Gabriela Ybarra, fotografiada en Madrid
Gabriela Ybarra, fotografiada en Madrid - ERNESTO AGUDO

Gabriela Ybarra: «Hay que hacer visible la muerte para quitarle importancia»

El asesinato de su abuelo a manos de ETA y el fallecimiento de su madre de cáncer son el hilo conductor de «El comensal», un sorprendente debut

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La madre de Gabriela Ybarra (Bilbao, 1983) era «calor y presencia». Su recuerdo, al cumplirse cuatro años de su muerte a causa de un cáncer, cobra vida en «El comensal» (Caballo de Troya). Un libro sobre el «ritual del duelo», en el que la autora reconstruye, además, la historia de su familia a través del fallecimiento de su abuelo, que fue asesinado por ETA en 1977.

—En el libro se enfrenta a la muerte de forma muy valiente. ¿Qué descubrió?

—Hay que hacer visible la muerte para quitarle importancia y no pasa nada por hablar de ella. Me llama mucho la atención que tendemos a mentir a los enfermos cuando se están muriendo.

—Pero, ¿no cree que el enfermo sabe que se está muriendo?

—Sí, pero le generas una angustia terrible porque lo sabe pero recibe información contradictoria desde fuera y dentro tiene algo muy fuerte que no puede compartir. En EE.UU. eran muy brutos a la hora de decirte las cosas.

—Sí, es un trato muy distinto.

—Fue positivo, porque a mi madre le permitió controlar su enfermedad. En los últimos días hay muchas decisiones que tomar y sentir que tenía el control le dio mucho sentido. Lo peor que te puede pasar es morirte perdido, sin encontrarle un sentido a esos días finales.

—Es cierto que en nuestra sociedad no convivimos con la muerte.

—Sí y sería mucho mejor afrontarlo, porque nos haría más humildes, al quitarnos importancia. Igual hasta perdería sentido asesinar, porque si ya sabes que en algún momento te vas a morir…

—A veces la escritura es una herramienta liberadora, casi redentora. No sé si ese ha sido su caso.

—Ha sido terapéutico, porque he conseguido darle un sentido a la historia de mi familia, pero no ha sido un proceso nada placentero.

—Habrá pasado por más momentos de dolor que de alegría, lógicamente.

—Mucho. Yo vivía el asesinato de mi abuelo como una especie de ficción. Mi padre estaba amenazado y llegaron a enviarnos un paquete bomba, pero no era una cosa con la que tuviese un enfrentamiento directo. Asumir que el peligro que viví era real… Sentí miedo, todo el miedo que tenía acumulado salió de golpe. Le puse cara al peligro, investigué dónde vivían y cuando vi sus caras me impresionó mucho reconocerles como humanos.

—Claro, son padres, hijos, tíos..

—Claro, lo terrible es que hacen las cosas que hacemos todos. Eso da más miedo todavía.

—Son humanos... pero también monstruos.

—Yo no creo que sean monstruos. Hay una serie de circunstancias que te llevan ahí y que nos podrían llevar a cualquiera. Y eso da muchísimo miedo.

—¿Usted cree?

—Yo creo que sí. Canalizamos la ira de formas distintas, pero al final el odio es un sentimiento humano. Luego está el problema del bien común. A menudo se cometen y se aceptan asesinatos injustificables en nombre de un supuesto bien común. Los etarras, por ejemplo, han asesinado en nombre de una independencia y de unas ideas que ellos defienden que si se implementan podrían traer más felicidad a su pueblo.

—Cuando piensa en su abuelo le recuerda diciendo «lo más que me pueden hacer es darme dos tiros» y a su madre afirmando «sed sencillos».

—Sí. No puedo saber cómo murieron, pero me gustaría pensar que fue así. Cogí esos consejos, que considero sencillos e intentan afrontar la muerte quitándose importancia. Muchas veces la gente de alrededor está pendiente de que ocurra un milagro, que en el último momento venga alguien y te salve. Eso va en contra de la sencillez, porque tienes que asumir que eres uno más, que te vas a morir y que tampoco eres tan importante, ni tan necesario, y no hace falta que nadie te salve.

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