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El obispo de Espira, Karl-Heinz Wiesemann, durante la misa por Helmut Kohl este sábado en la catedral - EFE

Kohl es enterrado en Espira, la ciudad donde se refugió durante la II Guerra Mundial

El excanciller alemán regresa a la iglesia en la que rezó de niño por la paz en Europa

Berlín Actualizado: Guardar
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Siempre que la ocasión lo permitía, Helmut Kohl llevaba a los líderes internacionales que visitaban Alemania a conocer su pueblo y solía invitarles a un paseo por el Rin en el MS Mainz, un barco de 40 metros construido en Regensburg en 1943, destinado a ser un regalo de Hitler al jefe de gobierno de Hungría Miklós Horthy, confiscado después de la guerra por los americanos y que terminó sirviendo al gobierno de la República Federal alemana para agasajar a sus huéspedes.

Sobre su cubierta terminó Kohl de convencer al entonces presidente francés, François Mitterrand, de que la reunificación de las dos Alemanias no sería una amenaza para Europa, sino una bendición, durante una excursión en 1990. Charlando en la terraza de popa hizo entender al emperador japonés Akihito, en 1993, que su país debía aumentar la contribución económica para ayudar a Rusia, pues el mundo entero pagaría las consecuencias si Yeltsin fracasaba.

Y sobre este mismo barco, surcando por última vez las aguas del rin, llegó Kohl ayer en la travesía definitiva al que será su último descanso. El MS Mainz trasladó el sarcófago hasta la ciudad de Espira, en cuya catedral fue oficiada una misa de réquiem y donde el Ejército alemán rindió honores al ex canciller alemán antes de ser enterrado en el cementerio de la ciudad en la que se refugió de niños, después de que los bombardeos de la II Guerra Mundial destruyesen el hogar familiar.

La ubicación del enterramiento, decidida por su viuda y segunda esposa, Meike Richter, 34 años menor que el canciller alemán y profundamente enemistada con los hijos de este. El mayor de ellos, Walter Kohl, se negó incluso a asistir al entierro de su padre como signo de protesta por el hecho de que no hay sido enterrado en el mausoleo familiar donde reposa su madre, la que fuera primera esposa de Kohl y muy querida por los alemanes, Hannelore. «Él mismo dijo muchas veces que su trabajo político no hubiera sido posible sin el apoyo de su mujer», ha declarado, lamentando que «hubiera deseado un último homenaje a mi padre junto a la Puerta de Brandeburgo, un funeral de Estado con un réquiem ecuménico y honores militares. Estoy seguro que en uso de sus facultades mi padre hubiera aprobado algo así», ha dicho.

Pero lo cierto es que el corazón de Kohl siempre estuvo ligado a Espira. «Aquí trajo a Gorbatschow, que ahora nos ha escrito para explicar su ausencia en el entierro por motivos de salud. Aquí trajo a Bush, a Thatcher, a Jelzin», recuerda el ex alcalde de la ciudad, «y precisamente la catedral era para él muy especial, no en vano en su cripta se refugió en varias ocasiones huyendo de los bombardeos aliados sobre Ludwigshafen, su ciudad natal a solo 20 kilómetros, y allí rezó, junto a sus padres, bajo las atronadoras bombas, por la paz en Europa». Espira, que acogió tiene, además un significado adicional en la historia de Alemania, puesto que fue considerada la capital (Metroopolis Germaniae) por la dinastía imperial, y en la historia espiritual de la nación, puesto que fue allí donde San Bernardo de Clairvaux predicó la identidad cristiana de Alemania en vísperas de la segunda cruzada.

«La Iglesia alemana agradece el testimonio cristiano de Helmut Kohl», dijo durante la misa el obispo de Espira, Karl-Heinz Wiesemann, recordando que «católico de convicciones profundas, mantuvo una sólida relación con San Juan Pablo II, no exenta de momentos difíciles», en referencia a los certificados estatales para el aborto. Wiesemann estuvo acompañado por su predecesor y viejo conocido de Kohl, el cardenal Friedrich Wetter, el arzobispo emérito de Múnich Anton Schlembach.

También concelebró el presidente de la conferencia Episcopal alemana, el cardenal Reinhard Marx, en una misa cuya música había sido cuidadosamente seleccionada por la viuda, comenzando con la Toccata y fuga en do bemol de Johann Sebastian Bach, que tanto gustaba a Kohl, bajo la dirección de Markus Melchiori. Uno de los 1.500 invitados y uno de los pocos periodistas con acceso a Kohl en los últimos años, Kay Diekman, twitteaba al salir de la catedral: «Estoy seguro de que hubiese planeado así su propio funeral».

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