Consigue con ABC una reproducción facsímil de la primera edición de «Platero y yo»

Con motivo del centenario de su publicación, podrás volver a disfrutar el libro más bello de la narrativa lírica contemporánea, que recrea poéticamente la vida y muerte del burro Platero

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Con motivo del centenario de la primera edición de «Platero y yo», ABC pone a la venta una reproducción facsímil de dicha edición. El libro más bello de la narrativa lírica contemporánea que recrea poéticamente la vida y muerte del burro Platero, y que cuenta con el prólogo de Andrés Trapiello. El precio de la obra, que puede reservarse a través de nuestro Call Center (902-334-555), es de 19,99 euros, cantidad a la que hay que sumar 5,99 euros del envío a domicilio.

Se trata de una oportunidad única de volver a disfrutar esta historia –que cuenta la vida y muerte de un burro plateado al que su dueño ama con locura-, un texto que ha logrado enternecer a una buena parte del mundo.

No en vano es es el tercer libro más traducido a diferentes idiomas después de la Biblia y El Quijote.

Los más pequeños de la casa podrán disfrutar de nuevo la obra cumbre del Premio Nobel de Literatura 1956, el poeta onubense Juan Ramón Jiménez, quien, si bien aseguraba que «yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños» daba al mismo tiempo la clave de su éxito entre el público infantil y juvenil: «porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre, con determinadas excepciones que a todos se le ocurren». Así, como decía Eugenio D'Ors, «los niños adorarán Platero y yo porque no ha sido escrito con premeditación para ellos».

Los diez pasajes más tiernos del libro

1-«Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro».

2-«Cuando, al mediodía, voy a ver a Platero, un transparente rayo del sol de las doce enciende un gran lunar de oro en la plata blanda de su lomo. Bajo su barriga, por el oscuro suelo, vagamente verde, que todo lo contagia de esmeralda, el techo viejo llueve claras monedas de fuego».

3-«Los niños han ido con Platero al arroyo de los chopos, y ahora lo traen trotando, entre juegos sin razón y risas desproporcionadas, todo cargado de flores amarillas. Allá abajo les ha llovido —aquella nube fugaz que veló el prado verde con sus hilos de oro y plata, en los que tembló, como en una lira de llanto, el arco iris—. Y sobre la empapada lana del asnucho, las campanillas mojadas gotean todavía».

4-«Entre los niños, Platero es de juguete. ¡Con qué paciencia sufre sus locuras! ¡Cómo va despacito, deteniéndose, haciéndose el tonto, para que ellos no se caigan! ¡Cómo nos asusta, iniciando, de pronto, un trote falso!».

5-«Les dije que aquella carrera la había ganado Platero y que era justo premiarlo de algún modo. […] Entonces, acordándome de mí mismo, pensé que Platero tendría el mejor premio en su esfuerzo, como yo en mis versos. Y cogiendo un poco de perejil del cajón de la puerta de la casera, hice una corona, y se la puse en la cabeza, honor fugaz y máximo».

6-«Él comprende bien que lo quiero, y no me guarda rencor. Es tan igual a mí, tan diferente a los demás que he llegado a creer que sueña mis propios sueños».

7-Sobre la noche de Reyes: «¡Qué ilusión, esta noche, la de los niños, Platero! No era posible acostarlos. Al fin, el sueño los fue rindiendo, a uno en una butaca, a otro en el suelo, […] a Pepe en el poyo de la ventana, la cabeza sobre los clavos de la puerta, no fueran a pasar los Reyes... Y ahora, en el fondo de esta afuera de la vida, se siente como un gran corazón pleno y sano, el sueño de todos, vivo y mágico […]¡Ya verás cómo nos vamos a divertir esta noche, Platero, camellito mío!»

«A mediodía, Platero estaba muerto»

8-«Encontré a Platero echado en su cama de paja, blandos los ojos y tristes. Fuí a él, lo acaricié hablándole, y quise que se levantara... El pobre se removió todo bruscamente, y dejó una mano arrodillada... No podía... Entonces le tendí su mano en el suelo, lo acaricié de nuevo con ternura, y mandé venir a su médico. El viejo Darbón, así que lo hubo visto, sumió la enorme boca desdentada hasta la nuca y meció sobre el pecho la cabeza congestionada, igual que un péndulo»

9-«A mediodía, Platero estaba muerto. La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo. Parecía su pelo rizoso ese pelo de estopa apolillada de las muñecas viejas, que se cae, al pasarle la mano, en una polvorienta tristeza... Por la cuadra en silencio, encendiéndose cada vez que pasaba por el rayo de sol de la ventanilla, revolaba una bella mariposa de tres colores...»

10-«Esta tarde he ido con los niños a visitar la sepultura de Platero, que está en el huerto de la Piña, al pie del pino redondo y paternal. En torno, abril había adornado la tierra húmeda de grandes lirios amarillos. […] —¡Platero, amigo!—le dije yo a la tierra—; si, como pienso, estás ahora en un prado del cielo y llevas sobre tu lomo peludo a los ángeles adolescentes, ¿me habrás, quizá, olvidado? Platero, dime: ¿te acuerdas aún de mí?».

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