El Mercado de Motores se inspira en clásicos británicos como Portobello y Candem Town
El Mercado de Motores se inspira en clásicos británicos como Portobello y Candem Town - ABC

Mercado de Motores de Madrid, o cómo darse caprichos a todo tren

El Museo del Ferrocaril alberga el segundo fin de semana de cada mes un creativo y original mercadillo

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Trenes, trastos, trapos trendy, tapas, unos tragos... Así es, resumida con trazo grueso y a bote pronto, la infalible combinación ganadora que ofrece el Mercado de Motores de Madrid el segundo fin de semana de cada mes (sábados y domingos de 11 a 22 horas, sesión continua). Salvando las distancias (hay algunas que ningún medio de transporte puede acortar) este mercadillo pasa por ser la réplica castiza a clásicos británicos como Portobello y Camden Town. Inicialmente ubicada en la Nave de Motores de Pacífico, la antigua central eléctrica que producía energía para el Metropolitano de Madrid, el año pasado la cita cogió velocidad y abandonó el foro que le da nombre para trasladarse a un recinto con mayor capacidad, el Museo del Ferrocarril, en la preciosa antigua estación de Delicias.

El acceso es gratuito y, a pesar que el creciente éxito de la propuesta ya provoca de nuevo cierta sensación de estrechez y alguna cola ocasional en la entrada, es una gozada contemplar (y en algunos casos incluso encaramarse a ellas) las máquinas que han surcado y articulado España durante los últimos dos siglos mientras, porque tú lo vales y seguramente te lo mereces, te das algún capricho. Aunque que la imparable proliferación de hipsters con barba (tan diferentes, tan iguales: la individualidad en manada) puede acabar atemorizando a los niños, que soñarán después con Will Oldham mecánicos, el Mercado de Motores es un entretenimiento apto para todos los públicos de entre 0 y 99 años y especialmente recomendable para familias. A ver si encontráis una artimaña mejor para engañar a un niño y llevarlo de compras que la de ir a ver trenes. Cuela, puede que hasta un par de veces... Incluso hay un minitren en el que los pequeños (y los adultos con algún vestigio de flexibilidad) pueden convertirse en el maquinista de la general, fraguar algún breve encuentro preescolar o sentirse Sheldon Cooper por un día.

El mercado tiene dos espacios diferenciados. En la nave central se sitúan los puestos «profesionales» y «creativos». Objetos de decoración y muebles restuarados (o “vintage”, ahora a las cosas antiguas de toda la vida se les llama “vintage” y automáticamente pasan a costar el doble), juguetes analógicos y «unplugged», peluches que parecen a punto de decir: «quiéreme, soy cool», frutas y verduras ecológicas, productos gourmet, mucha ropa (aunque muy pocas ganas de probársela tras un biombo), complementos a cientos, camisetas muy monas pintadas a mano... Nada sin lo que no podamos vivir, pero todo lo que nos arregla y alegra el día.

En la explanada exterior se sitúan los tenderetes de los particulares. Y es que uno de los grandes atractivos del Mercado de Motores es que cualquier hijo de vecino puede solicitar un espacio para desprenderse de todo eso que ha convertido su trastero en un intransitable habítaculo postapocalíptico. Libros de segunda y vigésimosegunda mano, vestidos que buscan una nueva piel, juegos de café casi completos con discretos desconchones decorativos, la íntegral de regalos del McMenú infantil, un regimiento de Madelman con estrés postraumático, el FIFA 09 para PS2 con Ronaldiho en portada (los héroes de ahora envejecen en hora y media), relojes que consiguen detener el tiempo, una lustrosa Olivetti Lexicon 80, el mejor instrumento de percusión jamás inventado... De todo, hay de todo. Y vinilos, claro, el formato que acabará matando al mp3... Hurgando entre discos de Rick Astley y esos democráticos y míticos «Boom» que unían bajo la misma funda a los Housemartins y a Samantha Fox, uno puede toparse de sopetón con el «Songs of Love and Hate» de Leonard Cohen a 4 euros (y sin apenas mácula) o hacerse con un EP de Frank & Walters. Flowers in the dirt... (el préstamo es de McCartney)

Mientras buceas en las entrañas de esta suerte de almacén del equipo de producción de «Cuéntame», también puedes disfrutar de conciertos, tomar un café o pinchar algo en las amplias terrazas que se han acondicionado junto a la nave central (ay, es una pena que ya se haya acabado el «veratoño»). Un consejo: no sean tan brutos como para ir a ver trenes en coche, ese medio de transporte propio de los humanos menos evolucionados. Además de un contrasentido, es un error: les va a costar un horror aparcar, especialmente el domingo.

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