El poeta Antonio Daganzo
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Antonio Daganzo: «La conciencia del dolor no excluye la conquista de la felicidad»

El poeta reflexiona sobre su obra entre la que destaca «Mientras viva el doliente», que ya ha alcanzado la tercera edición

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Conoce el dolor en carne propia y lo lleva a la primera persona del plural, un nosotros en el que todos podemos y debemos reconocernos. De ello, pero también del combate y la esperanza de cada día, del hogar familiar, de la añorada patria de la infancia da cuenta en títulos como Mientras viva el doliente (Ed. Vitruvio, tercera edición) repertortorio de revoluciones diarias en las que nos unimos como especie. Apúntense a esta fiesta de los sentidos.

-Espero que no sólo sea posible escribir poesía, y de la buena, sólo desde el dolor.

-Claro que sí. Mientras viva el doliente significó, ante todo, una catarsis; una catarsis necesaria que, por un lado, explicase la mirada oscura que había caracterizado a mis dos primeros libros (Siendo en ti aire y oscuro y Que en limpidez se encuentre), y que, por otro, abriese por fin el camino a la celebración, e incluso a la fecundidad de la nostalgia.

Por esos caminos transita ahora mi poesía. La conciencia del dolor, del abismo, no excluye la conquista de la felicidad posible.

-En su caso, en su más reciente libro, la experiencia autobiográfica es imprescindible.

-En todos mis libros, realmente. Lo que ocurre es que, durante el proceso de composición de Mientras viva el doliente, me resultó absolutamente perentorio enfrentarme al enfermo que yo fui en los primeros compases de mi vida; averiguar, de tal modo, las raíces de mi sensibilidad poética y de mi inclinación por la escritura. Si la lectura precoz pudo crear para mí una realidad alternativa salvadora en aquel tiempo, la escritura supuso luego, supone hoy, la definición constante de una esperanza: la de que la búsqueda de la belleza no será en vano.

-Su poesía desgarra, casi acongoja, acojona, hablando en cristiano, ¿de eso se trata?

-Siempre he creído en la fuerza arrolladora de la lírica, siempre. Y la autenticidad del artista da la medida del desgarro o del júbilo. Los lectores tienen un sexto sentido muy poderoso para identificar sinceridades o afectaciones. Mucho más en la poesía.

-«...atacar tan sólo es defenderse...». Al final, en la vida, casi es lo único que hacemos, defendernos.

-Pero en la defensa cabe mucha subversión. En una economía de mercado, en una sociedad de consumo como la nuestra, pocas cosas habrá más subversivas que el aislamiento del artista, del poeta, cuando se arroja a la creación de una obra que nadie, absolutamente nadie, le ha pedido, salvo su propia vocación. Un gesto redentor así resulta extraordinario.

-La poesía, sin embargo, se mueve en otros territorios.

-En todos. De hecho, el poema es el territorio total. Recuerdo muy bien unas palabras que le escuché a José Hierro en mis días universitarios: «Incluso en un cubo de basura puede haber poesía». Más allá de unos referentes u otros, lo que me apasiona de la escritura poética es su inherente capacidad para hacer trizas lo unívoco. Evocación, sugerencia, apertura semántica: como una pura música articulada con palabras. Porque la música, en poesía, es mucho más que una cuestión de ritmo.

-Al principio, sus primeros poemas no me conmovían. Pero fue como esas películas que te van envolviendo poco a poco y apenas si ya sabes salir de ellas.

-Fue muy curiosa la gestación de Mientras viva el doliente. Entendí que, para abordar un tema tan complicado como el de la enfermedad –metáfora, además, de lo efímero de la condición humana-, necesitaba unos primeros poemas de corte reflexivo, distanciado incluso. Sólo así se me abrirían las puertas de la memoria; sólo así lograría que la emoción manara a raudales a lo largo de la segunda mitad del libro. Y no de forma gratuita, sino con la intención de construir sobre ella la posible felicidad futura.

-Se me antoja una buena técnica para echarle una mano al cuello a los lectores.

-Cada poemario tiene su música íntima, lo mismo que cada poema. Se trata de salir a buscarla, poniendo a dialogar al pasado con el presente y el futuro: todos, en puridad, la misma cosa. La modernidad, el uso del verso libre significativamente, nos ha aportado una conciencia muy clara de la necesidad de las músicas íntimas, y por ello intransferibles. Las categorías heredadas ya no sirven para construir un discurso poético coherente, pleno, rico. La técnica, la escritura misma, ya no puede ser artesanía sino búsqueda, lo que no excluye el cultivo ocasional de la tradición.

