Salvador Sostres - Todo irá bien

Las ovejas pueden pastar seguras

El cinismo se ha instalado en nuestra profesión más de lo que muchos querríamos, y no digo que no haya motivos. Trabajar con Miquel es vacunarse contra este descreimiento

Miquel Vera entró en mi vida en verano. Hay personas que enseñan a vivir y te recuerdan por qué puedes aún tener esperanza. Luego están los rodeos de Dios, tantas veces inconclusos. Montoncitos del Señor. No lo digo como un desprecio, sino porque mi vida se para y celebra cuando todavía me es concedido el privilegio de conocer a alguien verdaderamente excepcional.

A Miquel le encontré en la delegación catalana de ABC. No hace falta ser demasiado listo para darse cuenta de entrada que es un chico con más luz de lo habitual, talentoso, amable y aunque en seguida tuve ganas de conocer su vida, hasta a mí me pareció imprudente ponerme a preguntar a bocajarro el primer día. Así que esperé al segundo.

Sus padres son unos comunistas, de modo que no le costó decirles que era gay, y no se lo tomaron mal ni convirtieron aquella conversación en un acontecimiento. Pero Miquel tenía otro secreto mucho más terrible para su familia y tuvieron que pasar muchos años antes de que finalmente se atreviera a confesarlo. Fueron muchos domingos de salir de casa con cualquier excusa, naturalmente falsa, para que sus padres no supieran la verdad de ninguna manera. Fue un silencio, largo, una introspección duramente trabajada, hasta que el pasado mes de abril, finalmente, el secreto fue revelado. Miquel es católico, apostólico y romano. A los 12 años empezó a acudir, de escondidas de sus padres, cada domingo a Misa, desde el anonimato. Fue una dedicación clandestina pero también compasiva, en tanto que procuró no incomodar a sus padres y asumió todos los riesgos de su «doble vida». Ya sé que la moda es otra, y que nuestra era está perdida, pero tendríamos que preguntarnos en qué clase de mundo vivimos si un chico de 12 años ha de tener más reparos en admitir que es católico que gay.

Miquel ha trabajado desde entonces su alma, su oficio de periodista, su espiritualidad y su carácter. Es un valiente, de cuando ser valiente significaba hacer lo que es difícil, poner acentos de luz en lo que uno cree y no perjudicar a nadie. Es agradecido con Dios, compasivo con sus padres, y como San Agustín, ama y hace lo que quiere y no creo que pueda haber un amor más hermoso y comprometido que el suyo. Es de las pocas personas de las que puedo decir que nunca ha hecho daño a nadie.

Cuando hace un par de años atendió al correspondiente catecumenato para poderse bautizar, acabó hablando con sus padres y les enfrentó a la verdad, que naturalmente aceptaron con absoluta normalidad. El cura que le preparó, al saber que tenía novio y que acudiría al bautizo, le sugirió que tal vez sería adecuado que se bautizara por separado en una ceremonia más discreta, al margen del resto de los catecúmenos que con él se habían preparado. Miquel, que nunca ha deseado incomodar a nadie, aceptó lo que su preceptor le dijo, pero la historia llegó oídos del cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, que de ningún modo toleró que se marginara a Miquel y él mismo le bautizó en la Catedral.

El periodismo es un viejo oficio, no tan viejo como el que dicen que es el más antiguo, pero que muchos periodistas lo practican como si fueran una cosa y lo mismo. El cinismo se ha instalado en nuestra profesión más de lo que muchos querríamos, y no digo que no haya motivos. Trabajar con Miquel, tener la suerte de poder trabajar cada día con Miquel, es vacunarse contra este descreimiento, contra esta sensación de que la vida es una batalla perdida. Me gusta Miquel porque convoca la esperanza de los hombres libres, porque pelea con audacia contra sus límites y porque consigue ensancharlos con su talento, con su bondad, con su inocencia con que a veces nos sorprende a todos con un punto de vista que no esperábamos y es mejor que el nuestro, tal vez demasiado cansado.

Miquel es educado, cariñoso, observador de las jerarquías. Tiene toda la paciencia y ninguna ira. Sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Con mi querido Àlex Gubern -director de ABC Cataluña e hijo del maravilloso periodista Arseni Gubern, a quien tanto debo y agradezco- decimos siempre que Miquel va a retirarnos, porque es el mejor y algún día trabajaremos todos para él.

A la espera de lo que el futuro nos depare, los que le conocemos y le queremos nos sentimos orgullosos de él, de su hombría y lealtad, de su talento, de su sonrisa que me recuerda al Sheeps may safely graze de Bach, porque es verdad que a su lado cualquier oveja podría pastar segura, segura de estar en paz con Dios y con los demás. Y si el mundo del periodismo es particularmente equívoco en su sistema de lealtades, no lo es menos el del amor entre jóvenes, y todavía más el del amor homosexual, seguramente más propicio al enjambre y a la promiscuidad. En su doble condición de periodista y de gay, Miquel ha conseguido que quien prevaleciera fuera Dios, alzándose en su fidelidad resistente como una piedra, lo que sin duda prueba no sólo la fe inquebrantable de Miquel sino la capacidad operativa del Señor en la Tierra, porque si a través de mi amigo ha conseguido iluminar hasta el más ínfimo rincón del patio gris y oscuro, sólo puede ser porque su poder no es ninguna leyenda y continúa intacta su vigencia.

Si nos pareciéramos un poco más a Miquel y un poco menos a nosotros mismos, si viviéramos un poco más cerca de su generosidad y un poco más lejos de nuestro miedo, de nuestra angustia, y de nuestro egoísmo; si entendiéramos la lección fundamental de monseñor Omella, que con su bello gesto con Miquel nos confirmó que el amor es más importante que la exactitud de la verdad, y que Dios ni está triste ni puede ser usado como una arma contra nadie, probablemente la mitad de problemas no los tendríamos, como siempre que confiamos en la gratitud, el desprendimiento y en el hecho de que la única y verdadera felicidad es creer en la felicidad del otro y, donde sólo hubo desesperación, repartir esperanza.

Miquel Vera es nuestro cuento de Navidad de 2019. Su bautizo es la estrella polar que guía a los Reyes Magos y los demás hombres y mujeres de buena voluntad, todos convocados al Nacimiento, todos convocados a la ternura, todos convocados al gran esplendor que proyecta desde la cuna más humilde su luz compasiva y redentora, su deseo de mundo mejor. Miquel es la metáfora de cómo Jesús se salvó de Herodes, y salvando su vida salvó la nuestra. Él ha ganado queriéndonos mucho a todos y sin hacer nunca daño a nadie.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación