José María Carrascal

Inocentadas

Inocencia no significa ignorancia, sino inteligencia. La frase no es mía, sino de William Blake, y debería estar en el frontispicio de todos los centros de enseñanza

José María Carrascal
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Una de las tradiciones más arraigadas en el calendario español es la del 28 de diciembre, día de los Inocentes, que se celebra intentando engañar al otro de la forma más espectacular y humorística posible, con gran regocijo de los demás. Pero que, como todas las tradiciones, ha ido perdiendo terreno para ser sustituida por otras foráneas, diría bastante más burdas y menos ingeniosas, aunque eso va en gustos. ¿O se debe a que lo de engañar al otro se ha extendido de tal forma que se practica a lo largo de todo el año, quiero decir que hay 365 días de los Inocentes al año? Lo dejo a su consideración, aunque espero que coincidan conmigo en que la inocencia anda de capa caída de un tiempo a esta parte.

Piensen en la presunción de inocencia, establecida por ley, convertida en presunción de culpabilidad.

Aunque no es de hoy ni de aquí. La inocencia siempre ha tenido, no sólo en nuestro país sino en todos, un aura de ingenuidad que, si bien aceptable en los niños, en los adultos la sitúa en las inmediaciones de las pocas luces. Calificar a alguien de inocente es una forma amable de decir que se le engaña con facilidad, no la mejor forma de andar por un mundo donde abundan los especializados en sacar provecho del prójimo. Y lo más grave de todo es que a estos no se les califica de bribones, sino de listos o espabilados. Sin darnos cuenta –tal vez por la cuenta que nos tiene– de que la inocencia demuestra un espíritu no sólo cándido, sino también limpio. El inocente no sospecha de que le engañan porque él, o ella, es incapaz de engañar. O sea, que estamos ante una de las más nobles virtudes del espíritu humano. No por nada, Mencius decía: "Un hombre grande es el que nunca pierde su corazón de niño". Es verdad que la inocencia se va perdiendo con la experiencia, pero no menos lo es que el verdadero inocente nunca la pierde del todo, aunque esa experiencia le haga buscar cada vez más la soledad como defensa.

Una de las cosas que me ha enseñado la vida es el valor de la inocencia, de la ingenuidad, del candor. Tanto es así que, a estas alturas, la considero la más preciosa de las virtudes. Diría más: que el progreso humano debe mucho más a los inocentes que a los astutos, a los ingenuos que a los listillos. Lo de verdad difícil en esta vida es ser una buena persona. Ser inteligente, con un poco de habilidad y formación, lo es cualquiera. Ser bueno es muy difícil, al requerir, junto a una generosidad fuera de lo común, una visión abarcadora del género humano en vez de la limitada a la esfera individual. Quiere ello decir que inocencia no significa ignorancia, sino inteligencia. La frase no es mía, sino de William Blake, y debería estar en el frontispicio de todos los centros de enseñanza. O, mejor, en el de todos los edificios públicos. Y esto no es una inocentada. Es el lema de toda sociedad civilizada y democrática.

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