CÁDIZ

La Nochebuena a 200 años vista

Dos siglos atrás el Cádiz de las Cortes celebró una Navidad de impronta religiosa y festiva con actos como la Tía Norica y dividida entre la opulencia y la celebración popular

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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En la noche oscura y silenciosa, el tañer de las campanas no suena a la alarma habitual. No hay bombas, aunque sí gaditanas y tirabuzones. Un volteo y tres toques rompen la frialdad de la medianoche. La Misa del Gallo va a comenzar en las distintas iglesias de un Cádiz sitiado por enemigos franceses. Gaditanos y foráneos refugiados en la ciudad lucen con galantería sus mejores prendas para festejar la Navidad. Por los ademanes, el lucimiento y la pompa, nadie diría que Cádiz es una ciudad al borde del abismo desde un año antes. Horas antes, en las mesas no faltó el pavo, el vino de Champaña o el chocolate. Tampoco faltará al día siguiente, día de Navidad, 25 de diciembre de 1811.

Hacer el ejercicio retrospectivo de intentar asomarse a la ciudad de hace 200 años exactos es como verter en un tubo de ensayo la transformación sociológica que han experimentado las fiestas más familiares. Ni regalos de Reyes Magos, ni árbol, ni uvas y, ni mucho menos, Papá Noel, San Nicolás o cualquier señor vestido de rojo que se le parezca. La Navidad en el Cádiz de 1811 era entrañable, familiar, menos festiva (o al menos de carácter diferente) y más religiosa.

La Feria del Pavo El consumismo previo

De hecho, el periodo cronológico que establecía la liturgia católica estaba mucho más presente. De la Inmaculada (8 de diciembre) a la Candelaria (2 de febrero) era el periodo navideño (que ocupaba parte del Adviento, la Semana Santa de Navidad que iba del 16 al 24 de diciembre y la posterior Pascua de la Navidad). Y en toda esta agenda el día grande era el de la festividad religiosa más destacada de la Iglesia junto a la Resurrección, la Navidad.

Su advenimiento mudaba las costumbres de la ciudad, como apunta el historiador Alberto Romero en referencia a la que se denominaba Feria del Pavo. La misma que como el historiador experto en las Cortes, Alberto Ramos apunta su comienzo en el día de la Inmaculada. «Durante los días previos, los gaditanos compraban los pavos que traía la gente de los pueblos», puntualiza Romero. Cuando la fecha se acercaba, los corderos y pavos rivalizaban en importancia con la venta de juguetes y columpios en un ambiente de fiesta.

De los previos se quedaba fuera en ese momento el Sorteo Extraordinario de la Navidad. En diciembre de 1811, aún no existía siquiera la Lotería del Estado que llegaría en marzo del año siguiente. Aún así los sorteos ya estaban instaurados en la ciudad para financiar la falta de liquidez en las arcas del Estado o para pagar los gastos de la guerra. Precisamente Ramón Solís se hace eco en 'El Cádiz de las Cortes' de un sorteo que se produce a finales de año. 'El Redactor General' cuenta la iniciativa de un grupo de contertulios del Café Apolo para que se abra un sorteo «para costear el grabado del diputado Argüelles».

Nochebuena y Navidad La religiosidad y los belenes

Llegada la Nochebuena, la Semana Santa de Navidad tocaba a su fin con la Misa del Gallo. Era una celebración clave, con mucho peso, que se festejaba con gran solemnidad. Para imaginar qué hicieron los gaditanos y foráneos la noche del 24 de diciembre de 1811, es necesario tener en cuenta que la misa seguía el rito marcado por el Concilio de Trento (con el sacerdote celebrando orientado hacia el altar). «Se seguía el Misal de San Pío IV», como recuerda el sacerdote de la Castrense, Cesar Sarmiento.

Precisamente en los archivos de la parroquia hay constancia de una misa posterior a la del Gallo, hoy perdida. Se trataba de la celebración de la Aurora que se celebraba al alba para que se pudiera comulgar, teniendo en cuenta que antes el ayuno eucarístico era más amplio y que «en esa época no era tan común la comunión como hoy en día».

También la religión marcaba la decoración de los hogares. Desde las figuras de barro cocido más austeras a las más ampulosas, la tradición de poner el Belén estaba ya plenamente instaurada en las casas gaditanas. Y no era un Nacimiento cualquiera. Basta con darse una vuelta por el Belén del Bicentenario, en estos días instalado en El Corte Inglés, para descubrir el montaje más común de la época. Los Nacimientos napolitanos, con figuras de vestir recargadas de telas ampulosas era la costumbre por Cádiz. «El influjo que ejercía Italia en la ciudad, a través del comercio, hizo que el Belén instaurado por Carlos III en Nápoles estuviera presente en Cádiz», explica Romero. Si se atiende a que el esplendor comercial de la ciudad viene desde el XVIII, a comienzos del XIX el Belén napolitano, entre las familias pudientes, era uno de los rasgos de la Navidad gaditana.

Los Autos de Navidad Tía Norica como diversión

Pero si hay una tradición navideña genuinamente de Cádiz, esa era la de los Autos de la Navidad de la Tía Norica. Aunque el espacio escénico de la Tía Norica se documenta en 1815, en aquel momento los Autos de la Navidad marcaban la diversión en forma de 22 cuadros agrupados en ciclos que han llegado hasta nuestros días sin grandes alteraciones. «Condensan el teatro español del Siglo de Oro», explica Romero en referencia a su importante valor. Representaciones «para adultos y niños» que repasaban de la Anunciación a la Adoración de los Reyes pasando por representaciones alegóricas.

La oferta de ocio la completaba el teatro. Junto a las marionetas, el Teatro Principal en esos días representaba dramas «de carácter sacro- religiosos» imbuidos por el calendario litúrgico, como explica el historiador y profesor de la UCA.

La forma de festejarlo De ricos menús al flamenco

En diciembre 1811, la costumbre de las uvas de Fin de Año no existía. Sí es probable -como puntualiza Romero- que se hicieran bailes de gala en las casas más pudientes para dar la bienvenida al año 1812, aunque sin gran trascendencia, en comparación con la Navidad.

Esa noche del 24 sí que se elaboraban menús que dejaban ver la ostentación de las familias adineradas. En las mesas de Nochebuena de Cádiz no faltaba de nada, como atestigua un menú que ha llegado a nuestros días y que festeja con manjares como el chocolate, lengua de puerco y de vaca y, por supuesto, el pavo. Todo ello por no hablar de una carta de bebidas que incluía licores y vinos en boga como el vino de Champaña, el Moscatel de Francia y de Burdeos.

En los patios de las casas de vecinos de Santa María y La Viña no podían presumir de lujos. Aunque sí de fiesta y jarana. «Todo era mucho más improvisado de lo que hoy puede ser una zambomba», explica Romero. Pero los villancicos flamencos sí sonaban, y mucho, en unas fiestas en comunidad de puertas abiertas. Los sainetes de González del Castillo dibujan una vida popular alegre con puntos neurálgicos como el Corralón de los Carros o los alrededores del convento de Santa María.

Y es que en el Cádiz sitiado, asediado por bombas gabachas, nadie se olvidaba de reír, por lo que pudiera pasar mañana. Porque hoy sabemos Cádiz resistió la afrenta. Pero los gaditanos del momento no lo tenían tan claro. Puro 'carpe diem' navideño sin fiestas de cotillón, ni cantidades ingentes de regalos pero con las mismas (o más) ganas de divertirse como si no hubiera mañana. Hay cosas que nunca cambian.