pero con un techo de cristal, y la llegada de Casado. Rivera ya no es el más joven, ni el único elocuente y capaz de emplear una oratoria rotunda contra los separatistas. Casado lo ha privado del monopolio de una derecha renovada y activamente patriótica. Además, Ciudadanos paga el haber contribuido a gestar el histérico clima de opinión que facilitó la celada de Sánchez.

Ciudadanos sigue tachando al PP de «partido corrupto». Pero suena forzado, toda vez que se ha renovado. Rivera habla bien -es su fuerte-, pero ha perdido parte de su razón de ser. Por el contrario, lo que sí se mantiene es que Ciudadanos provoca una partición del voto de centro-derecha, que al final beneficia a Sánchez y a sus aliados comunistas y separatistas. Por eso, y aunque le arrancará una sonrisa despectiva, el mayor servicio a España que podía hacer hoy Rivera sería propiciar la reunión del conservadurismo español bajo un único paraguas partidista. No lo veremos (los egos pesan). Pero es así.

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