Luis Ventoso

Arde el mar

Luis Ventoso
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Hace justo cien años, ardió el mar frente a las costas danesas. El 31 de mayo y el 1 de junio de 1916, la Gran Flota británica y la Flota de Altamar alemana se cruzaron y se vapulearon en la batalla de Jutlandia (Skagerrak para los germanos). El mayor combate naval de la Primera Guerra Mundial. Una horrible matanza: 6.097 marinos británicos muertos y 2.551 alemanes; catorce buques ingleses y once germanos a pique.

Acabó en tablas. Ambos se proclamaron vencedores (aunque lo probable es que ganasen los alemanes, pues su flota era menor). Al final, aquello no cambió nada. Salvo para los que fueron carne de cañón. Soldados reventados por la metralla, abrasados por las explosiones de los enormes acorazados de vapor, o víctimas de la hipotermia al saltar al agua.

El coloso Queen Mary se hundió en minutos y solo sobrevivieron ocho de 1.270 tripulantes. Un brote de histeria nacionalista había desatado una absurda y crudelísima guerra entre potencias imperiales decadentes.

Algunos no han aprendido nada de aquellas escabechinas nacionalistas

Todo aquel pandemonio naval ha sido recordado con una ceremonia de Estado en la catedral de piedra rosácea de las Islas Orcadas, al norte de Escocia. Allí estuvieron el presidente de Alemania, la Princesa Ana, Cameron y la primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon. Altos clérigos anglicanos y luteranos evocaron a los muertos en su homilía conjunta y celebraron que la paz impere entre dos naciones que hace cien años se mataban con fiereza. Himnos religiosos resonaban bajo las bóvedas augustas de la catedral de St. Magnus. Los políticos los entonaban con sus libros de salmos.

Pero algunos no han aprendido nada de Jutlandia-Skagerrak. Allí estaba Sturgeon, que trescientos años después de la unión entre Inglaterra y Escocia, que ha traído a ambas prosperidad y concordia, aboga por romper los lazos de amistad de tres siglos por un mero prurito de superioridad sentimentaloide, que ni siquiera respalda la mayoría (pese a la atosigante propaganda de su Gobierno). Allí estaba Cameron, que atolondradamente ha embarcado a su país en un referéndum contra la UE, el proyecto que con todos sus defectos burocráticos ha convertido en socios a países que llevaban toda su vida en guerra.

Ardió el mar. Pero algunos no han aprendido. No les gusta la cooperación solidaria entre iguales. Proponen, como Sánchez, que los de Vic sean primados sobre los de Plasencia en nombre de un nebuloso «hecho diferencial». (¿Hay algo más diferente que Alaska y Texas? ¿Cómo diablos pueden formar parte de un mismo país sin que Washington los prime con una relación bilateral exclusiva?). Deprime ver al PSOE, el partido que más tiempo ha gobernado, doblándose acomplejado ante el nacionalismo más cainita. Ay, España, ese país donde tras el reguero de sangre que dejó el nacionalismo en la piel de Europa todavía hay quien ve como moderno el pulso xenófobo del separatismo catalán; o donde se rinden honores parlamentarios a un terrorista.

El día en que los de Tarragona no tengan idénticos derechos y deberes que los de Ponferrada, España ya no será España, una alianza de personas libres e iguales. Ese principio fundacional, ni más ni menos, es lo que quiere subastar Sánchez por un plato de lentejas. Y así le va…

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