LIBROS

Adiós a George Steiner: ¡La alta cultura ha muerto!

La muerte de este filósofo, crítico y teórico de la literatura se une a las de Umberto Eco y Harold Bloom, a la celebración del centenario de Fellini... Con todos ellos se va un mundo. No hay herederos porque no hay lectores ni espectadores

George Steiner AFP

César Antonio Molina

La muerte de George Steiner , tras la de Umberto Eco y la todavía reciente de Harold Bloom , certifica la defunción de lo que, hasta ahora, veníamos denominando como Alta Cultura . Aquella que nos había enseñado a estar en el mundo a través, únicamente, de nuestro espíritu creador. En medio de la cultura de masas y la industria de la cultura, gentes como Steiner resistían amparados en una universidad humanística y en el respeto hacia la tradición del pasado. Steiner era, sobre todo, un intérprete, un transmisor de las raíces sentimentales y racionales del ser humano recreadas a lo largo de los siglos. Steiner tenía el saber, la autoridad y la jerarquía para elegir y señalarnos el camino. Hoy la universidad está tan fenecida como él, la industria del entretenimiento se ha apropiado de todo, y el mundo de las nuevas tecnologías se ha alzado como una idolatría.

Él, desde hacía tiempo, ya lo había intuido y había reflexionado sobre ello. Por ejemplo, sobre el abandono paulatino de la lectura y, por tanto, de los grandes escritores y filósofos. La batalla por la lectura, según él mismo predijo, está perdida . Y los culpables son muchos, entre otros, los propios profesores. La mayor parte de los mismos cree que este acto es ya una representación antropológica en vías de extinción. La lectura, al menos hasta nuestros días, ha sido la materia sobre la que se han formado las generaciones, pero cómo enseñar ya cuando, como dice George Steiner, la capacidad de leer hoy en día es difusa e irreverente . Y cuando el mal gusto de los best sellers inunda las empobrecidas librerías que resisten numantinamente.

La mala literatura, o la mala filosofía, ocupan ya un espacio mayor que las buenas . ¿Pero qué es bueno o malo en un mundo donde la jerarquía, como la de Steiner o Bloom, se han suprimido por antidemocráticas? ¿Acaso el pueblo no es el verdadero detentador de lo que es bueno o malo? ¿Para qué sirven profesores, críticos o estudiosos? Para morirse, como Steiner, y dejar paso a la barbarie en la que ya estamos. La orientación oracular en un libro ha dejado de ser un acto natural. Hoy parece que la pugna entre la vida y la vida de la letra va camino de relegar al libro de la vida. Y esto tampoco sería malo, así lo pensaron muchos románticos, si esa experiencia vital fuera buena. Pero lo cierto es que la lectura en particular y el cultivo de las artes en general han sido sustituidos por la nimiedad. Para leer se necesita silencio y nuestra sociedad es un núcleo repleto de ruidos que han traspasado la frontera familiar.

Lectura y memoria

El autor de libros memorables como Presencias reales , La muerte de la tragedia o Después de Babel , unía a la lectura la memoria, y subrayaba cómo la atrofia de esta última es ya el rasgo dominante de la educación y la cultura en este siglo ya avanzado. Almacenar las lecturas producía ese «palimpsesto de ecos» en los que se basaba nuestra formación humanística. Pero esta incapacidad funcional para leer está provocando cada vez más una incapacidad para entender nuestro propio lenguaje. La lengua con la que los alumnos van a clase -la de nuestra sociedad- es cada vez más pobre, trivial, carente de significados polivalentes y sin ningún tipo de referentes simbólicos. «La retórica política, la caprichosa mendicidad del periodismo y de los medios de comunicación de masas, la jerigonza trivializadora de los modos del discurso público y socialmente aprobados, han hecho que casi todos los hombres o mujeres urbanos modernos digan, oigan o lean una jerga vacía, una locuacidad cancerosa. El lenguaje ha perdido su propia capacidad para la verdad, para la honestidad política o personal . Ha comercializado y masificado sus misterios de intuición profética, su capacidad para responder al recuerdo preciso».

