Música

Miguel Poveda coquetea con el tiempo en Fibes

Tres horas de espectáculo para festejar sus treinta años de trayectoria

Miguel Poveda en una imagen de archivo ABC

Luis Ybarra Ramírez

El Poveda más clásico y el rebelde. El mejor y el peor. El niño que grababa temas de Los Chichos en las cintas de su padre y el hombre que hoy se parte en mil pedazos sobre las eneas se reunieron anoche en Fibes. Le echó su capote de brega al tiempo y coqueteó con él con más desvergüenza que nostalgia , domeñando a su antojo la dimensión que siempre corre en nuestra contra. Una buena forma de festejar los treinta años de trayectoria que, echando la vista atrás, le han permitido tomar un centenar de terrenos diferentes.

No agitar los pies cuando se evoca al sonido gitano-rumbero de los años 70 y los 80 es ir contra natura. El cantaor catalán, que se ha vuelto adicto al escenario, lo sabe. Y el público, tras los poemas de Miguel Hernández y Lorca , se enciende: Los Chunguitos , Tijeritas , El Luis y su lado más blusero y salvaje en «Te lo digo cantando». Una música tan poderosa que lo más acertado es no tocarla demasiado. Solo jugar algo con ella. Sacarla a bailar. Un beso. El pase de una mano. Poco más.

El piano pertenece a Amargós . Las guitarras, a Bolita y Jesús Guerrero . Y la noche, a los que desde el patio de butacas la buscan sin descanso. Hay tiempo para la copla. Para esparcir por el suelo los paisajes floridos de Rafael de León y recordar por bulerías los conocidos tres puñales comprados para dar la muerte en exclusiva. Pero también hay tiempo para el flamenco que no admite el micrófono en pie. El genuino. Para el que Miguel Poveda necesita quitarse las costuras y sentarse, refrescar el paladar y girar el cuello varios siglos.

Entonces despliega su otro repertorio : petenera, soleá por bulería con un jovencísimo Manuel de la Tomasa como invitado, la guajira de Marchena, seguirillas de tinte jerezano y de Los Puertos a pecho descubierto para a honrar a su padre recientemente fallecido, cantiñas, el «Dame la libertad» del Lebrijano en compañía de Kiko Peña y bulerías junto a una pletórica Remedios Amaya . El universo de Lole y Manuel , por último, no queda fuera de sus requiebros. Como sucede con las rumbas anteriormente mencionadas, este legado tampoco hay que manosearlo. Emociona como tal y no se le debe añadir mucho. Por eso lució como merece.

En ocasiones, se muestra humanamente desmedido por la euforia ; qué difícil eso de encontrar la quietud cuando el foco aprieta incidente. En otras, por supuesto, se mantiene cometido y atinado pergeñando tercios. Un recital de momentos que se prolongó hasta tres horas para mostrar sus múltiples versiones y recursos . Su habilidad frente a lo complejo incluso cuando el fuelle no le responde con la firmeza deseada.

Lo que ha conseguido en esta cita el de Badalona resulta heroico. Por un lado, ha agotado las localidades en un espacio como el Palacio de Congresos durante tres días consecutivos. Por otro, ha logrado que los cientos de fieles que le siguen conozcan hasta el corte exacto de algunos de sus cantes , como sucede en sus tangos. Tres mil palmas que se caen al mismo sitio. A la vez. Y otra vez el tiempo, el ritmo, la matemática del compás que parece que todos llevábamos dentro alumbrando su espectáculo. Hay una soleá que encierra todo esto: filosofía, poesía y destino . Dice lo siguiente: «Fui piedra y perdí mi centro/y me arrojaron al mar/a fuerza de mucho tiempo/mi centro vine a encontrar». Tras una maraña de caminos, Miguel Poveda no es más que el resultado de todos ellos.

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