Benito Pérez Galdós, un amante tímido e introvertido

Aunque nunca llegó a casarse, el escritor tuvo cuatro grandes amores y un sinnúmero de flirteos y conquistas

Benito Pérez Galdós, fotografiado hacia 1905 ABC

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No deja de ser curioso, llamativo, el sambenito de mujeriego que Benito Pérez Galdós , don Benito para los que nos reconciliamos con la literatura española gracias a él, lleva a cuestas desde tiempo inmemorial. Una etiqueta que casa bien poco con ese carácter suyo tan reservado, tímido e introvertido que cuando Leopoldo Alas, «Clarín» , quiso escribir una biografía sobre su vida le dio mal hasta su fecha de nacimiento. «Uno de los datos biográficos de más sustancia -escribió el autor de “La Regenta”- que he podido sonsacarle a Pérez Galdós es… que él, tan amigo de contar historias, no quiere contar la suya (...) Tal vez lo principal, a lo menos la mayor parte, de la historia de Pérez Galdós está en sus libros».

Lo que está claro, según atestiguaron quienes le conocieron, porque de su boca no salió nunca confesión alguna, es que amores tuvo bastantes, y todos ellos influyeron en su obra . Los personajes femeninos de sus novelas, desde la primera a la última, tienen ideas feministas tan actuales que su lectura es hoy más moderna que algunas sandeces que a menudo leemos en Twitter . Ellas fueron el fiel reflejo de sus conquistas, de sus amantes, de sus amores, y en ellas halló, quizás, el refugio que no le procuró su vida personal, al menos hasta el final. Según confesó a los periodistas Arturo García Carraffa y Luis Antón del Olmet , «nunca sentí la necesidad de casarme, ni yo puse empeño en ello». Aunque Manuel Herrera, experto en Galdós y miembro de la Asociación Internacional de Hispanistas , precisa que «sabemos por Marañón que no se casó por el amor que tuvo a su madre y a sus hermanas».

«Benitín» , como le llamaban en casa, fue un niño muy mimado. Creció al abrigo de un matriarcado en el que sobresalía doña Dolores, su madre , que debía ser ordeno y mando. En su casa se hacía lo que ella estimaba oportuno, y así obraban tanto sus seis hijas como sus hermanas y, por supuesto, las sirvientas. Todas mujeres. Mientras, «Benitín» observaba y crecía. Era un muchacho de muy buen ver, delgado, alto, tirando a moreno y «de expresión tímida y arrogante», en palabras de Herrera, lo que atraía las miradas de cuentas jóvenes se cruzaban a su paso.

Años después, el propio Galdós dejaría bien clara su opinión sobre el universo femenino en un discurso pronunciado en un homenaje a Jacinto Benavente : «Sin mujeres no hay arte (...) Ellas son el encanto de la vida, el estímulo de las ambiciones grandes y pequeñas; origen son y manantial de donde proceden todas las virtudes (...) Es destino ineludible de ellas amar al hombre y éste debe consagrarles toda su inteligencia y su amor eterno». Y eso fue, precisamente, lo que don Benito hizo.

«Sisita»

Su primer amor, cuando la adolescencia aún hacía estragos en su ánimo callado, fue su prima María Josefa Washington de Galdós , «Sisita», hija de un hermano de su madre. Se conocieron de jovencitos, en la casa familiar de Las Palmas de Gran Canaria, y él quedó prendado nada más verla. Según Germán Gullón , catedrático de Literatura Española especializado en la figura del escritor, «a Galdós le atraía muchísimo, porque había vivido en Carolina (Estados Unidos), hablaba inglés… Le resultaba exótico. Fue un amor/amistad durante mucho tiempo».

Pero doña Dolores estaba al quite de los amoríos entre los primos y cuando Benito terminó el Bachillerato le mandó a Madrid para que estudiara Derecho y, de paso, se olvidara de «Sisita». Él obedeció, claro, cualquiera le decía que no a doña Dolores, aunque lo hizo, según Gullón, «con mucho dolor y a lo largo de sus obras estaría siempre ese tema del primer amor perdido , romántico».

A Madrid llegó Benito, que no «Benitín», compuesto y sin novia, ni prima, en 1862 y se instaló en una pensión de la calle del Olivo. Allí vivió, aproximadamente, hasta 1867 y allí llevó, en palabras de Gullón, «la vida de un estudiante: salía con modistillas (luego lo reflejaría en «El doctor Centeno» , publicada en 1883), visitaba casas de prostitución...». En fin, los quehaceres propios de un muchacho de la época en plena flor de la vida.

En 1873, don Benito inició su estrecha relación con Santander , ciudad que eligió como destino de veraneo y en la que conoció a Juana Lund , con la que se rumoreó que tuvo un romance, circunstancia que desmiente Gullón: «Parece que no hubo tales amores, sino que fue una relación de amistad». Pero algo especial debió haber entre ellos, porque, según sostiene Herrera, «Galdós se sintió atraído» por "Juanita", como se la conocía, e, incluso, «pudo inspirarse» en ella «para hacer el retrato físico de su “ Gloria ” y quizás para tomar algún rasgo del carácter».