Y Steiner no tuvo tiempo para hablar de las falsas noticias, las invenciones, y, sobre todo, de la mentira ya establecida como una de las bellas artes. La mentira como un modo de comportamiento más allá del cinismo. La mentira como un peligro para cualquier sociedad democrática. No la ficción, aquello que no pasó pero podría pasar; sino lo que pasó al no pasar. Siempre fui tanto, o más, pesimista que Steiner. Él había sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial y, por tanto, algo de optimismo e ilusión le había quedado. Estoy convencido, y sus libros me han ayudado mucho, que nos encontramos en una civilización después de la palabra, es decir, en una civilización después de la lectura y la memoria. La civilización de la amnesia planificada.

Y de esto también somos culpables como elite cultural zarandeada hacia la vulgarización y el vacío ruidoso que contribuye a la retirada de la literatura (de la lectura) hacia las vitrinas de los museos (no de las bibliotecas). Muchos escritores, y Steiner evitaba esto que les voy a comentar, hoy son cómplices y traidores, y en vez de dedicarse a lo que propuso Mallarmé («limpiemos las palabras de la tribu») se dedican a embadurnarlas, envenenarlas, venderlas. Ya sin Eco, Bloom o Steiner, ¿en qué espejos mirarnos? La lectura comparte dos aspectos fundamentales para la libertad: la interpretación y la valoración. Una sociedad con esas carencias cada vez será más presa de cadenas.

Visitas a España

Paul Valéry nos había advertido que íbamos camino de la incultura. T. S. Eliot , pocos años después, habló de acultura. Y Steiner, reflexionó sobre ambos términos y nos advirtió, como advierte un médico a su delicado paciente que no cumple con sus consejos, que el tiempo de un mundo sin cultura ya había llegado y, en el fondo, venía a confesarnos con tristeza, que éste ya no desaparecería. Sí la cultura en la que él y muchos de nosotros creemos, aquella que nos hace ser copartífices de la creación.

Steiner, desmintió aquello tan pomposo que había dicho Adorno , sobre que después de Auschwitz ya no se podía escribir poesía. Paul Celan , según comenta Steiner (ambos judíos), hizo posible esa sobrevivencia. Celan (el reo) anotó al margen cada párrafo de El ser y el tiempo de Heidegger (¿el carcelero?): «Así no habría Celan sin el lenguaje de Heidegger. Es un lenguaje expresionista, hecho de neologismos, un alemán que hay que lograr traducir al alemán, como es el de Celan», comenta Steiner en La barbarie de la ignorancia .

Hace unos veinte años, Steiner vino a Madrid, al Círculo de Bellas Artes , siendo yo su director. Sus visitas a España fueron mínimas. Sus restringidas declaraciones y la extensa conferencia que impartió ante un enorme público, dejó en evidencia la permanente orfandad entre nosotros de una autoridad de este calibre: indiscutible y sabia, capaz de poner orden y respeto en nuestro provinciano (no es palabra mía, sino suya, en las charlas que tuvimos) ámbito cultural. Quien haya leído al autor de Antígonas podrá constatar que, entre sus miles de páginas escritas, la presencia de la literatura española e hispanoamericana, apenas superan el medio centenar de folios. Cervantes y nuestros clásicos son citados de pasada, a Borges le dedica un poco más de atención, y con Octavio Paz posiblemente lo hace por camaradería. Poco más. En aquella conferencia citó a Calatrava, Chillida, San Juan de la Cruz, Arrabal o Lorca . ¿Por qué nuestros escritores no han podido llegar a este laboratorio? Steiner, que en sus escritos se vanagloria de conocer varios idiomas, desconocía el nuestro, lo mismo que Bloom. Pero ambos no son culpables de no saber más, sino que es más bien nuestra cultura la que ha adolecido de personalidades semejantes para defendernos internacionalmente. Steiner mostró un gran cariño y admiración por Claudio Guillén, su compañero, y presentador del acto.

Murieron Eco, Bloom, Steiner y ahora celebramos el centenario de Fellini. Con todos ellos se va un mundo. No hay herederos porque no hay lectores ni espectadores.

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