Portada española del single «Adolescent Sex», de Japan
Portada española del single «Adolescent Sex», de Japan - abc
rótulos de otro tiempo

Crítica musical: una introducción básica

Los escritos anónimos con que los aficionados calificaron sus discos son una inmejorable guía sonora y un sobrio modelo de contención

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Degenerando, lo mismo que un torero llegaba el siglo pasado a gobernador civil, ahora subdelegado del Gobierno, la crítica musical ha ido ganando los papeles, que es lo más parecido que hay a perderlos, pero por acumulación. Ancha es Castilla. Para decir que una canción o un disco entero están bien o mal, que es lo más sencillo del mundo, hay que plantear una suerte de discurso del método y meter cuatrocientas palabras en unos textos cada vez más largos y prescindibles, por la velocidad lectora que acelera internet y la posibilidad de saltarse la parrafada y quedarse con la nota de la evaluación final, en puntos o estrellitas. Para más inri, todo esto se produce en la exégesis de la obra de una banda de pelagatos pseudoexperimentales.

Sobra añadir que a gente como Bob Dylan hay que darle de comer aparte y redactarle como mínimo cuatro o cinco folios.

Es necesario rebobinar y trasladarse al tiempo en que los consumidores de música, pinchadiscos que ni siquiera eran profesionales, a menudo camareros metidos en una cabina, o meros aficionados, pintarrajeaban la carpeta de sus discos para situarse y resumir de manera superficial y directa, en una sola palabra («rápida», «lenta», «muy buena») o un simple signo (asteriscos, más, menos), las sensaciones producidas tras la escucha de una canción. Al grano. Superficial y vulgar. Contrasta aquella capacidad sintética, surgida del utilitarismo y la autodidáctica, con las cosas que sin necesidad de rebuscar se pueden leer hoy por ahí. Como muestra, algunos botones, cogidos casi al azar, sin ánimo ofensivo, puramente testimonial: «arreglos envolventes; una exquisita banda sonora imaginaria», «tejer y retejer sus atmósferas cálidas y melancólicas» o «sus canciones son torch songs a media luz, con los labios apretados para que salga un susurro». Ahí queda eso, que cada palo aguante su vela, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra y todo eso. La misma redacción de este comentario resulta bastante presuntuosa, al menos por extensa.

En este recargado y artificioso escenario, en el que la estrella es el crítico, por encima del compositor, función invertida, resulta oportuno reivindicar la obra anónima de quienes con una o dos palabras fueron capaces de explicar y dejar para la posteridad unas minicríticas que los más puristas pueden considerar contaminantes -una fea mancha de boli en la portada de un disco valioso-, pero que tienen el mérito aleccionador de la concreción y la síntesis.

Sobre la portada de la edición española del primer single de Japan, «Adolescent sex», una tal Elena, muy atinada, escribió en 1978 «movido» y luego «rarillo», para que no quedaran dudas. La imagen de la portada, que solo se distribuyó en España, presenta una bragueta abierta y una mano que busca en su interior. Si la cubierta del «Sticky Fingers» de los Rolling, la banda ahora conocida como los Stones, fue censurada en 1971 con la cremallera abrochada, la entrepierna de Japan representa un desquite, o también un adelanto de lo que en cosa de unos años iba a ser la virilidad escenográfica del glam-metal de Los Ángeles. Volviendo atrás, justo encima del paquete japonés, Elena definió en dos palabras lo que musicalmente era aquello, una batiburrillo sonoro que ni siquiera Japan supo explicar. Quizás ahora, cuando David Sylvian improvisa sobre versos de Franz Wright y se complica la vida, se pueda aclarar lo que su banda, antes de posicionarse, como se dice en economía, quiso decir hace casi cuarenta años. Aquello era un contradiós, «movido» y «rarillo», ni más ni menos.

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