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El speaker del Congreso, Paul Ryan (i), muestra la vista de The Mall desde su despacho en Capitol Hill, este jueves en Washington - Reuters

El trumpismo reta a la esencia republicana desde el poder

El populismo del presidente electo choca con la tradición conservadora

Corresponsal en Washington Actualizado: Guardar
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Los pesos pesados del Grand Old Party (GOP), que navegaron por la desapacible campaña electoral tan desesperanzados por el favoritismo de Hillary Clinton en las encuestas como por el temor a que el efecto Trump arruinase también su mayoría en el Congreso, se acaban de despertar de la pesadilla. Ni una cosa ni la otra. Tras el pleno de poder republicano salido de las urnas, la recuperación de la Casa Blanca abre una inesperada expectativa: revocar ocho años de gestión del presidente Obama y aplicar la política conservadora que defienden. Pero no va a ser fácil.

Tras una disparatada campaña en que el outsider llegó a romper públicamente con el partido, el populismo de Trump se trae en el bolsillo promesas que chocan con las esencias republicanas.

La frase «No es uno de los nuestros», repetida por los guardianes de los valores del partido de Abraham Lincoln, Theodore Roosevelt y Ronald Reagan, adquiere hoy toda su vigencia. «¿Cómo encajar la tradicional constitucional conservadora con el populismo nacionalista económico de Trump?», se pregunta abrumado un miembro del equipo de transición del presidente electo.

Ni siquiera la máxima de que el poder une garantiza el éxito de su misión. El llamamiento a aprovechar «esta oportunidad de oro» con la que el speaker Paul Ryan se dirigió a la parroquia republicana no deja de ser una declaración de intenciones. Los altos cargos y dirigentes al partido están divididos sobre el camino político que se debe trazar ahora.

Para ello, el núcleo del futuro equipo de gobierno y asesoramiento proviene del mismo equipo que le asistió en campaña. Con dos pesos pesados: Chris Christie, gobernador de Nueva Jersey, que pilota la transición con el equipo de Obama, y Rudolph Giuliani, ex alcalde de Nueva York. Según distintos medios, el primero apunta a secretario de Comercio, mientras que el segundo podría ocupar el cargo de Fiscal General o el de secretario de Justicia. A ellos habría que sumar, entre otros, a la exitosa directora de la campaña, Kellyanne Conway, que estaría llamada a ocupar la Secretaría de Comunicación (portavoz). Entre otros, este jueves saltó también el nombre de Jamie Dimon, actual director general de JP Morgan Chase, para secretario del Tesoro.

«El pueblo americano ha enviado un claro mensaje de que quiere cambio»
Frank LaRose

El vendaval Trump ha venido a insertar una cuña también en el corazón de los conservadores en materia de inmigración y política económica. Los puristas del republicanismo temen que un endurecimiento de las medidas hacia los sin papeles termine estigmatizando al partido de forma peligrosa. Aunque son aún mayores sus reparos a las decisiones proteccionistas que prevé el presidente electo, contrarias al libre comercio, que ha sido el santo y seña de su credo durante muchas décadas.

La apelación a Ronald Reagan, un manido recurso que utiliza todo aspirante a líder conservador, también permitió crecer a Trump en su arreón final de campaña. Sobre todo, porque la filosofía reaganista de la «fuerte defensa de un Gobierno (Estado) pequeño» no puede estar más en las antípodas del paternalismo que ha pregonado el presidente electo, en especial en los estados tradicionalmente demócratas.

Enfrente, con mucha menos inquietud por los principios ideológicos, la tropa fiel al trumpismo, que ha crecido exponencialmente estos días al calor de la nueva era de poder, comparte la necesidad de satisfacer la demanda del «movimiento», así bautizado por el líder que ha sido llevado a sus lomos hasta la Casa Blanca. Entre ellos, Frank LaRose, senador por Ohio, que acentúa el hecho de que «el pueblo americano ha enviado un claro mensaje de que quiere cambio». Y añade que los mismos trabajadores que han abandonado el voto liberal (de izquierdas, en Estados Unidos) para abrazar el republicano, están «impacientes».

La clase trabajadora

Ha sido la transformación más importante de la irrupción de Trump en el tablero político. Por primera vez en al menos treinta años, electores que habitualmente garantizaban la hegemonía demócrata en sus estados, como Ohio, Pensilvania y Michigan, algunos de las cuales llamados por el algo el «blue wall» (muro azul), han apostado por el magnate. Su promesa de «revisar o liquidar» los acuerdos de libre comercio del Nafta (norteamericano) y TransPacífico (con países de Asia), «culpables» de su pérdida de empleos y de poder adquisitivo, han respondido a su sentimiento de frustración. Ahora lo difícil será atender sus exigencias de forma eficaz.

El polémico muro en la frontera con México, que el magnate ha prometido con reiteración hasta convertirlo en eje de su campaña, simboliza el desencuentro entre las dos neonatas corrientes del partido: trumpistas y republicanistas. Según estos últimos, representa un doble desafío: la cara poco amable en materia de inmigración y la controvertida renegociación del acuerdo comercial norteamericano.

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