«La heroína ha vuelto y nuestra lucha, como en los 80, tiene razón de ser»

Las protestas de las Madres Contra la Droga fueron un revulsivo contra esa lacra. Ahora, ya ancianas, siguen en la brecha

Manifestación contra la droga en Madrid, convocada por Madres Unidas contra la Drogaa en 1988 J. Sánchez | Vídeo: Sara Campos

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«Vine aquí buscando un abogado para mi hijo toxicómano . Se estaba muriendo en prisión y no le dejaban salir para que acabara su vida en su casa con dignidad. Ingresó con 19 años y salió con 25, con los pies por delante . Fue condenado por robar un coche. Tres días después de su entierro volví a la asociación y aquí sigo: lo he encontrado todo». Eso dice Emiliana García. Tiene 85 años y el drama que cuenta le ocurrió cuando tenía 52. Ha vivido muchos. Propios y ajenos.

Las canas que pueblan su cabeza, sus ojos despiertos y su manera de hablar traslucen fortaleza y dignidad . De los que luchan porque no tienen nada que perder y no quieren que lo hagan los demás. Ese fue el eje que reunió a las 500 personas que llegaron a formar parte de Madres Unidas contra la Droga de Madrid , una entidad que nació en los años 80 en Entrevías (Puente de Vallecas), una de las zonas más castigadas por esta lacra, como en tantos otros barrios de clase trabajadora de la región y de España.

«Ahí, además de calor humano, lloramos, íbamos a la cárcel, a entierros, a bodas, bautizos y a luchar contra esa epidemia que conducía a la muerte y que se convirtió en un gran negocio . Y todo ello, juntas», dice Emiliana.

Su ejemplo cundió por todo el país; fueron un revulsivo social. Las madres dejaron de callar y sufrir en silencio para gritar su dolor a los cuatro vientos, al tiempo que hallaron un lugar para el encuentro, la ayuda, el asesoramiento, la escucha... «Aquí, en la asociación, nos desahogamos. Soltamos toda la rabia que llevábamos dentro: nadie nos entendía y, además, nos echaban la culpa de lo que hacían nuestros hijos. Eso no se olvida y une de por vida», recalca Emiliana.

Ocupaciones, huelgas...

Esta asociación, que se inscribió en el registro en 1985 tras llevar varios años en funcionamiento, llegó a reunir a más de 10.000 personas en las manifestaciones que iban de Atocha a Colón con entidades procedentes de toda España, según publicaba ABC en 1987. Eran los años duros del «caballo» y estas amas de casa con escasa formación pero sabias aprendieron «a base de palos» a movilizarse y a reclamar medidas según evolucionaba un problema nuevo que explotó en todas partes. Estas madres coraje, con sus pañuelos en la cabeza como las de la3.0.1103565906, desplegados en la espalda, con el lema: «Drogas, no» , o mostrando las fotos de sus hijos muertos en el pecho, comenzaron a exigir a las administraciones soluciones no solo policiales sino sanitarias.

Cada sábado, como un clavo, se concentraban en la Puerta del Sol . Demandaban Planes contra las Drogas y centros públicos de tratamiento de desintoxicación –hicieron hasta una huelga de hambre ante la falta de medidas paliativas para los estupefacientes– que fueron el germen de los CAID y los CAD , así como campañas de sensibilización y medidas sociales para unos enfermos que entonces estaban muy lejos de se considerados como tales.

Manuela, Asun y Emiliana sonríen, a pesar de lo que han sufrido Guillermo Navarro

Estas mujeres aprendieron a base de palos a protestar y a exigir medidas socio-sanitarias para sus hijos

Los narcopisos que pululan en Vallecas, San Blas o Villaverde, demuestran que la historia se repiten

