Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Casas viejas

«Ahora que la nueva política habla de los jóvenes y de los alquileres tengo la extraña sensación de que España es una de estas viejas casas»

ICAL

Guillermo Garabito

¡Que yo quiero vivir en una casa vieja, de techos altos y futuro incierto! De esas que están a merced siempre de las primas de riesgo y del futuro. De esas que pasan la noche intranquilas pensando que será de ellas cuando se mueran sus viejos habitantes y haya que ponerles a todas rampas reglamentarias. Casas que acaban sucumbiendo al impuesto de sucesiones más que al tiempo. Pisos de esos que ya no quedan.

Desde aquí alcanzo a ver tres edificios de los que escribo, con sus balcones con mas molduras que geranios. Con sus miradores en peligro de extinción, «como viejas cajas de música» que dan paso a la melancolía. Casas con sus historias de escalera a cuestas que envejecieron mal. Que envejecieron como envejecen las abuelas sin nietos. Edificios que son, sin duda alguna, parte del paisaje urbano de la ciudad que día a día recorro y que va despareciendo cuando me despisto por caminar mirando al suelo. Y cuando vuelvo a levantar la mirada me encuentro una de estas casas en obras, con andamios y la fachada tiesa por el bótox del cemento. Pisos camino de dividirse en veinticinco apartamentos y portales que algún día tendrán un «Burger King» en la entreplanta.

Ahora que la nueva política habla de los jóvenes y de los alquileres tengo la extraña sensación de que España es una de estas viejas casas. «Ciudad de sucias tejas soleadas», que escribió Ángel González. Un edificio, con su Constitución, que quieren remozar todos los partidos rápidamente a base de piqueta y de cemento para decir que han hecho algo nuevo. Porque hay necesidad de parecer modernos, simplemente por no parecernos a nuestros abuelos. Y a mí no se me ocurre mayor ridículo que el de querer parecer moderno. Los políticos quieren hacerse pasar por jóvenes, pero el problema de los jóvenes, generalmente, suele ser que la política les va posponiendo las posibilidades para independizarse mientras se las facilita… qué sé yo: a Cataluña.

Y les hay que ante lo imposible de la política deciden con gracia que el problema para independizarse son los padres; porque los padres cada vez se van más tarde de casa. Como mi amigo Juanjo, que un día les sugirió a los suyos que ya iban siendo mayores para independizarse y funcionó. Se marcharon a la playa. Y yo a los míos se lo sugiero, pero nada. Y al final independizarse en estos lares supone abandonar la tierra. Irse todos a Madrid donde renegaron, por espacio, de las casas viejas.De ahí que lo tenga claro y el lector sabe de mi La Mudarra. Yo quiero independizarme allí. Con chimenea y dos lechuzas, donde cabe de verdad una biblioteca con libros con páginas y no de esos vacíos que venden en Ikea para decorar por metros. Estoy dispuestos incluso a convivir con el frío de otro tiempo y un internet de vida lenta. Porque independizarse en un pueblo puede ser aún más complicado, pero esa ya es otra historia.

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