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EFEMÉRIDES

El padre de la vid chiclanera

El Padre Salado fue el principal conseguidor de este logro, además de trabajar por diversas mejoras en su pueblo

JESÚS A. CAÑAS
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El cura que iba con pistola para protegerse de los sicarios de caciques contrarios a su labor social. El mismo chiclanero, que tras conocer mundo, quiso volver para impulsar su ciudad. El que fue capaz de organizar, en tan solo seis meses, el acto con mayor afluencia que se recuerda: el homenaje al Magistral Cabrera y el recuerdo a la Batalla de Chiclana.

El sacerdote que se opuso al propio Ayuntamiento y al señorito bodeguero (a resultas lo mismo en aquellos años) por defender lo que consideraba justo. El que no dudó en colocar un cartel luminoso en la iglesia de la que era capellán con el mensaje «yo no blasfemo» para defenderse de lo que consideraba una injusticia.

Caritativo, de fuerte impronta y carácter, se consagró a la pobreza, antes de construir la primera escuela social que tuvo la localidad, la escuela Pan para pan. El que se enfrentó al cacique por crear el primer sindicato de viticultores, el más avanzado de la provincia. Fernando Salado Olmedo era su nombre, Padre Salado como era popularmente conocido. Debe ser que la vida no está hecha para mediocres y él se aplicó esa máxima en su vida. Solo así se explica que sea uno de los personajes más importantes de la historia contemporánea de la ciudad. El mismo que puso en pie el logro más destacado de la localidad y que está de centenario: el Sindicato de Viticultores Chiclaneros.

Fue en 1914 cuando el Padre Salado inició una labor que tuvo una importancia capital para el pequeño viticultor, conocido entonces como mayeto. El historiador Joaquín García Contreras lo sabe bien, fue el encargado de  escribir el ensayo ‘El sindicato de obreros viticultores del Padre Salado (1914/1962)’. Dos años le ocupó la investigación de la institución y, de paso, de su principal artífice. «Fue un trabajo muy interesante en el que pude acercarme a un personaje por investigar en la localidad», reconoce Aparicio. 

En días pasados la actual Cooperativa de Viticultores, heredera del sindicato, organizó un acto de homenaje al sacerdote con una conferencia y el descubrimiento de una placa. Por su parte, la parroquia de San Juan Bautista organiza el traslado de sus restos mortales para que descansen a los pies del Cristo de la Vera-Cruz en la iglesia del Santo Cristo, su gran devoción. Pequeños guiños hacia la consideración «merecida» a este sacerdote que impulsó el desarrollo social de la ciudad y de colectivos que, hasta ese momento, no tenían ni la fuerza ni la unidad necesaria para reivindicar sus derechos. Una oportunidad para acercarse también a su vida y obra.

De hecho, antes de la creación de la institución, los males asolaban al mayeto. El aumento de la población en esos años, la nula emigración, el analfabetismo, los salarios bajos, la gran cantidad de oferta de mano de obra, la Primera Guerra Mundial o la cercanía de la plaga de filoxera (producida entre en 1897 y 1903) eran algunos de los problemas a los que se enfrentaba el viticultor en soledad.

Frente a ello, el cacique, con abundantes tierras y recursos para sacar adelante la producción de éstas. «Todo este perjuicio para el pequeño agricultor hizo que muchos recurrieran precisamente a esos señoritos para que les diera trabajo o préstamos con usura», explica García Contreras.

Esa injusta situación es la que se encuentra Salado cuando regresa desde Argentina en 1913. En poco menos de un año conoce la realidad del momento del pequeño viticultor, aunque no le era totalmente ajena ya que su padre también lo fue. En años de movimientos sociales, de sindicatos de clases, Salado decide aplicar las directrices del papa León XIII para tomar postura contra el problema social del momento y crear los círculos obreros católicos. Así fue como se gestó el germen de un sindicato «con carácter más bien de cooperativa» y que nunca estuvo al amparo directo de la Iglesia. 

