El segundo cierre convierte la Gran Vía en una «ratonera» de vehículos

Mientras que las «zonas peatonales» quedaron semivacías, los coches sufireron un embudo en los carriles abiertos

Madrid Actualizado: Guardar
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El segundo capítulo del cierre al tráfico privado -entre las 17 horas de ayer y las 22 del próximo domingo- en la Gran Vía y las calles de Atocha y Mayor, dejó en la primera jornada una postal desoladora. «Carriles peatonales» semivacíos, escasa afluencia de gente en las aceras y un reguero de vehículos atascados en fila india fruto de la congestión, amplificada más si cabe, por los tres reveses judiciales sufridos por el Ayuntamiento: el último avalado ayer por el juez, que ratificó el auto provisional que autorizaba el paso a los servicios de paquetería, reparto postal y distribución de mercancías. Una resolución que se suma a los sucesivos permisos de acceso a Uber, Cabify, transportes discrecionales y autobuses turísticos.

Pese al aumento de excepciones forzosas, unidas al permiso inicial del transporte público, emergencias, taxis, motos, bicicletas, residentes o titulares de plazas de aparcamiento en las zonas de acceso restringido y turismos con distintivo cero emisiones, el Ayuntamiento mantuvo el mismo espacio de circulación que en el primer corte, del 2 al 11 de diciembre. Ello provocó un considerable embudo desde el inicio de la Gran Vía, en la confluencia con la calle de Alcalá, hasta las cercanías de la plaza del Callao.

A diferencia del inicio del primer cerrojazo, el ruido de cláxones y silbatos policiales dejó paso a un clima de resignación. El bloqueo de coches que convirtió en improvisadas ratoneras Cibeles, Plaza de España y la glorieta de Carlos V, esta vez no fue tal. «Algo de caos habrá, pero la gente ahora está más enterada. Los días más problemáticos llegarán en Navidad», señaló uno de los agentes encargados de controlar el filtro. Cabe recordar que el último corte está previsto entre el 23 de diciembre y el 8 de enero, un periodo repleto de fiestas navideñas y gran afluencia de turistas.

En las primeras horas de restricción, el desconcierto fue otra de las señas más evidentes. Los operarios colocaron las vallas de forma rápida y apresurada, dejando a su paso un camino destartalado de cintas caídas y escasa seguridad. «Lo de las vallas es una chapuza que no vale para nada, y más ahora que está todo el carril vacío. Si paseas por ahí, estás vendido», advirtió un grupo de ancianos que caminaban por la acera, a la altura de San Bernardo. Con el dispositivo ya en marcha, no fue hasta entrada la tarde-noche cuando gran parte de las bandas fueron dispuestas a doble altura y completamente estiradas.

«Parkings» a medio gas

Los aparcamientos privados de la zona volvieron a experimentar la masiva pérdida de clientes y presentaron una afluencia muy por debajo de lo habitual en estas fechas. «La ocupación está a medio gas; otros años desde las 12 de la mañana hasta las 3 de la noche no quedaban más de 10 plazas», detalló el responsable del «parking» de Mostenses. «A ver qué pasa en Nochevieja o Reyes, que siempre son dos días clave para nosotros», cuestionaron en otro aledaño al eje.

El comercio tampoco vivió su mejor tarde. El frío y la lluvia y el caos circulatorio espantaron de un plumazo a gran parte de los clientes potenciales. «El mes está siendo malísimo. Llevamos muchos años con esta Gran Vía para que venga ahora una señora y nos la toque sin pies ni cabeza», replicó la propietaria de un establecimiento de cosméticos. Aunque esta cuestión no resultó ser la causa mayor de su enfado. «Todo el que entra me dice que, si las cosas siguen igual, no piensa volver», denunció.

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