Alberto García-Alix
Alberto García-Alix - Eduardo San Bernardo
ARTE

Alberto García-Alix: carta blanca, tinta negra

PHotoEspaña está de aniversario y lo celebra otorgándole a Alberto García-Alix una carta blanca que él ha traducido a seis exposiciones en tres sedes. Una manera de retratarse a sí mismo a través de los creadores que más le han influido

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Se cumplen veinte ediciones de PHotoEspaña. Que no veinte años. Eso pasará en 2018. Por eso la edición del festival que arrancó esta semana y la que la suceda han sido pensadas sin temática ni comisario estrella, volcadas ambas en la celebración de la efemérides. Sin embargo, ni la una ni la otra se quedarán sin padrino. Es lo que los responsables del festival han denominado «Carta blanca»: un proyecto de cierta envergadura de alguien que ya de por sí sea Historia viva de PHotoEspaña (PHE). Este año, esa misión recae sobre Alberto García-Alix. El próximo se quiere que el fotógrafo de relumbrón sea internacional.

García-Alix (León, 1956) es perro viejo. Una buena elección que PHE sabía que iba a funcionar. El Premio Nacional de Fotografía (1999) ha titulado su propuesta «La exaltación del ser», con alusiones a lo sublime y lo heterodoxo. En realidad, son seis exposiciones individuales (más un laboratorio de creación editorial, solo para profesionales, en Tabacalera), en tres sedes con las que, sin estar presente como artista (tiempo para esto habrá en otras citas del festival, como la individual de Juana de Aizpuru), Alix «se expone». Porque a través de los seleccionados (curiosamente ninguno español, aunque podían haber sido siete, pero problemas «logísticos» dejaron fuera a David Nebreda), el fotógrafo metido a comisario se retrata.

Guión del exceso

Justamente, su interés por el retrato enciende el primer nombre del panel, el de Antoine d'Agata (Marsella, 1961), y nos lleva al Círculo de Bellas Artes. «Corpus» carga las tintas en lo biográfico en una especie de línea temporal de alguien que se levanta y no deja de caer (en las drogas, en el sexo, en la depresión). Lo mejor de la propuesta es su montaje. Su co-comisaria, Fannie Escoulen, no ha querido repetir la mirada instalativa de la retrospectiva de este autor en París. Sin embargo, esa línea que guía al espectador distribuye las imágenes entre textos (D'Agata es un gran escritor) y material audiovisual donde se le da voz a la mujer, personaje secundario de este guión vital de lo excesivo.

Si bajamos a la Sala Minerva, más sexo. Pierre Molinier (1900-1976) la convierte en un fantástico gabinete en «Ce fut un homme sans moralité». Aquí se deposita la mirada «voyeurística» de Alix, que obliga al espectador a convertirse en otro «voyeur» en un montaje simple pero efectivo: imágenes del desdoblamiento del autor, de su travestismo, de esa «inmoralidad» del título, y a la altura de sus ojos; o a la de su sexo. En ese caso, tiene unas sillas para continuar el contacto visual. Dicen que Molinier mandaba estas fotos eróticas y «fotocollages» a sus amigos por carta. De ahí su tamaño...

En CentroCentro, el compromiso social de Alix; su empatía con el hampa, por un lado, y con el excluido, por el otro

Todo maestro hace un borrón, y el del responsable de esta Carta Blanca es Paulo Nozolino (Lisboa, 1955). La tesis de «Loaded Shine» funciona sobre el papel: «No confío en las palabras -dice su autor-. Si acaso en el término “no”. Y en este mundo sin palabra, sin honor, solo creo en algunas imágenes, las que son como flashes que nos aclaran en la atmósfera pesada que cae sobre nuestras cabezas»). El resultado, una nueva línea de 20 imágenes tendentes a la verticalidad, perfectas (la calidad técnica es el cordón umbilical que le une con Alix; también el blanco y negro), en penumbra (¿por qué?); «grandes» detalles en plena era de Instagram.

En CentroCentro, el compromiso social de Alix; su empatía con el hampa, por un lado, y con el excluido, por el otro. De lo primero se encarga la reconstrucción que Nicolás Combarro hace de un fotolibro capital: «Café Lehmitz», ópera prima de Anders Petersen (Solna, Suecia, 1944). Si bien la muestra peca de excesiva en su escenografía (los contactos se muestran forrando la primera sala; la segunda dispone las imágenes, hasta 250 -se suelen manejar 70-, de forma desordenada, como líneas de fuga que remiten a los retratos de las prostitutas y clientes de este mítico bar de Hamburgo, de los que se reconstruye sus historias en un audiovisual (el otro es un anticipo de la nueva edición del libro). Dice su comisario que es un guiño a la primera muestra que se hizo de la serie en el café. El resultado ahora podría invitar a un consumo demasiado rápido de la misma.

Invisibles

Hay que atravesar toda esta cita para llegar a la de Teresa Margolles (Culiacán, 1963), «Pistas de baile», metáfora de la invisibilidad de la mujer en Latinoamérica, que llega a marginación y muerte si además se habla de transexuales. Se queja la mexicana del espacio que le ha correspondido. Quizás el problema no sea el mucho o poco del que dispone, sino todo lo que ha querido contar a la vez. De hecho, el proyecto cambió violentamente de filosofía con el asesinato de una de las modelos de la mexicana, pero que no renuncia en el «display» final a homenajear a la víctima, antesala de imágenes en las que se rastrea los espacios en las que las prostitutas de Ciudad Juárez ejercían su oficio, destruidos por los que creen que esto las invisibiliza aún más. Su recuperación es un acto de reconquista, de rebeldía; también un canto a la vida.

Acabamos en el Museo del Romanticismo con un curioso «dominguero»: Karheinz Weinberger (1921-2006), el autodidacta suizo que se alió con rockeros, moteros (Alix al cien por cien), con todos los rebeldes que desafiaban en los cincuenta los roles de género. Un gran desconocido hasta su muerte por el gran público. El festival de Arlés se volcará pronto con él. Estamos de enhorabuena, pues. Felicitémonos como felicitamos a PHE.

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