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«La bella durmiente»: Duato desnatado

Nacho Duato presenta en el Teatro Real su versión de «La bella durmiente», un título clásico con partitura de Piotr I. Chaikovski

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Érase una vez un coreógrafo que se enamoró de una princesa, el ballet clásico, después de veinte años sin querer mirarla a la cara. Así podría empezar el cuento de la historia de Nacho Duato, que acaba de presentar en el Teatro Real su versión de «La bella durmiente», uno de los grandes títulos del repertorio clásico, con una exquisita partitura de Piotr I. Chaikovski.

Todo el mundo evoluciona, y Nacho Duato, lógicamente, lo ha hecho. A lo largo de sus veinte años en España lo pudimos comprobar, porque él es, además, un coreógrafo transparente, y sus creaciones siempre han mostrado de manera muy evidente su estado anímico y vital. Esa evolución le ha llevado hasta el ballet clásico, del que no quiso saber nada durante los años en que dirigió a la Compañía Nacional de Danza. Esta «Bella durmiente» fue su primera creación para el Ballet del teatro Mijailovski, que estuvo dirigiendo antes de mudarse a Berlín, para cuya compañía lo ha remontado ahora.

Apenas se ve a Duato en esta coreografía. No es ni una crítica ni un elogio, simplemente un hecho. Apenas hay huellas suyas –son evidentes en el personaje de Carabosse, que parece salido de un montaje de Tomaz Pandur, y en la manera de quebrar algunos movimientos–; Nacho Duato ha construido una «Bella durmiente» de libro, sin aristas ni husos que pinchen a los espectadores. Este es un espectáculo bello y agradable, que se deja ver y se disfruta, en el que Nacho –y ahí si deja rastro– demuestra su elegancia, su buen gusto y su probado sentido de la escena.

La producción es imponente. El rico y colorido vestuario y la escenografía (enmarcada por unas grandes molduras) los firma Angelina Atlagic (colaboradora habitual del mencionado director esloveno Tomaz Pandur), y recrean a la perfección, ayudadas por las luces de Brad Fields, ese universo irreal de cuento de hadas que es éste ballet.

Da gusto oír escuchar un ballet con la orquesta en directo; en Madrid no estamos acostumbrados; y así debería ser siempre. Sobre todo cuando la Orquesta Titular del Teatro Real sonó redonda y brillante bajo la batuta del atento (en ballet no es un adjetivo menor) Pedro Alcalde.

El Staatsballett, por su parte, ofreció una interpretación tibia, marcada por la corrección y el buen hacer, pero falta de emoción (en «La bella durmiente», ésta se consigue a través de la perfección) y que incluye solistas de nivel, especialmente Rishat Yulbarisov, poderoso Carabosse, y Olof Kollmannsberger, magnífico Oro. La pareja protagonista, Jana Salenko (Aurora) y Dinu Tamzalacaru (Desirée) son bailarines elegantes y de hermosa línea.

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