Sergi Doria - SPECTATOR IN BARCINO

La Diada catalana, territorio «fake»

A través de la desinformación y la mitología, el nacionalismo justifica un discurso que se consolida como las creencias religiosas

Acto de la Diada de la ANC EFE

En su informe “ Nacionalismo y desinformación : la construcción del mito de la Diada” (Instituto de Seguridad y Cultura), el profesor de la Complutense Jorge Vilches revela las raíces ideológicas de la conmemoración del 11 de septiembre, efeméride que el nacionalismo catalán instituyó a semejanza del 14 de julio francés o el 4 de julio estadounidense. Frente a la imagen “absolutista ” de Felipe V y una Castilla “arcaica”, el mito de 1714 ensalza una Cataluña abierta y republicana.

Nada que ver con la realidad histórica, replica Vilches: “Felipe V juró los fueros catalanes el 4 de octubre de 1701, abrió las Cortes y firmó las Constituciones de 1702 por las que el Principado salió muy favorecido”.

La cizaña que engendró el conflicto la sembró la oligarquía catalana que dominaba la Generalitat: “A los tres años cambió de bando e inició una guerra civil en Cataluña, entre ‘vigatans’ (austracistas) y ‘botiflers’ (borbónicos), señala Vilches. El independentismo actual sigue tachando de “botiflers” a los catalanes que no comulgan con sus mitos .

En 1714 concluyó una guerra de Sucesión y no de Secesión, advierte el politólogo: “No fue entre españoles y catalanes; ni siquiera solo entre catalanes, fue un conflicto internacional en el que participaron franceses, holandeses, portugueses, austriacos e ingleses".

No era la primera vez que el nacionalismo catalán recurría al mito para adaptar la Historia a sus creencias. La guerra de los Segadores de 1640 se ensalzó en la Renaixença decimonónica y el relato se consolidó en el himno catalán y la versión idealizada de aquel episodio en el siglo XX por historiadores como Antoni Rovira i Virgili o Ferran Soldevila.

En la recreación del 11 de septiembre en clave nacionalista, “todos los elementos debían encajar con la separación de Cataluña del resto de España. Para eso había que atacar sus símbolos: la Corona y las normas, Felipe V y su absolutismo ”, acota Vilches.

El 11 de mayo de 1891, la minoritaria Unió Catalanista instituyó el homenaje a la estatua de Rafael Casanova, al que presentaba como muerto en combate… “Pero Casanova no combatió por la independencia catalana , sino por una España libre de Francia, como luego ratificó el bando de los Tres Comunes de Barcelona”, advierte Vilches. Herido en una pierna, Casanova consiguió salir de la ciudad sitiada para refugiarse en casa de su hijo en San Baudilio de Llobregat. Amnistiado por el régimen borbónico en 1719, Casanova pudo ejercer de abogado en su localidad natal hasta su muerte en 1743.

Si celebrar una derrota tras una guerra de sucesión dinástica europea reciclada en guerra contra España es de difícil homologación para los historiadores serios, igualmente estrambótica es la ofrenda institucional a Rafael Casanova, el “conseller en cap” que afirmó su españolidad austracista en su bando de 1714. Si pudiera liberarse de su romanticoide y manipuladora representación estatuaria y cobrar forma humana, Casanova espetaría a nuestros políticos ignaros y pelotas que se metan las flores donde les quepa.

Ni siquiera la fecha de la derrota coincide con los hechos reales. El 11 de septiembre, explica Vilches, “una comisión de barceloneses enarboló la bandera blanca ”. La rendición ante el duque de Berwick se produjo el 12 de septiembre al mediodía, tras el último ataque al amanecer de aquella jornada.

A través de la desinformación y la mitología, el nacionalismo justifica un discurso que se consolida como las creencias religiosas: “Va creando un relato único, con una moral pública, para conformar una mentalidad ”, apunta Vilches.

El profesor de la Complutense califica el caso catalán de nacionalismo “esencialista”. Siguiendo las teorías de Rousseau y Herder sobre un supuesto “espíritu del pueblo” asociado a un territorio, “se considera que la pertenencia a la comunidad nacional es un hecho natural previo a la configuración del Estado”.

A partir de esa exaltación identitaria, el nacionalismo deviene en “un colectivismo más, en cuanto limita el ser y la conciencia del individuo a su pertenencia a un colectivo ”. Esa pertenencia promueve la animadversión al forastero y la idealización del autóctono.

Para consolidar su comunidad imaginaria, el nacionalismo recurre al mito, tal como lo formuló George Sorel, ideólogo “avant la lettre” del fascismo: “Un relato que mezcla verdad y mentira con el único objetivo de la manipulación de las masas para su movilización”. El resultado conforma “una historia particular y victimista, que convierte a personas corrientes en héroes y símbolos ”, añade Vilches.

El profesor de Historia del Pensamiento alerta sobre la perniciosa hegemonía del relato nacionalista : “Cuando el poder se dedica a crear una doctrina y a convertirla en el discurso oficial, rodeada de las parafernalias de un culto colectivo, de masas, está en la senda de sacrificar la libertad y entrar en el autoritarismo”.

Cataluña es un triste ejemplo de ese proceso de desinformación en el que la ideología se prioriza sobre la realidad y el rigor histórico.

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