Trump ultima una estrategia de tierra quemada contra Clinton

A Donald Trump se le agota el tiempo. Menos de cuatro semanas de campaña es margen suficiente aún para remontar, pero la cuesta arriba para el magnate es cada vez más pronunciada. Con una decena de puntos por debajo de Hillary Clinton en números redondos y con un partido fuera de su órbita, al magnate no le salían las cuentas. Crecer por la derecha ya es muy difícil; crecer por la izquierda, aún más. Eso explica su decisión de romper amarras.

Un cambio de estrategia a la desesperada para ser más Trump que nunca, endurecer el mensaje y asegurar el cien por ciento de sus potenciales votantes. Fortalecer su «movimiento». Para ello, practicará la política de tierra quemada: dura crítica a Hillary y a todo lo que representan los Clinton, con todos los recursos a su alcance.

Si tiene alguna forma de ganar, no será por la vía de ensanchar su electorado, sino por el de estrechar el de su rival.

Ruptura con el partido

El agrio y controvertido debate de San Luis, uno de los peores de la historia, fue el comienzo del cambio. Trump ya tenía pensado romper con el Partido Republicano, como única respuesta posible para salir del callejón sin salida al que se había visto abocado. Sin el apoyo de la dirección y con un creciente número de conmilitones exigiendo su abandono, sólo le quedaba romper la baraja. Y la rompió.

Su decisión de comparecer con las acusadoras de abusos sexuales de Bill Clinton supuso el desmarque definitivo del mensaje moderado que la dirección de su partido le había venido requiriendo. El frágil acuerdo consistía en mantener un hilo conductor para buscar la presidencia sin perder el Congreso. La difusión del vídeo obsceno rompió ese hilo.

El cambio de estrategia refuerza a quienes abogaban por la línea dura en el equipo del millonario. Es lo que su fiel escudero Corey Lewandowski, destituido precisamente cuando el magnate pactó con el Partido Republicano, llamaba «dejar a Trump ser Trump». La nueva orientación anuncia un final de campaña estridente, con una dura ofensiva para desprestigiar a su rival, con el escándalo de los e-mails como gran ariete y con las querencias de Hillary hacia Wall Street y los poderosos como mensaje de fondo. El objetivo es desactivar el voto liberal, el que respalda a Bernie Sanders, cuyos seguidores no comulgan con la candidata demócrata. Pero también, el del republicano que ha pensado en votarle.

Consciente de ello, la campaña de Clinton intenta convertir el escándalo de los e-mails en una guerra lanzada por el presidente Putin, Wikileaks y Trump, una teoría de la conspiración que ahuyente del magnate al votante moderado.