Memoria de los pueblos perdidos bajo el agua

Virginia Mendoza, de Terrinches, ha escrito un libro sobre la España sumergida. «La mayoría veía la inauguración del pantano de turno en el NO-DO y ya está; no lo que había detrás», dice

Virginia Mendoza, en la orilla del río Ebro a su paso por Zaragoza, con la basílica del Pilar al fondo ABC
Juan Antonio Pérez

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Virginia Mendoza (Terrinches, 1987) se ha pasado un montón de tiempo viajando por lugares exóticos como Armenia, Georgia, Hungría o República Dominicana y, sin embargo, escribe sobre personas que se niegan a abandonar su pueblo. Gente que se queda allí donde ha nacido, ha crecido, se ha enamorado, se ha casado, ha tenido hijos y se ha hecho vieja, pese a que todos los demás se han ido o los han forzado a irse. Lo hace, dice, para «intentar entender a quienes no tienen la vida que tengo yo». Y añade que los seres humanos tampoco somos tan diferentes. Al contrario, hay «mucho parecido» entre esos pueblos abandonados de la mano de Dios en Cuenca, Guadalajara o Teruel y las aldeas más remotas del Cáucaso.

Acaba de publicar ‘Detendrán mi río. Desarraigo y memoria en un rincón de la España sumergida’ , editado por Libros del K.O., que se sitúa en Cauvaca, un lugar real, pero que ya no existe; «una huerta aragonesa que estuvo llena de vida hasta que la inundó el embalse de Mequinenza». Y el libro es la historia de Mercedes y de sus vecinos, de los recuerdos que se acumulan y de cómo la memoria los va adulterando.

Con una titulación en Periodismo y otra en Antropología Social y Cultural, ambas por la Universidad Miguel Hernández de Elche, Virginia se define como ‘perioantropodista’. Su último trabajo ha nacido de la curiosidad: por más que buscaba, no encontraba ningún dato oficial sobre los pueblos sumergidos.

El Instituto Nacional de Estadística (INE) contabiliza 8.131 municipios en España. Bajo el agua, se calcula que puede haber 500 más, una barbaridad, aunque cualquiera sabe. De hecho, habrá bastantes pueblos en los que todos los posibles testigos hayan muerto y, por tanto, sea imposible recuperar aquel legado.

«Son historias que hasta ahora solo han contado gente que las ha vivido, como Julio Llamazares o Ana María Matute . La mayoría de los españoles veía la inauguración del pantano de turno en el NO-DO y ya está; no lo que había detrás», afirma. Si bien el retener el agua de los ríos es algo que se remonta «a finales del siglo XIX», las grandes presas se construyeron en los años 50 y 60.

Los vecinos que tenían la mala suerte de habitar alguno de los lugares donde se proyectaba un pantano poco podían hacer. «No tenían opción. ¿Quién se iba a negar en plena dictadura? Y si lo hacían, les caía una expropiación forzosa. La alternativa que se les ofrecía dependía de cada caso y de la empresa que se encargara de la obra. Hay personas a las que no les dieron indemnización. O les mandaban a pueblos de colonización y, al llegar, la casa no estaba hecha todavía», explica. Además, «muchos se iban antes de que comenzara la obra y no conseguían nada».

Lo peor era la asfixia silenciosa, esa espada de Damocles pendiendo siempre sobre sus cabezas. La construcción de una presa podía durar más de una década. Así pues, la amenaza se iba convirtiendo en realidad poco a poco. De repente, un año se cerraba la escuela y no se volvía a abrir. O se cortaba la carretera de acceso y se quedaban aislados. En definitiva, «estaban con la presión de que no tenían perspectivas de futuro».

El punto de inflexión para la opinión pública fue el verano de 1987, cuando los vecinos del valle leonés de Riaño opusieron una fuerte resistencia, subiéndose a los tejados de sus viviendas para evitar las demoliciones. Hubo cargas policiales, varios heridos y algún suicidio. Mientras, en 1992, Paco Villalonga sacó su cámara y grabó los últimos momentos de su pueblo, Aceredo, antes de que se lo zampara el embalse de Lindoso, en la frontera de Ourense con Portugal. Ahora, casi 30 años después, Aceredo sale a la superficie en época de sequía. Y entonces Paco se prepara un bocadillo y vuelve para contemplar las ruinas de la que fue su casa.

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