La destrucción causada por el huracán Sandy es el hilo conductor de estos relatos de R. Ford (en laimagen)
La destrucción causada por el huracán Sandy es el hilo conductor de estos relatos de R. Ford (en laimagen) - I. Baucells
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La importancia de llamarse Frank (o Richard Ford)

La crítica norteamericana ha recibido con honores «Francamente, Frank», el nuevo volumen de relatos de Richard Ford. Un libro «plano, carente de imaginación y aburrido, muy aburrido», según Andrés Ibáñez

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Los cuatro relatos de este volumen tienen como protagonista, una vez más, a Frank Bascombe, el héroe de la famosa y premiada trilogía de Richard Ford. Ford ha declarado que Bascombe no es su álter ego (y que no sabe «qué es un álter ego»), que Bascombe no es su hijo y que muchas de las cosas que Bascombe dice o piensa no concuerdan con sus propias ideas. Sin embargo, es evidente el afecto que siente por su personaje, cuyas ocurrencias, ha declarado, le hacen morirse de risa, y cuyas apreciaciones le parecen a menudo sensibles e inteligentes.

El humor, el humor, ese pájaro difícil. Ford habla a menudo de humor y sus críticos alaban también el humor de las novelas de Ford y el humor de esta novela. ¿Dónde lo habrán encontrado? ¿Dónde lo habrá perdido este crítico miserable que les habla? Si entendemos por humor aquello que nos hace reír o sonreír (aunque sea una sonrisa interior que no llega a aflorar a los labios), entonces no entiendo a qué se refieren.

¿Cómo puede un lector europeo sentir el menor interés por las pequeñas insignificancias de las que habla Ford?

Ford ha declarado que se había jurado a sí mismo no volver a escribir sobre Frank Bascombe, pero que su voz, su acento, su ritmo, regresó a él cuando comenzó a reunir los materiales para componer esta serie de relatos. Porque eso es «Francamente, Frank», una serie de relatos tenuemente interconectados en los que Bascombe, novelista tentativo transformado en periodista deportivo («El periodista deportivo»), periodista deportivo transformado en agente inmobiliario («El Día de la Independencia», que recibió el Pulitzer y el Pen) y en la actualidad agente inmobiliario retirado, es un octogenario al que sólo le quedan recuerdos.

El motor de la acción de «Francamente, Frank» (una traducción ingeniosa de «Be Frank With Me», «Sé franco conmigo», dado que «frank» en inglés significa tanto «franco» como el nombre Frank) es el huracán Sandy, que asoló en 2012 las costas de Nueva Jersey y la parte baja de Nueva York. Seguramente no todos nosotros tenemos recuerdos del huracán Sandy, y es posible que un huracán no sea, en realidad, un buen tema literario, o que no sea siquiera un tema literario en absoluto. ¿Cómo podría serlo? Recordamos el Katrina porque destrozó una ciudad famosa y porque desató el caos, pero los fenómenos atmosféricos en sí mismos tienen, me parece, muy poco interés. El Sandy cruzó el Atlántico, destruyó numerosas viviendas (en Estados Unidos se construye con tablitas, cartón y escayola, no es raro que las casas se destruyan tan fácilmente) y dejó inhabitables largos trechos de costa, pero todo eso ¿a nosotros qué puede importarnos? Venga, no me digan que es una metáfora de lo que sea. No es una metáfora. Es un huracán.

Estructura repetida

Los cuatro relatos tienen aproximadamente la misma estructura. Frank recibe una llamada (una visita en el segundo relato) de alguien que le hace regresar al pasado, pasan muchas, muchas páginas de pensamientos, consideraciones y descripciones minuciosas, y finalmente se produce el encuentro con la otra persona, tiene lugar una conversación muy larga y muy aburrida y, sin ninguna especial iluminación, se acaba la cosa.

En el primer relato es un viejo amigo de Frank que le compró su casa, la misma que ahora ha quedado destruida por el huracán; en el segundo, una mujer de color que vivió en la casa en la que Frank habita en el presente, que le pide permiso para visitar el hogar de su infancia; en el tercero, la exmujer de Frank, aquejada de Parkinson y recluida en una residencia; en el cuarto, un viejo amigo que se muere de cáncer y que desea ver a Frank por última vez.

Si el humor es aquello que nos hace reír o sonreír, entonces no entiendo a qué se refieren los que hablan del humor de esta novela

John Banville ha escrito que Frank Bascombe es «un testigo desencantado, triste e irónico de la vacilante actitud de América ante el final de un siglo»; en la «Literary Review» se habla del «toque divertido y lírico de la voz de Frank», de «su humor socarrón y su búsqueda existencial»; en «Publishers Weekly» se describen estos relatos como «narraciones absorbentes, divertidas y a menudo profundas»; «The Observer» lo considera «un libro perfecto» y «The New York Review of Books» califica los relatos de «narraciones irresistibles». ¿Es eso realmente lo que piensan los críticos de esas prestigiosas publicaciones? ¿Es que nadie se atreve a ponerle reparos a un autor que disfruta de un enorme prestigio? ¿O es que, en el fondo, a todo el mundo le da igual?

Porque a este crítico le parece incomprensible y verdaderamente increíble que nadie encuentre estas cuatro narraciones siquiera medianamente atractivas, profundas o, Dios mío, divertidas. Ni siquiera la segunda, la más novelesca (¡se habla de un crimen!), logra interesarnos en exceso. Están escritas en una prosa rutinaria, lenta y prolija llena de reflexiones vacías y poco interesantes.

La política de Obama

Las descripciones son aburridas y uno siente la tentación de saltárselas. Los diálogos, entorpecidos por insoportables acotaciones que no añaden nada, no son ni ingeniosos ni conmovedores. Hay menciones a la política de Obama, a problemas raciales, a la vejez (es una mierda), a la amistad (nadie es realmente buen amigo), al matrimonio, a las relaciones familiares y, desde luego, a ese tema siempre apasionante y que a todos nos entusiasma: los altibajos del mercado inmobiliario.

Pero ¿es que una vaga mención intrascendente a problemas «del mundo real» ya basta para que todo el mundo caiga de rodillas ante un libro? ¿Cómo logramos convencernos a nosotros mismos de que nos interesa algo que no nos interesa en absoluto? ¿Cómo puede un lector europeo, español por ejemplo, sentir el menor interés por las pequeñas insignificancias de las que habla Richard Ford? Plano, plano, carente de imaginación. Y aburrido, muy aburrido.

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