Fotograma de la Isla Mínima en que los policías detienen a un furtivo en mitad de un secarral de la marisma
Fotograma de la Isla Mínima en que los policías detienen a un furtivo en mitad de un secarral de la marisma - abc

Los «embustes piadosos» sobre la marisma en la película «La Isla Mínima»

El ambiente de la zona está perfectamente recogido, pero el director Alberto Rodríguez, se toma unas licencias que en la vida real serían imposibles, como ir de Cotemsa al Puntal

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El escenario de la película «La Isla Mínima» del director sevillano Alberto Rodríguez, que está siendo un éxito de taquilla en los cines españoles actualmente, está tan bien mostrado en la cita que muchos de los lugareños se han mostrado sorprendidos por su veracidad. Pero, aunque la trama no se ve afectada por ello y la marisma es simplemente es espacio en el que ocurren los hechos, la película está llena de pequeñas licencias geográficas que en la vida real son sencillamente inviables. Toda la zona arrocera, con sus canales y colectores, está mostrada de manera sublime, al igual que el ambiente de pobreza y dificultad que se vivía en ese lugar hace apenas 30 años.

Muchos de los trabajadores de poblados como Sacramento o Vetaherrada de aquel tiempo coinciden en ponerle un mismo título a la marisma: «Eso era nuestro Oeste americano».

Muchas cosas sucedían al margen de la ley. En las pequeñas cantinas de los poblados de la margen izquierda se bebía vino de Lebrija y de Chiclana sin piedad. Muchos foragidos buscaban trabajo por allí y lograban pasar desapercibidos pernoctando en chozas entre mosquitos.

El cultivo del arroz era el medio de vida de casi todos, pues también proliferaban los cazadores furtivos -en la cinta aparece perfectamente perfilado en el personaje que guía a los policías por el laberinto de canales de la marisma- y los pateros, que eran auténticas personalidades. El patero o cazador de patos tenía licencia para matar a estas aves en cualquier momento, ya que en aquel tiempo se consideraban una plaga para los arrozales.

Otro oficio ya perdido era el de aforador, que consistía en aforar a ojo el número de aves de una bandada durante las cacerías para saber después cuántos pájaros tenían que traer de vuelta más o menos los perros. El aforador controlaba cuántos había antes de la ráfaga y cuántos quedaban después.

En definitiva, todos estos detalles se aprecian en la película. Rodríguez ha captado muy bien ese contexto. Pero... para dar sentido a la trama no ha contado con una barrera natural infranqueable en aquellos tiempos y podría decirse que incluso hoy también: el río.

La feria en la que se producen los hechos centrales de la película es la de Cotemsa, un poblado que en realidad era una empresa -Compañía de Transformación y Explotación de Marismas, S.A.-, y que pertenece al término municipal de Las Cabezas de San Juan. Los dos policías protagonistas rastrean todos los arrozales y canales de ese lugar, que está junto a otros poblados como Marismillas, San Leandro o el Trobal, pedanía de Los Palacios y Villafranca por la que se accede a la citada Cotemsa, donde todavía hoy se conserva el cartel con el nombre del lugar y el anuncio de «Arroz Rocío».

Sin embargo, a lo largo de la trama suceden cosas en El Puntal e Isla Mínima, dos puntos que están en la margen derecha del Guadalquivir, que por esa zona no tiene barcaza para cruzar. El Puntal, de hecho, es el nombre que históricamente se le dio a lo que hoy es Isla Mayor. Los lugareños lo explican muy bien: «Los de este lado del río podíamos estar a apenas dos o tres kilómetros de los poblados de aquella orilla, pero ir hasta allí era para nosotros como ir a Huelva. Había que venir hasta Coria para dar la vuelta y cruzar. El río era una frontera que muchos jamás cruzaron». El cine tiene esas ventajas. Puede permitirse «embustes piadosos» como estos que, en realidad, no adulteran nada y que ensalzan la ventajas que tiene la imaginación.

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