El delincuente, durante una vigilancia en un comercio antes de un robo
El delincuente, durante una vigilancia en un comercio antes de un robo - ABC
Sucesos

El «Niño Sáez» tenía deudas de droga con narcos colombianos

El butronero, además, de robar a otros clanes el estupefaciente, se dedicaba a «moverlo»

MADRID Actualizado: Guardar
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El «Niño Sáez» quería más, y su codicia delictiva le ha metido en el ataúd con 36 años. El epitafio criminal del que fuera el mayor butronero de España, después de que encarcelaran al capo «Cásper», quedó escrito el domingo por la mañana sobre el asfalto de una calzada de su barrio, Puerta del Ángel (Latina). Su inmersión, cada vez mayor, en el negocio de los estupefacientes fue su perdición.

«A raíz del robo del depósito de cocaína de Málaga [en 2011 se apoderó de unos 130 kilos, por lo que ingresó en prisión preventiva], se dio cuenta de que el tráfico de drogas daba mucho más dinero que los ‘palos’ en joyerías y demás comercios», explica un policía que le conocía muy bien.

De un tiempo a esta parte, el madrileño Francisco Javier Martín Sáez, además de dar «vuelcos» (robos de droga a otros clanes, previo encargo), se dedicaba a «mover» grandes cantidades de «merca». Fuentes de la investigación indicaron que trabajaba, sobre todo, con colombianos, los mismos que habrían puesto precio a su cabeza.

La principal hipótesis de trabajo del Grupo VI de Homicidios de la Brigada de Policía Judicial está encaminada en esa dirección. Es más, el «Niño Sáez» debía dinero de la droga a estos narcos, y ya se habían producido disputas tanto por esos miles de euros en efectivo como por partidas de cocaína que no había entregado. Así lo han reconocido tras su muerte, de tres tiros, parte de su círculo delictivo a algunos investigadores.

Con algunos de sus hombres fuertes entre rejas (salvo excepciones, como el «Moha»), había reclutado a nueva «infantería». Se había movido en los últimos meses por distintos puntos de España y había tenido una disputa por un negocio en Levante. Era titular de una empresa pantalla dedicada al «transporte terrestre de pasajeros» con domicilio social en el piso de sus padres, en la calle de Saavedra Fajardo.

Lo más probable es que el o los pistoleros que acabaron con su vida fueran sicarios; la Policía controla las salidas vía aérea del país, en previsión de que puedan huir a Colombia si es que no lo han hecho ya.

También se hablaba de que uno de los suyos, un alunicero, cambió de bando y le entregó para probar que era de fiar, indicaban otras fuentes del caso. «Tenía muchos enemigos, muchos frentes abiertos», agregaban.

Su final, a la vuelta de la esquina

El «Niño Sáez», asesinado en su terreno, un lugar en el que se consideraba «intocable», tenía también muchos amigos en el mundo del hampa. Estos improvisaron ayer un altar en el lugar donde fue abatido. Velas, poemas y flores, sobre una señal de prohibido. Toda una ironía. La tensión y la rabia se mascaban en el ambiente.

Sus colegas amenazaron a la prensa. Exigían respeto, el mismo que el delincuene no tuvo con los bienes ajenos

«¡Un respeto, que ha muerto una persona!», escupían, amenazantes. Un respeto que ni el fallecido ni sus supuestos «hermanos», como se llamaban entre ellos, demostraron haber tenido hacia los bienes ajenos. Un aplauso remató el «homenaje» de los matones al delincuente, como si de un héroe se tratara. Un par de ellos ejercían de vigilantes, impidiendo el paso a quien no era de los suyos y echando a los periodistas.

En el edificio en el que viven sus padres y hermanas, a 550 metros del lugar donde cayó herido de muerte, los vecinos murmuraban. «Era conflictivo», «Ni sé, ni quiero saber»... «¡Estamos de luto!», contestaron en su casa a ABC un familiar.

El autor de cientos de alunizajes, butrones y «vuelcos», el escurridizo criminal, el que estudiaba al detalle sus «palos» y vivió demasiado deprisa, no calculó que su final estaba a la vuelta de la esquina.

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