Ópera

Werther en el psicólogo

La obra volvía al Gran Teatre después de 25 años de ausencia, cuando Alfredo Kraus acabó de sentar su referencial cátedra del fascinante personaje

BARCELONA Actualizado: Guardar
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La producción de Willy Decker de la obra maestra de Massenet llegó al Liceu después de pasearse por Holanda, Alemania e Italia, incluyendo una parada en el Teatro Real de Madrid. La propuesta, austera y «minimal», divide el escenario –con planos inclinados contrapuestos– en dos mundos, el real y cotidiano con el de las fantasías imaginarias del romántico protagonista, efecto que queda claro desde la ilustrada obertura en un viaje a la psicología de Werther. La historia se narra con claridad y las emociones fluyen sin problemas, aunque en el acto final son muchas las incoherencias ante un Werther moribundo que campa a sus anchas.

Tampoco hubo disparo, o sea que hay que imaginar que él se ha herido de muerte.

La obra volvía al Gran Teatre después de 25 años de ausencia, cuando Alfredo Kraus acabó de sentar su referencial cátedra del fascinante personaje. El testigo lo ha cogido con gallardía y una voz en plenitud el polaco Piotr Beczala, aportando una paleta de colores y de efectos integrados a su fraseo que engrandecen su Werther desesperado y tiernamente expresivo. Finalmente, a pedido del público, repitió su célebre aria «Pourquoi me réveiller».

Beczala debutaba escénicamente en el Liceu llevándose un triunfo personal por su entrega, no así otro de los debuts de la tarde, el de una cantante tan fogueada como Anna Caterina Antonacci, una Charlotte de perfecta dicción francesa, pero con la zona medio-grave con problemas, seca y destimbrada; no bastó su gran personificación, plena de madurez y detalles. Fantástica la Sophie de la también debutante Elena Sancho Pereg, de bella y cristalina voz.

Gran actuación la de Joan Martín-Royo, un Albert rodado y de proyección suficiente. Grande también Stefano Palatchi como el Alcalde, al igual que el impecable Schmidt de Antoni Comas, que en esta propuesta tiene mucho protagonismo junto a Johann, interpretado por un correcto Marc Canturri. La Simfònica liceísta se movió sin problemas por los agradecidos «tempi» que Alain Altinoglu impuso desde el podio, aunque faltó tensión dramática en una obra que pide a gritos cargar las tintas y desmelenarse.

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