En aquellos años, de una población de unas 12.000 personas, 1.200 eran pequeños viticultores que poseían el 80% de la tierra. «Al amparo de Salado deciden unirse para mejorar sus condiciones frente al señorito», explica García Contreras. Y es así como en noviembre de 1914 se materializa la idea en una reunión en las actuales Bodegas Barberá tenían en la Alameda Solano.

A ella, Salado ya iba con los más de 30 artículos de los estatutos redactados. La gesta pronto trajo beneficios al mayeto, el sindicato servía para defender sus intereses, poseer una bodega en la que almacenar el mosto, tener acceso a material y maquinaria de labranza, abonos y sulfatos e incluso una sección de créditos entre asociados. 

Tampoco tardaron en llegarle felicitaciones a Salado de diversas administraciones. Mientras, él lanzaba redes con esfuerzo personal para contactar con las más altas instituciones y políticos para conseguir sacar adelante el proyecto. De hecho, aunque a los años dejara la presidencia, en los años de vida del sindicato (que se extendió hasta los años 60) siempre estuvo al frente en un modelo de cooperativa especialmente personalista. Además, como reconoce García Contreras, «nunca estuvo la jerarquía eclesiástica y el propio Salado tampoco ordenó nunca el cumplimiento de los valores morales de la Iglesia». 

En cualquier caso, sí empleaba el sindicato como una suerte de catequesis, empeñada especialmente en la mejora de las condiciones sociales y del acceso a la educación. Es así como también pone en marcha otro de sus grandes logros sociales, las Escuelas Pan para pan, en la que los niños de clases más humildes podían acceder a la enseñanza básica. Pese a ser sacerdote, quiso que esta institución dependiese directamente del Estado. 

Yo acuso

Salado decía que su sindicato era «apolítico y antirrevolucionario». De hecho, el mismo decía que «no daba votos, sino botas, uva y mosto» o que «la política era la carcoma que lo puede destruir». Sin embargo, sí defendía los lazos políticos para lograr mejoras. Y en estos lazos, Salado llegó mejor a los liberales. Pronto comenzó a atesorar problemas al denunciar al Ayuntamiento en el plazo de tres años por lo que aplicar políticas que consideraba injustas para los pobres. De hecho, su vocación por los más necesitados le hizo contraer voto de pobreza en 1926.

No tardó en buscarse enemigos y sobresaltos. De hecho, intentaron atentar contra él en varias ocasiones y estuvo incluso en la cárcel. La primera fue por retirar el rótulo con su nombre que colocó el Ayuntamiento como agradecimiento a su labor (por cierto, para mofarse, buscaron la calle más oscura de la localidad). Peor fue cuando los sicarios de un cacique le abordaron por la noche para atacarle. Él sacó una pistola y volvió a ir a la cárcel por unos días.

Peor fue el proceso canónico en el que se vio envuelto por maldecir a Dios en esa reyerta. «En el juicio se admitieron testimonios falsos, pese a que él lo negó», explica García Contreras. Fue condenado a unos ejercicios espirituales en Cádiz y estando en una misa en la Catedral se vio envuelto en un nuevo altercado. En este caso por agarrar por el cuello a un sacerdote después de negarle la comunión. 

El obispo le excomulgó y él, en rebeldía, colocó un cartel en su iglesia con la frase «yo no blasfemo». «Emprendió una cruzada personal contra lo que consideraba injusto y llegó a escribir a Roma». Así, emulando a Zola escribe su ‘Yo acuso’ al Vaticano para que solventen su situación.

Pese a todas estas luchas, Salado siguió al pie de su sindicato y activo en Chiclana hasta la llegada de la dictadura de Franco. Es ahí cuando «cambia todo y se convierte en un proscrito». Poco a poco, el sindicato pierde capacidad de acción y afiliados. La gran obra de Salado se diluye y el opta por retirarse de la vida pública primero, por ingresar en una residencia de ancianos de San Fernando, después. Poco a poco, Chiclana le va olvidando, pero él hasta en su mortaja quiso acordarse: pidió ser enterrado en el Santo Cristo y que, como almohada de su ataúd le pusieran la bandera del sindicato. Genio y figura.