-Escribe que le robaba días al dolor. ¿Eso cómo se hace?

En cierto momento de Mientras viva el doliente, afirmo: «Todo fantasma dicho cicatriza». Quizá todo resida en la esperanza, aunque sea la que nos lleve a desear, sencillamente, una sabia cicatriz.

-«La queja, la voz más animal y al tiempo más humana». Aparte de París, siempre nos quedará la queja. ¿No abusa la poesía de lo quejumbroso?

-«Se canta lo que se pierde», cantó el gran Antonio Machado, y no podemos desconocerlo. Pero sí, la poesía no ha de cristalizar únicamente en elegía más o menos ortodoxa, más o menos encubierta. A mi modo de ver, creo que la queja puede ser un buen trampolín para alcanzar cielos más altos.

-Según el Diccionario de la RAE, la quinta definición de doliente es «En un duelo, pariente del difunto». ¿El duelo, al igual que la poesía, son caminos, jodidos, pero caminos, para la búsqueda del conocimiento?

-Cada vez recuerdo con más frecuencia aquello de Wallace Stevens; aquello de la poesía como «redención de la vida». La redención por el sufrimiento siempre se ha revestido de solemnidad. Y, sin embargo, ¡cómo olvidar aquella revelación poética de Juan Ramón Jiménez! «Yo nada tengo que purgar». Duelo y dolor, poesía, conocimiento, no servirían de nada sin revelaciones como ésa, sin una lucidez así, forjada directamente sobre el abismo.

-Que yo sepa, lleva usted bastante tiempo sin publicar un libro de poemas. No me diga que está escribiendo una novela.

-En realidad no ha transcurrido tanto tiempo. En 2012 se publicó en Chile Llamarse por encima de la noche, mi cuarto poemario, una obra en tono de celebración arduamente conquistada. En paralelo, Mientras viva el doliente ha ido haciendo su camino, con tres ediciones en España además de otra en Ecuador. En el plazo de algunos meses verá la luz el quinto de mis poemarios; sexto de mis libros si contamos el ensayo divulgativo sobre música culta Clásicos a contratiempo. No, no he estado escribiendo una novela, pero sí ese ensayo. En cualquier caso, la prosa de ficción, la narrativa, siempre ha sido para mí una casi secreta y muy buena compañera.

-Su dominio del soneto es preclaro. Tal vez a muchos poetas les falte por aprobar la asignatura de nuestra poesía clásica.

-El soneto es un tipo de poema estrófico bellísimo, y, a mi juicio, resulta ideal no sólo para cultivar el ritmo, sino también –y mucho más importante- para fomentar la precisión expresiva y la intensidad lírica. No lo veo tanto como fin –por aquello de las categorías heredadas que antes señalé- sino como medio, por así decirlo. Y contrariamente a lo que pueda pensarse, su definida estructura y sus reglas otorgan una gran libertad a quien escribe. Los compositores hablan de la fuga como un verdadero acicate para la imaginación. Con el soneto pasa exactamente lo mismo.

-Es archiconocida la frase de, creo que de Picasso, «que la inspiración te pille trabajando». Yo soy romántico, creo en la inspiración. ¿Y usted?

-Yo también lo soy, y creo que de la inspiración cabe esperar la maravilla del trabajo poético. Todo el trabajo poético que no se base en una idea o imagen afortunadas, en un estado de ánimo fecundo, en la silenciosa y secreta escritura de cuanto merece ser recordado, será estéril.

-Defiendo que la poesía española (mejor, la escrita en español) es la mejor que se hace en estos momentos en Europa, probablemente en el mundo. ¿Se suma a mi tesis?

-Quizá resulte aventurado afirmarlo taxativamente, pero, desde luego, el panorama de la poesía escrita en nuestra lengua me parece exuberante. Advierto una gran diversidad de propuestas estéticas, lo cual es fabuloso porque apunta a un excelente manejo de la libertad creativa. Y como veo en la poesía el puente natural entre palabra y música, concedo una importancia máxima a la lírica escrita en la lengua propia. Desde luego, para mí ha sido, es y será siempre referencia primera e indiscutible.

El niño que fue casa

siguió siéndolo,

porque la casa supone la aventura mayor,

la exploración primera,

la raíz imaginada de los árboles

que duermen.

Belleza sin anécdota: conquista de una infancia

atestada de añicos

mientras el alma aprendía su música sin texto,

la palabra precisa

con que robarle al mundo su revés codiciado.

Aún sin saberlo,

el niño

ya era escritor forzoso:

sangre al papel vertida

amenazando lluvia.

(De Mientras viva el doliente).

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