Leo Messi y Antonella Roccuzzo
Leo Messi y Antonella Roccuzzo - reuters

De Barcelona a Rosario, los problemas judiciales de la familia de Leo Messi

El delantero del Barça y su padre se sentaránen el banquillo por fraude fiscal. Pero no son los únicos al borde de la ley en el clan argentino

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Todo, o casi todo, se sabe sobre Lionel Messi (28 años). La vida de este astro del fútbol pasa periódicamente el escáner de la curiosidad que tanta alergia le produce. «Lío», para los argentinos, parece que no tiene secretos, y decir eso es asumir que carece de intimidad, algo que con dos hijos, una mujer, padre, madre y tres hermanos que giran económica, social y familiarmente alrededor de él, resulta una evidencia.

El «pibe» de Rosario que importó el Fútbol Club Barcelona cuando era un mocoso de 13 años ha volado mucho y alto. Lo mismo que su familia, y no siempre con la brújula mirando al norte. El último «despiste» con el GPS de la ley lo sentará en el banquillo de los acusados por, como dicen en su tierra, «plata».

Aunque parecía que se zafaba de la Justicia, los abogados del Estado -a diferencia de la Fiscalía- no han creído en su rostro inocente y Messi deberá defenderse de una acusación de tres delitos contra la Hacienda Pública que le podría costar 22 meses y medio de prisión. Su padre, Jorge, se había confesado como único culpable del fraude fiscal de 4,1 millones de euros que salieron, directamente o de rebote, del sudor del delantero barcelonista.

El panorama ahora es incierto para los Messi, una familia que hoy poco tiene que ver con aquella que salió de su ciudad natal recién estrenado el siglo XXI. En Rosario, tercera ciudad más poblada de Argentina, por aquel entonces las calles y los «potreros» (descampados para jugar al balón) eran lugares seguros, y Celia, la madre del clan, podía limpiar propiedades ajenas con la tranquilidad de que los suyos no corrían más riesgos que los demás niños. Era antaño una población donde los vecinos se conocían y hacían la vida en las aceras «cebando» (preparando) infusiones de mate en esas calabazas huecas que son seña de identidad del Río de la Plata.

Con la pistola en la cintura

La Rosario de hoy -a unos 300 kilómetros de Buenos Aires- no es la misma. Aquella ciudad portuaria de Santa Fe, donde en 2004 se celebró en armonía el Congreso de la Lengua al que asistieron los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía, estos días está identificada con el crimen y el narcotráfico. Por eso no resulta extraño que los argentinos, como Matías Messi, lleven un arma en la guantera del coche o en la cintura. Tampoco que carezcan de la licencia de rigor. Quizá por esta razón -o por otra desconocida- el hermano del futbolista se animó a calzar un calibre 22 sin permiso. No es el primero ni será el último argentino que de esta manera se sienta más protegido que por la mayoría de las fuerzas de seguridad.

Pero el díscolo Matías también sabe que eso significa situarse fuera de la ley. Y a la ley ya tuvo que dar cuentas en 2008, cuando fue sorprendido con un revólver poco después de que la casa familiar fuera tiroteada. Matías tiene fama de ser el hermano más conflictivo, aunque en cierto modo siempre fue el guardián de Leo Messi, el escudo protector de influencias tóxicas hasta que Leo unió su destino al de Antonella Roccuzzo y se convirtió en padre de Thiago y Mateo. En Barcelona, su esposa logró poner algo de tierra de por medio y mudarse a Pedralbes, mientras los otros Messi se quedaban en Casteldefels y en Rosario.

El hermanísimo, como se conoce a Matías, defiende a «la Pulga» en tierra argentina o española y en el ciberespacio, donde da muestras de sus escasas dotes diplomáticas. Las mismas que pusieron a una tripulación de Air Europa -según la prensa local- en una situación algo incómoda. Fue en el aeropuerto de El Prat, donde Matías se resistió a pagar el exceso de equipaje. Llevaba veinte maletas y, al parecer, no entendía por qué tenía que rascarse el bolsillo si él era el hermano de Messi.

Matías, como todos en la familia, adora a Lionel. Lleva tatuado su rostro en el brazo derecho y, a sus 33 años, contagia su pasión a su mujer, Roxana, y a sus hijos Tomás (13) y la pequeña Luana.

Otro «problemita»

El otro hermano es Rodrigo, el mayor, de 35 años. Sus hijos Agustín, Morena y Benjamín son su debilidad, y junto con su padre se ocupa de las abultadas finanzas de esa máquina de meter goles y acumular dinero que es Leo. Considerado más sosegado que Matías, también él tuvo un «problemita» hace un par de años con un arma, y en alguna ocasión ha llegado a las manos para dar la cara por Leo. Quizá debió de olvidar que las costumbres en España son otras cuando en Casteldefels apuntó con una pistola a un ciclista, tras haber estado cerca de arrollarlo con su coche. El arma resulto ser de juguete, pero el ciclista estuvo al borde de un infarto.

En esta numerosa familia Marisol es la única hermana. Entusiasta de la moda, vivir en Barcelona se le hizo muy cuesta arriba. «Mi hermanita volvió a Argentina porque en la escuela le hablaban en catalán y lloraba», reconoció Leo hace años. Fanática de Twitter, en su cuenta lo comenta todo: con quién entra y sale, qué se pone y qué se puede tuitear de la vida de su hermano. Es casi su community manager, un trabajo como otro cualquiera si no fuera porque todo queda en familia... En la de Messi.

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