CRITICA DE MÚSICA

Gustavo Dudamel y la solución musical

El director venezolano dirigió a la Orquesta Filarmónica de Viena en el Teatro Real

Gustavo Dudamel, durante el concierto en el Teatro Real Javier del Real

ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

Gustavo Dudamel irrumpió en el mundo de la música como si de un tornado se tratase. En Madrid, y entre varias hazañas, se escuchó una « Consagración de la primavera », junto a sus compañeros de la joven orquesta Simón Bolivar, frente a la que fue muy difícil mantener la estabilidad en el asiento. También fue determinante la «locura» de aquella primera grabación mahleriana. La naturaleza musical de Dudamel se hizo pronto evidente: innata, arrolladora, comunicativa, extravertida, contagiosa y hasta brutal. Han transcurrido unos diez años desde entonces y muchas cosas han debido suceder. Dudamel todavía es joven pues atraviesa la treintena pero la experiencia acumulada se nota. Para aquellos que tuvieran la oportunidad de ver surgir aquel tsunami musical será una sorpresa encontrarlo ahora apaciguado en la sensatez de un gesto seguro y económico, capaz de llevar a la orquesta con una muy sólida (y menos espectacular) naturalidad.

Gustavo Dudamel actuó el sábado en el Teatro Real de Madrid con motivo de un concierto extraordinario organizado por Formentor Sunset Classics , festival que la cadena hotelera Barceló ofrece desde hace cinco años en Mallorca y que en esta ocasión se desplaza por primera vez fuera de la isla. Comenzó la sesión con el adagio inicial de la décima sinfonía de Mahler, música limítrofe, incompleta, sobre la que tantas interpretaciones se han dado. En el programa de mano, Pedro González Mira la define como «forma de salvación» y aporta un dato curioso al recordar el boom que tuvo en los años sesenta con el mayo del 68 como estandarte. Consecuencia sociales semejantes demuestran que la música no es inocua. Dudamel, hijo de Venezuela lo sabe bien.

Observado el fenómeno en sentido contrario y traído a la actualidad merece la pena deducir cuál es el mundo que Dudamel quiere proponer. A partir de una ejecución instrumental ejemplar , su versión, tan lógica desde la perspectiva musical, tan escasa de sicologismo y tan pulida en el mensaje debe hacer reflexionar sobre una forma de compromiso que en realidad es supervivencia. Porque la maquinaria de la Filarmónica de Viena puede ser apabullante lo que significa que, bajo el mandato de Dudamel, la sinfonía fantástica adquiere peso sonoro, carnosidad muy distinta a la de otras muchas propuestas más aéreas, tímbricamente más refinadas. Sin duda se prefiere la narratividad horizontal a la variable coloración tímbrica de la experiencia a partir de una idea (musical) obsesiva.

A partir de ahí, hay una cuestión que tiene que ver con el encanto que Dudamel deja de lado. Se nota en el sólido peso del vals en un baile poco ligero, en lo decorativo del sabbat, en lo poco que ofende la marcha al suplicio donde la orquesta hizo un alarde de redondez incluyendo un final brillante. Porque la lectura general es austera, subordinada a una dialéctica un punto artificial y poco evocadora, si bien formidablemente acabada. Sin duda, aquel que llevaba en las venas el sentir musical revolucionario propio de una juventud que se comía el mundo, es hoy un hombre pacífico, ordenado y metódico, más impersonal, y en cierta medida más agotado. En otro orden de cosas se hablaría de la pureza química de la experiencia, pero también de desencanto, de ambigüedad en el mensaje. De aburrimiento.

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