opinión

'Ad eternum'

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A estas alturas de verano ya deberíamos estar hablando del último bestseller playero, de ese libro gordo, y la mayor parte de las veces prescindible, que todo el mundo lee bajo la sombrilla y que define claramente lo que seremos y de lo que hablaremos durante los próximos doce meses. Recuerde el verano de Stieg Larsson y aquella niña gamberra de Millenium que nos hizo expertos en comida sueca, o aquel año de los vampiros en que tanto aprendimos de los efectos de la gripe española, por no hablar del calor sofocante de la sombra que daba Grey o el más reciente plomazo del Harry Quebert de Dicker. Cada libro con su verano. Siempre fue así, y cada verano con su canción, ¿o es que ya se había olvidado del Bailando del niño de la Preysler del año pasado? Es lo que toca, que dirían los infestados por el virus de las palabras de moda.

A estas alturas de verano ya debería haber salido alguna pintora como la de Borja, o algún atracasupermercados como Sánchez Gordillo o algo así que nos mantuviera entretenidas las largas tardes de canícula. Sin embargo, ni las escandalosas declaraciones del alcalde de Granada sobre la elegancia femenina -menos mal que estaba en una entrega de premios a las mejores notas de Selectividad y no en la gala de Miss España como dice Diego Boza- ni siquiera el romance del verano -el miércoles pasado, en la biblioteca una señora pedía insistentemente un libro de «el que está con la Preysler» y ante el estupor de la bibliotecaria que le recomendaba Conversación en la catedral, preguntó «¿en este habla de la Preysler?»- han conseguido instalarnos en la indolencia que requiere el verano.

Porque nadie contaba con los buenos momentos que la corporación municipal nos iba a dar. Nadie sospechaba que un mes después de aquella toma de posesión tan de opereta íbamos a seguir todavía en la obertura y sin que el director de la orquesta haya aparecido aún. Y así, mire usted, no hay quien desconecte. Anda uno tan pendiente de las noticias que el verano se va escurriendo entre los dedos y llegaremos al otoño sin habernos movido de la butaca, me temo.

De la expectación del primer pleno a la certeza de que estamos ante un gran mamarracho pasaron exactamente nueve minutos. Ni siquiera llegaron a los diez minutos de cortesía que establece el protocolo cañí. Nada. Debut y despedida en un mismo acto. Y eso que estaban avisados. Nueve minutos en los que se consumó la peor de nuestras pesadillas. En manos de quienes estamos. Porque si no han sido capaces de ponerse de acuerdo en algo tan simple como la organización de los concejales, -me da igual lo del fondo y la forma a la que todos se agarran- a ver qué es lo siguiente. Y de nada nos sirven los fuegos de artificio que de vez en cuando lanzan más para disipar tormentas lejanas que para regocijo de la población. La imagen bochornosa de esos nueve minutos va a tardar en borrarse de nuestra memoria, no la histórica del Carranza y Martín Vila, sino la de todos los días.

Al señor alcalde le han criticado por su manera de vestir, por su manera de actuar, por su manera de hablar... lo normal. Porque cuando uno da un paso adelante y se pone en la primera línea se expone. Y estando uno en exposición permanente se arriesga a que le critiquen, no sé si se lo habrán dicho ya. Ahora bien, defenderse de los comentarios descalificativos de la manera que lo hace nuestro alcalde «cuando critica la gente debería entender que a quien está criticando es al Ayuntamiento de Cádiz» me parece, por ser suave, bastante pueril. Mire usted, a ver si nos vamos entendiendo. Usted no es el Ayuntamiento de Cádiz, no vaya ahora a caer en el mismo juego de quien le precedió, usted es el alcalde. Un alcalde que, por si ya no se acuerda, no tiene mayoría absoluta y necesitó de los votos de otras formaciones políticas para poder ofrecer el bastón a los ciudadanos. Los mismos votos que va a necesitar cada vez que quiera sacar adelante algo en esta ciudad. Un rollo, lo sé. Pero es lo que tenemos, usted y nosotros.

Y esa ciudad que está ahí fuera, como dijo usted al salir del minipleno en un arranque a lo Canción triste de Hill Street, no se merece que anden como pandilleros de instituto. Así que si se caen ustedes mal -cosa que entiendo- arreglen sus asuntos en los despachos, en los plenos o donde les parezca bien, pero dejen de dar esta imagen de desconcierto y de bochorno a los ciudadanos. No permita que los plenos se conviertan en el debate de Supervivientes y que lo que gane su pareja sea la comidilla de media ciudad. No tiramos los dados para quedarnos en la misma casilla ni para retroceder.

La primavera lo puso en el sillón de su admirado Salvochea y el verano está pasando tan rápido que en cualquier momento llega el otoño y con él la caída del sol y las noches más largas. Tal vez no esperen ni los cien días esos de los que se habla como si fuera la garantía de una tostadora. Nada es para siempre, no lo olvide, aunque usted piense que sí y hasta lo verbalice. Me gustó tanto su 'ad eternum' ante la prensa, que hasta se lo copié.

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