Jacqueline de Ribes junto a Yves Saint Laurent
Jacqueline de Ribes junto a Yves Saint Laurent - cordon

Jacqueline de Ribes, el «unicornio de marfil» llega a Nueva York

El Metropolitan prepara una exposición sobre la esfinge de Saint Laurent

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Una buena nariz y unas piernas largas impulsaron de modo inmediato al entonces vizconde de Ribes a declararse. «Tú serás mi gacela», le dijo de repente a una jovencísima Jacqueline. Esas eternas piernas, esa cara de egipcia, el pelo de geisha y unos huesos kilométricos se convirtieron en el chasis de una enorme colección de prendas de alta costura y prêt-à-porter de primer orden. El Museo Metropolitan de Nueva York prepara una exposición en torno a la figura de Jacqueline de Ribes como socialite y embajadora de la moda francesa.

La condesa de Ribes, nacida Jacqueline Bonnin de La Bonninière de Beaumont –apellido sencillo donde los haya– ha sido siempre una guapa, elegante y misteriosa mujer, quizás esto último más bien por callar que por otra cosa.

Con ese toque de ave rapaz que solo algunas francesas se pueden permitir, epató durante décadas a todos los participantes de una vida social extrema. El París de la posguerra se reveló como un lugar ideal en un momento de máximo hedonismo: la alta sociedad decidió vengarse de la dureza de los años de la guerra y disfrutar de la vida locamente. Fiestas, coches deportivos, viajes sin sentido, gastos superfluos y un negocio boyante para la alta costura fueron el santo y seña de varios lustros.

En palabras de Oscar de la Renta, Jacqueline siempre ha bordado el arte de aparecer en las grandes fiestas. Hacía su entrada tarde, excelentemente maquillada, vestida y peinada. No daba tregua a las demás señoras, mostrando sin pudor su cuello de cisne, uno tocados de diva de ópera y esos ojos enigmáticos maquillados durante horas. El «unicornio de marfil», como la apodó Yves Saint Laurent, modista y amigo, forjó su imagen con la ayuda de otra rara avis: Diana Vreeland. Ella organizó su histórica sesión de fotos con Avedon, e ideó su trenza y su maquillaje estilo Nefertiti.

Alegre diletante

Esa belleza celestial e imposible, ese monumento de talla gigantesca que parecía inalcanzable, ha sido siempre en realidad una diletante con alergia a los libros. Su madre, una intelectual que se entretenía en traducir a escritores anglosajones, nunca entendió la obsesión de Jacqueline por el vestido y el baile. Su marido, Édouard de Ribes, fue la horma de su zapato: un conde francés, sediento de fiestas, vacaciones, fama y reconocimiento. Depredadora y práctica, convirtió su casa en un «almacén» de ropa en constante expansión. Su fiel mayordomo ha organizado, planchado, fotografiado y etiquetado sus prendas durante décadas, con la admiración y el orgullo de un Sancho a la francesa.

Jacqueline probó suerte en mil temas, sin perseverar en ninguno. Creó una marca de moda, escribió brevemente en el «Marie Claire» francés sobre moda, intentó organizar actividades benéficas, trabajó para algún creador amigo y participó en la grabación de una película; todo con un resultado dudoso.

Desde 1956 De Ribes ha ocupado lugares clave en las listas de las mejor vestidas del mundo, algo que colmaba sus aspiraciones. No en vano, le gustaba preguntar lo que se había comentado sobre su tenue tras cada fiesta. Y es que era en realidad, la comidilla de la reunión. Todas querían parecerse a ella, aunque la «barrera de entrada» a semejante aspiración era ciertamente infranqueable. Para asistir a sus múltiples bailes de máscaras y cenas benéficas –rodeada de una endogámica pero verdadera jet set– pasaba horas maquillándose y eligiendo las joyas para cada acto: «Mi vida es así, cada tres minutos tengo que buscar una solución».

La condesa, ahora muy mayor y retirada frente al Mediterráneo, espera el lanzamiento de un libro sobre su vida en la editorial Steidl. Aunque no se trate de una figura aleccionadora, ni especialmente comprometida, descubrir detalles sobre sus andanzas dará un buen reflejo de una época curiosa y peculiar. La exposición del Met’s sobre su estilo y guardarropa comenzará el 3 de noviembre y será una buena ocasión para comprobar los límites del perfeccionismo de una esfinge andante.

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