CÁDIZ

TRES DESALMADOS A BORDO

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Se hizo un hombre allí. Hasta se dejó bigote, supongo que para parecer más mayor, aunque nunca lo confesó. Años más tarde, cuando nos enseñaba las fotos de la travesía, nos moríamos de risa al verle con esa pinta. Con apenas 16 añitos había dejado su casa para irse a Madrid a preparar las oposiciones para ingresar en la Armada. Lo consiguió a la segunda y apenas tres años después inició una singladura que no olvidaría jamás. Recorrió el mundo entero en aquel buque que era todo un símbolo de España. Lo amó y respetó como le habían enseñado a amarlo y respetarlo. Tanto en la Escuela Naval de Marín como en los libros de historia.

Allí, en aquel bergantín de cuatro palos, hizo amigos que perdurarían para toda la vida. Aprendió a navegar, trabajó a destajo y pasó miedo. Mucho miedo. Cuando la mar se ponía brava en mitad del Atlántico o el Pacífico, sólo quedaba acatar las órdenes del comandante y encomendarse a él. Y a Dios, supongo. También lo pasó en grande, sobre todo al tocar puerto, aunque en esa parte tampoco entraba en muchos detalles.

Años después, ya al abandonar la Escuela Naval como alférez, vendrían otros muchos destinos. Muchos otros buques como el Dédalo, el Castilla o el Aragón. Y destinos en tierra, en el Cuartel de Instrucción de San Fernando, en la Base de Puntales o en la Comandancia de Marina, esa que hace poco derribaron para poner allí una especie de no se sabe qué. Pero ninguna de esas experiencias, de aquellos destinos, fue como navegar en el Buque Escuela Juan Sebastián de Elcano. De ninguno de ellos podía sentirse tan orgulloso como del primero, cuando no era más que un aprendiz de marino. Ni nosotros de contarlo. De repetirlo a boca llena en el colegio y allá donde fuéramos. Porque aquel mozalbete que con 16 añitos dejó a su familia para hacerse un hombre era mi padre.

Esta es su historia. Pero podría ser la de centenares y centenares de marinos que antes y después de él se hicieron hombres a bordo del mejor embajador que tiene y tendrá España. Y la de sus familiares, que tan orgullosos nos sentimos de ellos.

Y desde luego, ninguno de esos recuerdos, de esas vivencias, va a perder un ápice de emoción. Ni la historia del Elcano va a sufrir la más mínima mácula porque tres desgraciados hayan querido aprovecharse de él para ganar dinero fácil y sucio. Tres desalmados sobre los que debe recaer todo el peso de la ley.