La grandeza está en la sencillezLa grandeza está en la sencillez

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Antes de que el plancton, las algas y el atún invadieran nuestras vidas; mucho antes de que el chef del mar eligiera sabiamente El Puerto de Santa María para ubicarse y ubicarnos en el mapa gastronómico, mucho antes, ya les digo, estaba La Dorada. En la avenida de la Bajamar del Puerto de Menesteo.

La ciudad de los cien palacios, el pueblo marinero del sur por excelencia; el testigo de los más inolvidables veranos de tanta gente, acoge desde 1967 una taberna que nació para atender a los pescadores que acudían al puerto pesquero a trabajar. Desde 1980 lo regenta la familia Márquez Manzano que lo ha convertido en lo que es hoy, sumándose hijos propios y políticos al proyecto.

Actualmente cuentan con dos restaurantes más.

Tapas y raciones de siempre, preparaciones sencillas y una excelente materia prima. Pescado frito de toda la vida, del que comíamos con los ojos en blanco los veraneantes, ante la alegría de nuestros padres, que no conseguían hacernos probar el pescado el resto del año. Acedías, pijotas, boquerones… que saltan al plato desde el muelle que, justo enfrente acoge al catamarán heredero del injustamente varado y olvidado Vaporcito de El Puerto.

Pero amigos, ya lo dijo Joselito ‘El Gallo’, quien no ha comido chocos a la plancha en La Dorada de El Puerto, no sabe lo que es un choco. Plato estrella junto al marrajo a la plancha. Imprescindible, único. Comprados diariamente en las lonjas de Sanlúcar de Barrameda y del mismo Puerto de Santa María. Frescos y sucios para garantizar su calidad.

Cierto es que no se trata de algo elaborado, hablamos de un plato simplemente perfecto. Sólo un choco, aceite, ajo y perejil muy picado pueden hacer que te traslades a tu juventud y al verano, aunque fuera caigan chuzos de punta en pleno enero. Poder evocador tan solo compartido con la célebre magdalena proustiana y curiosamente descendiente de una receta catalana. Aquí comenzó el mestizaje gastrocultural tan de moda hoy en día.

Es probarlo una vez más y querer irte a la Joy o al Convento, soltarte el pelo y regresar a casa con los zapatos en la mano para no hacer ruido alguno que provocara la consabida bronca paterna. Días de vino y rosas.

Cuando la añoranza te ha enviado la mirada al infinito y los suspiros van camino de hiperventilarte, celebras que aún exista un sitio al que volver con tus hijos como un día hiciste con tus padres. La misma algarabía incesante, las raciones que una tras otra, y con una inusitada rapidez, van llegando a la mesa. El pan haciendo barquitos, los picos. Tres de chocos, una de gambas al ajillo, pijotas, acedias, dos cervezas, tinto con limón, con blanca… música para los niños de la E.G.B. Un mundo nuevo que mostrar a los integrantes de la E.S.O.

La afluencia de clientes es tal, que han tenido que instalar un dispensador de números como los del supermercado. Corre si quieres cenar en la terraza o espera paciente tapeando en la barra. Merece la pena, aquí merece la pena.

Muchas horas de trabajo detrás, una familia entera dedicada al negocio. Al más hermoso negocio de hostelería: el de los recuerdos.

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