El presidente Rajoy posa con una importante representación de la élite empresarial española
El presidente Rajoy posa con una importante representación de la élite empresarial española - jaime garcía

Alta tensión entre empresarios y políticos... cambiar para que todo siga igual

El capital está en manos de los grandes empresarios. Y el dinero, como llega, se va. No sin antes advertir: o se hacen cambios reales, o... Ellos se lo han dicho ya al presidente Rajoy

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Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie. Máxima que estos días se ha trasladado con firmeza desde las huestes empresariales a las del Gobierno. Una frase acerada donde las haya -que escribió Giuseppe Tomasi di Lampedusa en la novela «El Gatopardo», una de las grandes obras de la literatura italiana del siglo XX- que pesará como una losa en las espaldas del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, si no toma nota y la hace suya. Y la pone en práctica, claro. Aunque la recomendación venga de fuera. De dentro, me consta que también. Pero cumpliendo más allá de lo que a simple vista -o lectura- parece tener su significado.

Así se lo han demandado al presidente, con tintes de «exigencia» reflexiva, desde todos los flancos, por la derecha, por la izquierda y por el centro, pero no sólo políticos, sino también desde varios «lobbys» empresariales.

Detrás de ellos, los de siempre. Los más grandes, los que más invierten, los que dan empleo. Los Telefónica, Santander, Repsol,Iberdrola, Caixabank,Abengoa, Endesa, Abertis, Acciona, ACS, Sabadell, Godó... etcétera, etcétera, etcétera... vamos, el Ibex 35 al completo y más, porque se suman los miembros del Consejo Empresarial para la Competitividad -y su presidente, César Alierta, que, dicen algunos políticos, se ha mostrado muy contrariado con la situación de caos provocada tras las elecciones, por lo que pueda pasar con nuestras grandes compañías y sus inversiones y/o proyectos... si bien no es el único-, o los miembros de CEOE, o del «lobby» Puente Aéreo, o del Círculo de Economía... al final, todos están en todas partes y se repiten. Es el capital español. El dinero.

Y el dinero, ya saben, es muy cobarde. Una cobardía, legítima, ¡faltaría más!, que reacciona ante cualquier vibración inesperada o no deseada. Porque de fuera han llegado los avisos: o se acaba con la incertidumbre que ha provocado el desembarco de representantes de partidos populistas en algunos ayuntamientos y comunidades clave para las inversiones foráneas -como en la alcaldía de Madrid, Manuela Carmena, candidata por Ahora Madrid; o de Barcelona, Ada Colau, líder de Comú (BComú)-, o ese capital es susceptible de «salir pitando». Porque cuidado que en marzo, cuando aún sólo se conocían los resultados de las encuestas, los inversores extranjeros retiraban de nuestro país 19.400 millones de euros. Tan rápido como llegó con la recuperación, el capital se irá. Y no lo dice cualquiera, no. Lo advierten los que se relacionan con «la pasta» foránea: los grandes bancos de negocio internacionales al habla con nuestros empresarios.

La petición al oyente: o hay cambios regeneracionales en el seno de Gobierno y Partido Popular, o los ciudadanos -los de a pie, no el partido, que también- no tragarán, y en las eleccioneslas generales el drama será mayor. Porque no vale airear que sólo entrarán nuevos ministros casi casi por obligación -porque los que estén, se «tengan» que ir, caso José Ignacio Wert (del Ministerio de Educación a embajador español de la OCDE) o Luis de Guindos (de Economía al Eurogrupo)-. Tiene que haber más. Y los que ya se han ido -¿Alberto Ruiz Gallardón?-, también lo han avisado. Desde fuera, todo se ve más claro. Ya no vale jugar con la baza escrita en la literatura macroeconómica de los últimos 20 años, que mantiene que las elecciones intermedias no tienen efectos económicos, ni negativos, ni positivos, aunque las generales sean otro cantar. El economista Nouriel Roubini lo remarca en ocasiones: el año anterior a unas elecciones generales, si crece el empleo y la renta disponible, el partido gobernante repite. Eso si no hay factores más allá de lo económico que pesan electoralmente. Y, en nuestro caso, lo hay: la corrupción. O cambios reales, o lo conseguido, pero sufrido, al garete.

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