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50 sombras y pocas luces

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La línea divisoria entre lo real y lo virtual tiene tantas grietas que lo que es, y lo que nos gustaría que fuera, campean por sus fueros entre un mundo y otro poniendo en evidencia que es muy fácil mezclar las churras con las merinas. Por eso resulta tan fácil resbalarse y meter la pata en el otro lado de la frontera. Ha ocurrido muchas veces, no es nuevo. Recuerde las ampollas que levantó Dan Brown con aquel código Da Vinci y cómo las voces más retrógradas de la sociedad pedían la inmolación pública de la obra literaria en un derroche de integrismo sólo comparable al episodio de los versos satánicos de Salman Rushdie. Nunca llegamos a imaginar que lo que entonces nos parecía un peligroso juego de chiflados llegaría a empañar las lentes de los observatorios hasta niveles de auténtica ceguera político-correcta.

La coordinadora del Instituto Andaluz de la Mujer de Huelva clausuraba el pasado viernes unas Jornadas de Atención a las Víctimas de Violencia de Género, cuando cruzó peligrosamente los límites entre la luz y las sombras, concretamente donde las sombras se contaban en cincuenta y dijo aquello de «Leer a Grey es el primer síntoma de maltrato a la mujer», provocando estupor -y risas e indignación- en el auditorio. Se ve que Rosario Ballester no veía Barrio Sésamo cuando pequeña y lo de real y virtual lo tiene bien difuminado. Porque la novela -folletín, más bien- de E.L. James por mucho que se haya convertido en un fenómeno de masas, no es más que eso, una novela, ficción, invención, creación, mentira, cuento. ¿lo va entendiendo? Y el maltrato a la mujer es posiblemente una de las peores lacras que arrastramos en este país y sobre el que conviene no frivolizar.

Leer no es peligroso, que quede bien claro. Lo peligroso es pensar que la lectura es perniciosa y sobre todo, es muy peligroso que lo piensen quienes están en cargos públicos. Porque empezamos por ahí y terminamos quemando libros en las plazas de los pueblos. ¿O es que ya no se acuerda de Fahrenheit 451?