Se hartaron de denunciar la connivencia «de parte del poder político, económico y policial» con los camellos a gran escala, del tráfico impune entre rejas y el consumo –que las autoridades negaban–, así como los puntos de venta. Hicieron caceroladas, ocuparon la Bolsa de Madrid, el Banco Popular, la Catedral de la Almudena, acamparon en el paseo del Prado frente al Ministerio de Sanidad, organizaron una pitada en los juzgados de Plaza de Castilla, dejaron ataúdes de cartón en la casa del entonces director de Instituciones Penitenciarias, Ángel Yuste, para denunciar «las muertes en prisión por desasistencia médica y enfermedades»... Además, se desnudaron delante ante la Dirección General de Prisiones porque una madre se negó a desvestirse cuando iba a visitar a su hijo a un centro de menores y la castigaron a seis meses sin verle... «Bastantes humillaciones soportábamos ya», zanja Emiliana.

«Se metieron en la mierda para acabar con ella»

«No sabían nada de nada, pero para poder acabar con la mierda tuvieron que meterse en ella e ir a buscar a sus hijos a La Rosilla, Los Pitufos o la Celsa », dice Alma, una treintañera que forma parte de la entidad. Hicieron chapas, pancartas con una imagen creada por ellas que se hizo célebre: la de jeringuillas partidas por la mitad; y con la sabiduría que tienen las madres, acuñaron lemas como:«No te drogues; quiérete». Vinculadas a la iglesia, primero, a la de San Pablo y, luego, a la de San Carlos Borromeo -la apodada « Iglesia Roja de Entrevías »-, «yo, que jamás iba a misa, me "enganché" y aún sigo», dice Manuela Ramajo, de 78 años. Perdió a su hija a los 31 años a causa del sida. Fue en 1992. Marifé se enganchó con 17. «Estuvo en la cárcel cuatro años por un delito contra la salud pública. ¿Su culpa? No delatar al camello que arrojó ¡medio gramo de heroína, se dice pronto!», a sus pies al llegar la Policía. En ese tiempo no consumió», explica Manuela, una enérgica mujer. Cuando salió, ingresó un centro de desintoxicación. «Estaba muy bien hasta que le detectaron los anticuerpos del sida. Fue el principio del fin. Cayó en picado, comenzó a "ponerse" y a delinquir: pasó de los robos al descuido o con violencia a atracar bancos como otros "pringaos"», dice Manuela.

En las prisiones no había intercambio de jeringuillas y el sida de se extendió como la peste. Si los toxicómanos eran ya unos apestados por su adicción y por sus delitos, esa enfermedad agravó más su situación.

Ahora, a toro pasado, lamentan no haber denunciado por desconocimiento situaciones por las que atravesaron. Ya es tarde, y aunque algunas no quieren remover su dolor, si tienen fuerzas para mirar hacia delante. Los «narcopisos» que pululan por Vallecas, San Blas o Villaverde, demuestran que la historia se repite, explican. «La heroína ha vuelto y nuestra lucha sigue teniendo razón de ser 30 años después, máxime cuando han eliminado la Agencia Antidroga y han retirado las ayudas », protestan Manuela y Emiliana. De la misma opinión es Asun González (elude su edad) y Encarna Boluda, de 80 años. No han tenido a nadie afectado, pero «hemos visto a vecinos crecer, enfermar y morir». En algunas familias cayeron cinco hijos. «Algunos salen de la cárcel y vuelen enseguida. No saben estar fuera», aseguran.

Dinero de su bolsillo

« Aprendimos lo que era el mono no solo con los nuestros, sino con otros chavales a los que metimos en casa sin conocerles antes de que existiera una red asistencial», indican estas mujeres. La entidad tiene tres pisos de acogida que se quedan pequeños ante la falta de ayudas desde que los gobiernos del PP las eliminaran. «Nosotras los mantenemos», explica este grupo.

A la asociación, que ahora integran 15 mujeres, últimamente acuden madres preocupadas. «No sé qué toma ni hijo. Desaparece el dinero», nos dicen. « Ellas están en la casilla de salida , sabemos qué decirles y no pueden autoengañarse. Hemos perdido a varias generaciones y no podemos permitir que se repita. Lo que hagamos hoy se verá en el futuro», dicen estas madres.

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