Donald Tusk presidirá el Consejo Europeo durante dos años y medio más
Donald Tusk presidirá el Consejo Europeo durante dos años y medio más - REUTERS

La UE desaira a Polonia y reelige a Tusk como presidente del Consejo

Todos los gobiernos votaron por el expremier polaco, excepto el de su país que sigue amenazando con el bloqueo

Bruselas Actualizado: Guardar
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Estaba tan claro que varios primeros ministros entraron en la nueva sala de reuniones del Consejo Europeo con el tuit preparado para intentar ser el primero en anunciarlo. Parece que ganó el luxemburgués, Xavier Bettel, que lanzó a las 4:48 del jueves un mensaje poco original pero muy efectivo: «Habemus EUCO (acrónimo de Consejo Europeo) presidentum. Good luck Donald». La maniobra suicida de la primera ministra polaca, Beata Szydlo, no tuvo ningún resultado y a pesar de su oposición, su compatriota Donald Tusk fue reelegido como presidente del Consejo Europeo.

El gobierno polaco, en manos del partido populista y euroescéptico PiS, ha cometido un error tan «chusco» -como lo definió una fuente diplomática de uno de los países con más peso en la UE- que la pregunta ahora es cómo se van a poder reconstruir los puentes con Varsovia para que no parezca que en plena efervescencia del Brexit, se haya abierto otra grieta en la unidad de la UE.

El propio Tusk se refirió a ello en su primera comparecencia en la que dijo expresamente que no era momento de celebración, teniendo en cuenta que ha sido con la oposición expresa de la delegación de su propio país: «Haré todo lo que esté en mi mano para evitar que Polonia se quede aislada» dijo y a la pregunta de qué consejo le daría al Gobierno de Varsovia contestó con una frase preparada de antemano: «Le diría que tenga cuidado con los puentes que uno quema, porque una vez que lo has hecho no puedes volver a cruzar el río».

Un miembro de la delegación luxemburguesa comentó que su primer ministro había ganado más de trescientos seguidores después de haber lanzado este tuit sobre la reelección de Tusk y se preguntaba si eso podía significar que el tema había logrado un inesperado atractivo social. En Polonia, desde luego, el país ha seguido este debate con la certeza de que tendrá consecuencias a medio plazo en un país tremendamente dividido.

Amargura

El líder del partido y alma mater del populismo polaco, Jaroslav Kaczynski, reaccionó con amargura y aseguró que la reelección de Tusk «prueba que la UE está dominada por Alemania».

La primera ministra polaca, Beata Szydlo, había entrado en el nuevo edificio Consejo inaugurado ayer -y que el bromista presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, bautizó como la «Tusk Tower»- diciendo que no aceptaría ninguna decisión tomada sin su consentimiento. Cuando llegó el momento, el secretario general, Jeppe Tranholm-Mikkelsen, se limitó a preguntar si había objeciones a que se renovase el mandato de Tusk y solo la primera ministra polaca alzó la mano. Y sin necesidad de una votación formal, declaró aprobada la propuesta. No objetaron nada ni el húngaro Viktor Orban, socio estratégico de Polonia en el grupo de Visegrado, ni la primera ministra británica, Theresa May, a quienes Szydlo había pedido apoyo.

Como mayor señal de disgusto por lo que consideró una falta de respeto a sus posiciones, la primera ministra polac a amenazó con vetar las conclusiones de la cumbre. Pero, en todo caso, tal acto afectaría a otras decisiones, pero no a la reelección de Tusk.

Varsovia ha dado la batalla porque considera a Tusk -ex primer ministro polaco- como el peor enemigo político del actual gobierno. Pero al final la pugna ha sido infructuosa.

Las cicatrices que dejará esta discusión con el gobierno de Polonia serán más profundas en este país que en Bruselas, y de hecho la rapidez en la decisión sobre la renovación del mandato de Tusk ha permitido a los presidentes europeos hablar por primera vez con optimismo de la situación económica y defender el libre comercio como «la fuente principal de nuestra riqueza», como dijo el propio Tusk. La UE se prepara para empezar a negociar en cuestión de semanas un tratado de libre comercio con Japón, que será otro mensaje hacia las tentaciones aislacionistas de Donald Trump.

También pudieron entrar con algo más de calma en la discusión sobre la delicada situación en los Balcanes Occidentales y los peligros de la creciente influencia que intentan ampliar allí varias «potencias extranjeras». Aunque el lenguaje del documento de conclusiones es relativamente ambiguo y solo habla de una «frágil situación», los dirigentes comunitarios son conscientes de que el escenario es bastante más inquietante. Rusia no ha aceptado con simpatía el hecho de que Montenegro vaya a ser miembro de la OTAN este año y a Moscú se le atribuyen maniobras para desestabilizar la situación en el seno de este país que hasta 2006 estaba todavía federado con Serbia.

Maniobras rusas

Al mismo tiempo, Rusia vende armas a Serbia y planea que los aviones de combate más modernos lleguen a Belgrado en el aniversario de los bombardeos de la OTAN, el día 24 de este mes. En respuesta a este rearme de Serbia, Kosovo ha intentado ignorar sus limitaciones constitucionales y convertir su «Fuerza de Defensa» en un auténtico ejército, lo que ha provocado una reacción de descontento de Estados Unidos, que tiene en este pequeño país una de sus mayores bases militares.

Y no lejos de allí, Rusia consolida su influencia a través del ente serbio de Bosnia (la república Srpska), mientras la Turquía del islamista Recep Tayyip Erdogan extiende sus tentáculos en el seno de la comunidad musulmana. Es decir, que los aliados ocasionales en la guerra de Siria están a su vez repartiéndose el pastel en un país completamente desestructurado y en el que la Unión Europea no ha logrado que se desarrollen unas bases políticas estables tras más de diez años de protectorado.

Tradicionalmente, EE.UU. y la UE han actuado conjuntamente en los Balcanes con el objetivo de dar tiempo a que los ecos de la guerra de Yugoslavia se apaguen y proporcionen a todos una «perspectiva europea» para animarles a continuar con las reformas y la estabilidad. Según fuentes balcánicas, Rusia y Turquía se aprovechan de la actual falta de sintonía entre la UE y EE.UU. para así consolidar sus propias posiciones. Diplomáticos europeos intentan tranquilizar a los analistas diciendo que de todos modos la población balcánica sigue aspirando mayoritariamente a ser parte de la Unión Europea: «Nadie está pensando en emigrar a Rusia o a Turquía».

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