Editorial

Algo más que disciplina

La solvencia europea exige priorizar la reducción del déficit público y la solidaridad entre economías centrales y periféricas

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La propuesta remitida por Merkel y Sarkozy al presidente del Consejo Europeo, Van Rompuy, para que los países de la zona euro que no apliquen las recomendaciones comunes sobre el déficit público vean suspendidos los fondos estructurales y de cohesión que reciban constituye la última entrega de su encuentro del pasado martes. La idea presenta una coherencia aplastante. Dado que los citados fondos van destinados a la mejora de la competitividad y del crecimiento europeo, sería contradictorio que sus ventajas fueran dilapidadas por la persistencia de un déficit excesivo en los países beneficiarios. La estabilidad presupuestaria de cada socio constituye la condición de partida sobre la que la zona euro y el resto de los miembros de la Unión pueden tratar de mantener una posición compartida en el escenario global. Pero la aplicación de un riguroso control sobre el déficit de cada país, después de que Europa se encelara durante años en ampliarse para obtener una masa crítica de ciudadanos y mercados capaz de proyectar hacia el futuro un crecimiento que se vino abajo con la crisis financiera mundial, demanda algo más que un régimen disciplinario. Exige también que las economías centrales asuman su parte de responsabilidad tanto por lo acontecido hasta ahora como, sobre todo, de cara a una Europa que se muestre solidaria internamente para poder recuperar autoridad en el concierto mundial. Hace tan solo unos días un mero rumor puso en entredicho la solvencia financiera de la Francia del mismo Sarkozy que anteayer recibió a Merkel para dictar los términos en los que debería conducirse «un verdadero gobierno económico» europeo. Los gobiernos que, como en el caso español, arrastran dificultades para asegurar la reducción de su déficit público no pueden desentenderse de priorizar dicho objetivo respecto a cualquier otro. Pero de igual modo que la entereza del euro se pone en cuestión cada vez que los mercados encuentran alguna falla en la deuda soberana de alguno de los países que comparten la moneda, los demás europeos pueden sentirse injustamente postergados si cuaja la sensación de que las únicas salidas válidas a la crisis europea son aquellas que benefician directamente a Alemania y Francia.