Pero, dejando de lado estos comienzos en el arte amatorio, «Galdós tuvo -explica Gullón- esencialmente cuatro amores: Emilia Pardo Bazán , Lorenza Cobián , Concha Morell y Teodosia Gandarias ». Y con ellas desarrolló esa peculiar filosofía amorosa que Herrera describe como «coexistencia de varios amores y la frecuente sustitución de una pasión por una nueva relación amorosa».

Emilia Pardo Bazán

A finales de 1881, Pardo Bazán , que acaba de publicar «Un viaje de novios» , recibió una carta de felicitación de Galdós a la que ella, que entonces tenía treinta años, respondió entusiasmada. Poco a poco, y sobre todo a raíz de la ruptura matrimonial de Pardo Bazán con José Quiroga en 1884, «la relación y admiración, casi de discípula a maestro, se va transformando en una relación apasionada», en palabras de Herrera. Según Gullón, el de don Benito y doña Emilia «fue un amor enorme, verdadero », que se prolongó desde 1887 hasta 1890 y del que nos quedan, hoy, las apasionadas cartas que ella le envió (las escritas por él desaparecieron en un misterioso incendio en el pazo de Meirás , que antes de pertenecer a los Franco fue de la escritora).

«Desafortunadamente -continúa Gullón-, la Pardo Bazán tuvo una aventura con Lázaro Galdiano » que llegó a oídos de Galdós por una indiscreción de Narcís Oller , amigo de ambos. Aquello no le gustó un pelo a don Benito, pero la pareja se reconcilió en 1889, previa disculpa, por escrito, de ella y siguieron viéndose, a escondidas, en la madrileña calle de la Palma, junto a la iglesia de las Maravillas. Incluso viajaron juntos a Italia, pero, según Gullón, «eso ya no funciona, entre otras cosas porque él había vuelto a renovar su relación con Lorenza Cobián », a la que conoció en Santander. De hecho, Herrera sostiene que «la relación clandestina de don Benito con Emilia era simultánea a la que mantenía con su amante Lorenza». Ay, don Benito…

Lorenza Cobián

Cobián, que hacía de modelo en Madrid para pintores amigos del escritor, era una joven atractiva, pero poco instruida -que no analfabeta, como se ha llegado a decir-. El 12 de enero de 1891 nació en Santander María, hija de Galdós y Lorenza . Según Gullón, «la relación con Lorenza duró bastante tiempo, aunque fue intermitente. Fue una relación entrañable y a Galdós la paternidad le dio alas para entender otra cosa de las relaciones humanas ». Lo malo es que Lorenza era tendente a la depresión y en julio de 1906 no aguantó más con la vida a cuestas y se ahorcó en el calabozo del Gobierno Civil de Madrid, donde estaba presa porque había intentado arrojarse a las vías cuando el tren pasaba. Galdós quedó destrozado, pero aún tuvo fuerzas para escribir a su hija María: «Ahora estás más obligada que nunca a una obediencia ciega a cuanto yo te mande».

Concha Morell

Unos años antes del suicidio de Cobián, Galdós conoció, en uno de sus habituales paseos por Madrid, a Concha Morell , una aspirante a actriz. Ella tenía 26 años y, según Herrera, «una bella apariencia, pelo castaño, tez blanca». Era, además, «elegante, simpática y de espíritu inquieto». Para complacer sus deseos, Galdós le consiguió un papel en «Realidad» y durante los ensayos de la obra, en noviembre de 1891, Pardo Bazán , que sustituía al director, Emilio Mario, aquejado de gripe, se percató de que su «miquiño» ya sólo tenía ojos para aquella joven. Sólo un año después, aparecería «Tristana», inspirada en Morell, con la que don Benito mantuvo citas furtivas en el «palomar», como llamaba al cuartucho que tenía en la calle del Buen Suceso, en el madrileño barrio de Argüelles. Según Gullón, ella «era extraordinaria, muy inteligente, con una gran capacidad verbal», pero Galdós «no quería que ninguna de estas mujeres entrara en su vida», y cuando Morell «intentó establecer relación con la familia, le sentó mal» y puso punto final a su relación.

Teodosia Gandarias

Tras los agitados años que pasó con Morell, a finales de 1906 apareció en la vida de Galdós su último gran amor, Teodosia Gandarias . Viuda y sin hijos, tenía veinte años menos que el escritor, al que conoció de forma casual. Según cuenta Gullón, «ella vivía en la calle Santa Engracia (Madrid) y durante un tiempo él vivió en una casa cercana. A él le gustaba mucho pasear y probablemente se encontraron en la calle, porque a Galdós le conocía todo el mundo, era una celebridad».

Teodosia era una mujer culta y Galdós pasaba todas las tardes con ella leyendo, corrigiendo pruebas, escuchando música en el gramófono que le regaló… Eso sí, cada uno vivía en su casa y la calle no la pisaban juntos, porque Galdós seguía fiel a ese secretismo que tan a rajatabla llevó toda su vida. Sólo lo rompió una vez, en 1918, cuando Teodosia le acompañó a Barcelona al estreno de una obra de teatro. «Fue un amor estupendo, un amor romántico total», aclara Gullón. Tanto se querían los amantes que ella murió sólo cuatro días antes que él, el 31 de enero de 1919, y a don Benito decidieron no decirle nada para ahorrarle ese sufrimiento .

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